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– Todo está escondido y nos acecha- repitió Laura la misteriosa y acostumbrada frase de su tía Virginia. La dirigió a la muñeca china, Li Po, cómoda entre los almohadones de la cama y ella misma, Laura Díaz, decidió salvar el recuerdo de su primer baile, imaginándose esbelta y transparente, tan transparente que el vestido de baile era su cuerpo, no había nada debajo del vestido, y Laura giraba, flotaba en un vals de elegancia líquida, hasta que la cubría, agradecida, el velo del sueño.

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