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Cuando se separaron a la entrada del monasterio, Laura esperó un momento, confusa. ¿Por qué no le permitían a una mujer entrar allí? Vio que nada le impedía entrar, buscar por última vez a Jorge, sentir sus labios calientes por última vez y decirle las palabras que siempre se le iban a quedar calladas.

– Te quiero mucho.

Él estaba en cuatro patas en el refectorio solitario, lamiendo el piso con la lengua, tenaz, disciplinadamente, losa tras losa.

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