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– ¿Qué aportación pude hacer yo? -pregunté, sinceramente desconcertada por la afirmación de Emilito-. No es posible que se refiera al camino chueco que tracé en el jardín.

– Nadie en su sano juicio calificaría eso de aportación -contestó, riéndose-. No, has tenido otras.

Comentó que, en el nivel mundano de los ladrillos y las estructuras, consideraba como contribución mía la meticulosa instalación eléctrica, la tubería y la cubierta de cemento para la bomba que había instalado para subir el agua desde el arroyo al huerto.

– En el nivel más etéreo del flujo de energía -continuó-, puedo decirte con toda sinceridad que una de tus contribuciones ha sido la fusión de tu intento con Manfredo, como nunca antes lo presenciamos en esta casa.

En ese instante se me ocurrió algo.

– ¿Es usted el que puede decirle sapo en la cara? -pregunté-. Una vez Clara me dijo que alguien podía hacerlo.

El rostro del cuidador rebosaba de alegría al asentir con la cabeza.

– Sí, yo soy. Encontré a Manfredo cuando era un cachorro. Fue abandonado o se escapó, quizá de una casa móvil cerca de ahí. Cuando lo encontré estaba casi muerto.

– ¿Dónde lo encontró? -pregunté.

– Sobre la carretera 8, a casi cien kilómetros de Gila Bend, Arizona. Me detuve a la orilla del camino para meterme entre los arbustos y de hecho me oriné en él. Estaba tirado ahí, casi muerto de deshidratación. Lo que más me impresionó fue que no saliera corriendo a la carretera, como fácilmente hubiera podido hacerlo. Y, por supuesto, que estuviera echado justo donde fui a orinar.

– ¿Luego qué sucedió? -pregunté. Sentía tal compasión por la situación del pobre Manfredo que olvidé mi ira contra el cuidador.

– Llevé a Manfredo a mi casa y lo metí en agua, pero sin dejarlo beber -contestó el cuidador-. Y luego lo ofrecí al intento de los brujos.

Emilito explicó que al intento de los brujos correspondía decidir no sólo si Manfredo debía vivir o morir, sino también si sería un perro u otra cosa. Vivió y fue algo más que un perro.

– Lo mismo te pasó a ti -continuó-. Quizá se debió a eso que los dos se llevaran tan bien. El nagual te encontró espiritualmente deshidratada, dispuesta a echar a perder tu vida. Puesto que él se encontraba en el autocinema con Nélida, les correspondía a ellos ofrecerte al intento de los brujos, lo cual hicieron.

– ¿Cómo me ofrecieron al intento de los brujos? -pregunté.

– ¿No te lo contaron? -preguntó, sorprendido.

Reflexioné por un momento antes de replicar:

– No lo creo.

– El nagual y Nélida pronunciaron la palabra intento en voz alta, ahí mismo junto a la concesión, y anunciaron que estaban ofreciendo sus vidas por ti, sin titubeos ni arrepentimiento, sin reservas. Los dos sabían que no podían llevarte con ellos en ese momento, sino que deberían seguirte a dondequiera que fueras.

"De modo que puedes decir que el intento de los brujos te tomó bajo su custodia. La invocación del nagual y de Nélida funcionó. ¡Mira dónde estás ahora! Hablando con un servidor.

Me miró para ver si entendía su exposición. Devolví su mirada con la silenciosa súplica de una elucidación más precisa del intento de los brujos. Pasó a un nivel más personal y dijo que, de interpretar como ejemplo de la fuerza del intento todas las cosas que yo le había dicho a Clara acerca de mí misma, él sacaría en conclusión que mi intento era el de la derrota total. De manera invariable, siempre había dirigido mi intento a perder la partida de una manera loca y desesperada.

– Clara me contó todo lo que le dijiste acerca de ti -indicó, chascando la lengua-. Yo diría, por ejemplo, que saliste a esa arena en el Japón no para demostrar tus habilidades en el campo de las artes marciales sino para demostrar al mundo que tu intento es el de perder.

Arremetió contra mí, diciendo que todo lo que hacía estaba contaminado por la derrota. Por lo tanto, la tarea más importante para mí era fijar un nuevo intento. Explicó que este nuevo intento se llamaba el intento de los brujos, porque no sólo se trataba del intento de hacer algo nuevo sino del intento de integrarse en algo ya establecido: en un intento que se ha prolongado hasta nosotros a través de miles de años de esfuerzos titánicos.

Dijo que el intento de los brujos no da cabida a la derrota, puesto que los brujos sólo disponen de un camino: tener éxito en todo lo que hacen. A fin de lograr tal visión de poder y claridad, los brujos deben redefinir su ser total, lo cual requiere comprensión y poder. La comprensión se deriva de la recapitulación de sus vidas y el poder se acumula a través de sus actos impecables.

Emilito me miró y dio unos golpecitos en su calabaza. Explicó que en la calabaza guardaba sus sentimientos impecables y que me había dado de beber ese intento de los brujos a fin de contrarrestar mi actitud derrotista y prepararme para su instrucción. También dijo otra cosa, pero no pude ponerle atención; su voz empezaba a adormecerme. El cuerpo se me puso pesado de repente. Al fijar los ojos en su cara, sólo veía una bruma blanquecina, como niebla a la hora del crepúsculo. Escuché sus indicaciones para acostarme y extender mi red etérea, relajando mis músculos gradualmente.

Sabía qué quería que hiciera y seguí sus instrucciones automáticamente. Me acosté y empecé a pasar mi conciencia de los pies a los tobillos, las pantorrillas, las rodillas, los muslos, el abdomen y la espalda. Luego relajé mis brazos, hombros, cuello y cabeza. Al desplazar mi conciencia por las distintas partes de mi cuerpo, sentí que me ponía cada vez más soñolienta y pesada.

Luego el cuidador me ordenó hacer girar los ojos en pequeños círculos contra el sentido del reloj, hacia arriba y atrás de mi cabeza. Seguí relajándome hasta que adquirí una respiración lenta y rítmica que se expandía y contraía sola. Estaba concentrándome en las olas arrulladoras de mi respiración cuando el cuidador me ordenó en un susurro que desplazara mi conciencia de mi frente a un lugar lo más arriba de mí posible y ahí hiciera una pequeña abertura.

– ¿Qué clase de abertura? -musité.

– Una abertura cualquiera. Un hoyo.

– ¿Un hoyo en qué?

– Un hoyo en la nada sobre la cual se encuentra suspendida tu red -replicó-. Si logras sacar tu conciencia de tu cuerpo, te darás cuenta de que hay oscuridad a todo tu alrededor. Trata de penetrar en esa oscuridad, de abrir un agujero en ella.

– No creo que pueda -dije, poniéndome tensa.

– Por supuesto que puedes -me aseguró-. Recuerda, los brujos no son derrotados nunca, sólo pueden tener éxito.

Se inclinó hacia mí y a susurros me indicó que después de hacer la abertura enrollara mi cuerpo como un rollo de pergamino y me dejara lanzar como en catapulta por la línea extendida desde la corona de mi cabeza hacia la oscuridad.

– Pero estoy acostada -protesté débilmente-. Tengo la corona de la cabeza casi pegada al suelo. ¿No debería ponerme de pie?

– La oscuridad está a todo nuestro alrededor -dijo- Aunque nos paremos de cabeza, ella sigue ahí.

Adoptó un severo tono de mando y me ordenó fijar la concentración en el hoyo que acababa de abrir y dejar fluir mis pensamientos y sentimientos a través de esa abertura. De nueva cuenta se me tensaron los músculos, porque no había hecho ningún hoyo. El cuidador me instó a actuar y sentir como si hubiera hecho ese agujero.

– Arroja todo lo que tienes dentro -indicó-. Deja fluir tus pensamientos, sentimientos y recuerdos.

Al relajarme y soltar la tensión de mi cuerpo, sentí que una ola de energía me recorría. Algo me estaba volcando al revés, poniendo todo lo de adentro hacia afuera; todo me estaba siendo extraído por la corona de la cabeza, precipitándose a lo largo de una línea, como una cascada invertida. Al final de esa línea, percibí que había un agujero.

– Déjate ir más profundo aún -me susurró al oído-. Ofrece todo tu ser a la nada.

Hice lo posible por seguir sus indicaciones. Todo pensamiento que brotaba en mi mente se unía de inmediato a la cascada en la corona de mi cabeza. Vagamente escuché decir al cuidador que, si deseaba moverme, sólo tendría que dar la orden y la línea me jalaría adonde quisiera ir. Antes de poder dar ninguna orden, sentí un jalón suave pero persistente en mi lado izquierdo. Me relajé y dejé que continuara la sensación. Al principio sólo mi cabeza pareció ser jalada hacia la izquierda; luego el resto de mi cuerpo lentamente rodó a la izquierda. Tuve la sensación de estarme cayendo de lado, pero me di cuenta de que mi cuerpo no se había movido en absoluto. Escuché un ruido sordo atrás de mi nuca y observé que la abertura se agrandaba. Quería meterme ahí, atravesarla y desaparecer. Un movimiento profundo se produjo en mi interior; mi conciencia empezó a avanzar a lo largo de la línea en la corona de mi cabeza y se deslizó a través de la abertura.

Me sentí como si me encontrara en el interior de una gigantesca cueva. Sus paredes aterciopeladas me envolvían; estaba oscuro. Mi atención fue captada por un punto luminoso. Se prendía y apagaba como un faro, aparecía y desaparecía cada vez que me concentraba en él. El área delante de mí fue iluminada por una intensa luz. Y luego, gradualmente, todo se oscureció de nuevo. Mi respiración pareció suspenderse por completo y ningún pensamiento ni imagen perturbó la oscuridad. Ya no sentía mi cuerpo. Mi último pensamiento fue que me había disuelto.

Escuché un ruido hueco y seco. Mis pensamientos regresaron de repente, me cayeron encima como un montón de escombros, y junto con ellos llegó la conciencia de la dureza del suelo, de lo tieso que tenía el cuerpo y de un insecto que me picaba el tobillo. Abrí los ojos y miré a mi alrededor; el cuidador me había quitado los zapatos y los calcetines y me estaba picando las plantas de los pies con una ramita para revivirme. Quise contarle lo que había pasado, pero meneó la cabeza.

– No hables ni te muevas hasta que recuperes tu solidez -advirtió. Me dijo que cerrara los ojos y respirara con el abdomen.

Me acosté en el suelo hasta que sentí que había recobrado mi fuerza; entonces me incorporé y apoyé la espalda en el tronco de un árbol.

– Abriste una grieta en la oscuridad y tu doble se deslizó a la izquierda y luego la atravesó -indicó el cuidador, antes de que pudiera preguntarle algo.

– Definitivamente sentí que una fuerza me jalaba -admití-. Y vi una luz intensa.

– Esa fuerza era tu doble al salir -dijo, como si supiera exactamente a qué me refería-. Y la luz era el ojo del doble. Ya que llevas más de un año recapitulando, has estado extendiendo tus líneas de energía al mismo tiempo y ahora comienzan a moverse solas. Pero puesto que sigues dedicada a hablar y pensar, esas líneas de energía no se mueven de manera tan fácil y completa como lo harán algún día.

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