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No tenía idea de qué quería decir con que había estado extendiendo mis líneas de energía al recapitular. Le pedí que me lo explicara.

– ¿Qué hay que explicar? -dijo-. Es cuestión de energía; entre más recuperes por medio de la recapitulación, más fácil le resulta a esta energía recuperada alimentar a tu doble. Enviar energía al doble, así le llamamos a la acción de extender las líneas de energía. La persona que puede ver la energía la ve como unas líneas que salen del cuerpo físico.

– ¿Pero qué significa para alguien como yo, que no ve?

– Entre más energía ahorres -explicó-, más grande será tu capacidad para percibir cosas extraordinarias.

– Creo que lo que me ha pasado es que, entre más energía ahorro, más loca me vuelvo -dije, sin intención de ser chistosa.

– No te menosprecies de manera tan irresponsable -comentó-. La percepción es el más grande de los misterios, porque es completamente inexplicable. Los brujos, como seres humanos, son criaturas que perciben, pero lo que perciben no es ni bueno ni malo; es simplemente percepción. ¡Qué maravilla si los seres humanos, por medio de la disciplina, se tornasen capaces de percibir más de lo que normalmente les es posible! ¿Entiendes lo que quiero decir?

Se negó a decir una palabra más al respecto. En cambio, me llevó a través de la casa hasta la puerta de adelante y luego a mi árbol. Señaló las ramas superiores e indicó que, ya que ese árbol en particular contenía un cuarto habitable, estaba provisto de un pararrayos.

– En esta región los rayos son repentinos y peligrosos -dijo-. Se dan tormentas eléctricas sin una sola gota de lluvia. Por lo tanto, cuando sí llueve o cuando hay demasiados cúmulonimbus en el cielo, ve a la casa del árbol.

– ¿Cuándo hay demasiados qué en él cielo? -pregunté.

Emilito se rió y me dio unas ligeras palmaditas en la espalda.

– Cuando el nagual Julián me metió en una casa de árbol, me dijo lo mismo, pero en ese momento no me atreví a preguntarle a qué se refería ni él me lo dijo. Mucho tiempo después averigüé que quería decir nubes de tormenta.

Se rió al ver mi expresión consternada.

– ¿Existe algún peligro de que un rayo caiga en el árbol? -pregunté.

– Pues sí, pero tu árbol es seguro -replicó-. Ahora sube, mientras todavía haya luz.

Antes de que yo me alzara por medio de las poleas, me entregó una bolsa de nueces partidas pero aún con cáscara. Dijo que si iba a vivir en el árbol debía comer como una ardilla, en pequeñas cantidades a la vez y nada por la noche.

Para mí estaba perfecto, le dije, porque nunca me había gustado mucho comer.

– ¿Te gusta cagar? -preguntó con una risita-. Espero que no, porque lo peor de vivir en una casa de árbol es cuando hay que evacuar los intestinos. Es difícil manejar el excremento humano. Mi filosofía es que entre menos se tenga, mejor para uno.

Sus declaraciones le parecieron tan desmedidamente graciosas que se dobló de la risa. Sin dejar de reírse, se volteó y me dejó a solas para meditar su filosofía.

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