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Aborrecía que se rieran de mí, pero la disculpa del señor Abelar fue tan sincera que la acepté. A continuación reanudó su plática acerca del doble, como si no se hubiera hablado de otra cosa.

– Al abandonar nuestras ideas sobre el cuerpo físico, poco a poco o de golpe -dijo-, la conciencia empieza a desplazarse a nuestro lado blando. A fin de facilitar este desplazamiento, nuestro lado físico debe permanecer completamente quieto, suspendido, como si estuviera profundamente dormido. La dificultad radica en convencer a nuestro cuerpo físico de cooperar, porque rara vez quiere abandonar el control.

– ¿Cómo se hace para soltar el cuerpo físico entonces? -pregunté.

– Hay que engañarlo -contestó-. Dejar creer al cuerpo que se encuentra profundamente dormido; aquietarlo de manera deliberada, apartando la conciencia de él. Cuando el cuerpo y la mente reposan, el doble despierta y se pone a cargo.

– No entiendo -dije.

– No te hagas la idiota, Taisha -dijo Clara bruscamente-. Debes haberlo hecho en la cueva. Para percibir al nagual, debes haber usado tu doble. Estabas dormida y consciente al mismo tiempo.

Lo que me llamó la atención de las palabras de Clara fue la forma en que se refirió al señor Abelar. Lo llamó "el nagual". Pregunté qué significaba la palabra.

– Juan Miguel Abelar es el nagual -replicó orgullosamente-. Es mi guía; la fuente de mi vida y bienestar. No es mi hombre en ningún sentido concebible de la palabra, y no obstante es el amor de mi vida. Cuando él sea todo eso para ti, entonces también será el nagual para ti. Mientras tanto, que quede como el señor Abelar o incluso Juan Miguel.

El señor Abelar se rió, como si Clara sólo lo hubiera dicho en broma, pero Clara me sostuvo la mirada el tiempo suficiente para darme a entender que cada palabra era en serio.

El silencio que se estableció a continuación fue roto, finalmente, por el señor Abelar.

– A fin de activar al cuerpo blando, primero debes abrir ciertos centros de tu cuerpo que funcionan como compuertas -continuó-. Cuando todas las compuertas estén abiertas, el doble podrá salir de su cubierta protectora. De otro modo, permanecerá encerrado para siempre dentro de su caparazón exterior.

Pidió a Clara que sacara un petate del closet. Lo extendió en el piso y me indicó que me acostara boca arriba con los brazos en los costados.

– ¿Qué me va a hacer? -pregunté, recelosa.

– No lo que tú crees -replicó bruscamente.

Clara se rió.

– Taisha desconfía mucho de los hombres -le explicó al señor Abelar.

– De poco le ha servido -contestó, cohibiéndome por completo. Luego se volvió hacia mí y explicó que me enseñaría un método sencillo para desplazar la conciencia del cuerpo físico a la red etérea que lo rodea.

– Acuéstate y cierra los ojos, pero no te duermas -ordenó.

Apenada, obedecí, sintiéndome curiosamente vulnerable acostada ahí delante de ellos. Se arrodilló a mi lado y me habló con voz suave.

– Imagínate unas líneas extendidas desde tu cuerpo hacia los lados, empezando por los pies -indicó.

– ¿Y si no puedo imaginármelas?

– Claro que podrás, si quieres -dijo-. Con toda tu fuerza dirige tu intento a la creación de esas líneas.

Explicó que en realidad no se trataba de imaginar las líneas, sino del misterioso acto de sacarlas de los lados del cuerpo, empezando por los dedos de los pies y continuando hasta la corona de la cabeza. Dijo que también debía sentir unas líneas que emanaban de las plantas de mis pies y se hundían en el suelo, e iban hacia mi cabeza, envolviendo mi cuerpo a todo su largo hasta la parte de atrás de mi cabeza; y otras líneas que irradiaban de mi frente, hacia arriba y bajaban por el frente de mi cuerpo hasta los pies, formando así una red o capullo de energía luminosa.

– Practícalo hasta que puedas soltar tu cuerpo físico y fijar tu atención a voluntad en tu red luminosa -dijo-. Con el tiempo un solo pensamiento bastará para extender y sostener esa red.

Traté de relajar mis músculos. Su voz tenía efectos sedantes, una cualidad hipnotizante; a veces parecía provenir de muy cerca, y luego desde muy lejos. Me advirtió que si en alguna parte de mi cuerpo la red se sentía apretada o resultaba difícil extender las líneas o éstas se enroscaban, era ahí donde tenía el cuerpo débil o herido.

– Puedes sanar esas partes permitiendo que el doble extienda la red etérea -dijo.

– ¿Cómo se hace eso?

– Dirigiendo tu intento, pero no con los pensamientos -indicó-. Dirige tu intento con el intento, que es la capa debajo de los pensamientos. Escucha con cuidado, búscalo debajo de tus pensamientos, lejos de ellos. El intento está tan alejado de los pensamientos que no podemos hablar de él; ni siquiera lo sentimos. Pero definitivamente podemos usarlo.

No podía ni siquiera concebir cómo dirigir mi intento con mi intento. El señor Abelar dijo que no debía costarme demasiado trabajo extender mi red, porque a lo largo de los últimos meses, durante mi recapitulación, había estado proyectando ese tipo de líneas etéreas, sin saberlo. Sugirió que empezara por concentrarme en mi respiración. Después de un tiempo que parecieron horas, durante el cual creo que me dormí una o dos veces, por fin percibí un intenso calor hormigueante en los pies y la cabeza. El calor se expandió hasta formar un aro que envolvía mi cuerpo a todo su largo.

Con voz suave, el señor Abelar me recordó que fijara la atención en el calor externo de mi cuerpo y que tratara de extenderlo, empujándolo hacia afuera desde el interior y permitiendo que se expandiera.

Me concentré en mi respiración hasta que todo vestigio de tensión desapareció dentro de mí. Al relajarme más aún, dejé que el calor hormigueante buscara su propio curso; no se movió hacia afuera ni se expandió; en cambio, se contrajo, hasta que tuve la sensación de estar acostada sobre un globo gigantesco que flotaba en el espacio. Experimenté un momento de pánico; dejé de respirar y por un instante empecé a asfixiarme. Entonces algo afuera de mí se hizo cargo y empezó a respirar por mí. Me envolvieron olas de energía arrulladora que se expandieron y contrajeron hasta que todo oscureció a mi alrededor y ya no pude fijar la conciencia en nada.

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