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– Qué amable eres -respondió, con una sonrisa cautivadora-, pero debería hablar bien el inglés. Soy un yaqui. Nací en Arizona.

– ¿Vive usted en México, señor Abelar? -pregunté torpemente.

– Sí. Vivo en esta casa -replicó-. Vivo aquí con Clara.

La miró en una forma que sólo puedo describir como afecto puro. No supe qué decir. Me sentí cohibida, apenada por alguna misteriosa razón.

– No somos marido y mujer -dijo Clara, como para tranquilizarme, y los dos rompieron a reír.

En lugar de aligerar las cosas, su risa me hizo sentir más cohibida aún. Entonces reconocí, consternada, la emoción que estaba sintiendo: celos puros. Debido a un inexplicable impulso posesivo, sentía que él era mío. Traté de ocultar mi bochorno haciendo rápidamente algunas preguntas triviales.

– ¿Lleva mucho tiempo de vivir aquí en México?

– Sí, así es -dijo.

– ¿Piensa volver a Estados Unidos?

Fijó sus ojos ardientes en mí, luego sonrió y dijo, de una manera encantadora:

– Esos detalles no tienen importancia, Taisha. ¿Por qué no me preguntas acerca del tema que tratamos en la cueva? ¿Hay algo que no haya quedado claro?

Por sugerencia de Clara, nos sentamos; Clara y yo en el sofá y el señor Abelar en el sillón. Le pedí que me hablara más acerca del doble. El concepto me interesaba sobremanera.

– Algunas personas son maestros del doble -empezó-. No sólo pueden fijar la conciencia en él sino también impulsarlo a la acción. Sin embargo, la mayoría de nosotros ni siquiera está consciente de la existencia de nuestro lado etéreo.

– ¿Qué hace el doble? -pregunté.

– Todo lo que queramos; puede saltar encima de los árboles, volar por el aire, hacerse grande o pequeño o adoptar la forma de un animal. Puede percatarse de los pensamientos de la gente o convertirse en un pensamiento y lanzarse, en un instante, sobre vastas distancias.

– Incluso puede actuar como el yo -interpuso Clara, mirándome de frente-. Si sabes usarlo, puedes aparecerte delante de alguien y hablar con él, como si realmente estuvieras ahí.

El señor Abelar asintió con la cabeza.

– En la cueva percibiste mi presencia por medio de tu doble. Sólo cuando tu razón despertó dudaste de que la experiencia hubiese sido verdadera.

– Lo sigo dudando -indiqué-. ¿De veras estuvo usted ahí?

– Por supuesto -replicó, guiñándome el ojo-, tanto como ahora estoy aquí.

Por un instante me pregunté si estaría soñando en ese momento. Sin embargo, mi razón me aseguró que eso no era posible. Sólo para estar completamente segura, toqué la mesa; se sentía sólida.

– ¿Cómo lo hizo? -pregunté, recostándome en el sofá.

El señor Abelar guardó silencio por un momento, como si estuviera eligiendo sus palabras.

– Suelto mi cuerpo físico y dejo que mi doble se haga cargo -indicó-. Si nuestra conciencia está ligada al doble, no nos afectan las leyes del mundo físico; más bien nos gobiernan fuerzas etéreas. Pero cuando la conciencia se encuentra ligada al cuerpo físico, nuestros movimientos son limitados por la gravedad y otras restricciones.

Seguía sin entender si eso significaba que era posible encontrarse en dos sitios al mismo tiempo. Pareció darse cuenta de mi confusión.

– Clara me dice que te interesan las artes marciales -indicó el señor Abelar-. La diferencia entre una persona común y corriente y un experto en kung fu es que este último ha aprendido a controlar su cuerpo blando.

– Mis profesores de karate solían decir lo mismo -afirmé-. Insistían en que las artes marciales entrenaban el lado blando del cuerpo, pero nunca entendí qué querían decir con ello.

– Probablemente querían decir que cuando un experto ataca, dirige sus golpes contra los puntos vulnerables en el cuerpo blando del enemigo -replicó-. Lo destructivo no es la fuerza de su cuerpo físico sino la grieta que produce en el cuerpo etéreo del enemigo. Puede lanzar dentro de esa grieta una fuerza que desgarra la red etérea y ocasiona daños mayores. Una persona puede recibir lo que en ese momento sólo parece un pequeño golpe, pero horas, quizá días más tarde, llega a morir del golpe.

– Es cierto -asintió Clara-. No te dejes engañar por los movimientos externos ni por lo que ves. Lo que no ves es lo que importa.

Con frecuencia había escuchado a mis profesores de karate hacer relatos semejantes. Al preguntarles cómo se realizaban esas hazañas, no pudieron darme una explicación coherente. En ese entonces creí que se debía al hecho de que mis maestros eran japoneses e incapaces de expresar pensamientos tan intrincados en inglés. Ahora el señor Abelar estaba explicando algo semejante y, pese a que su dominio del inglés era perfecto, no entendí a qué se refería con el cuerpo blando o doble ni cómo se usaban sus misteriosos poderes.

Me pregunté si el señor Abelar practicaría artes marciales, pero antes de que pudiera indagar al respecto él continuó.

– Los verdaderos expertos en artes marciales, según Clara me los ha descrito de cuando se entrenó en China, controlan su cuerpo blando -indicó-. Y éste es controlado no por el intelecto sino por el intento. No hay forma de pensar en él ni de entenderlo de manera racional. Hay que sentirlo, puesto que está ligado a unas líneas luminosas de energía que atraviesan el universo en todas direcciones -se tocó la cabeza y señaló hacia arriba-. Por ejemplo, una línea de energía que se extiende hacia arriba desde la parte superior de la cabeza le da al doble su propósito y dirección. Esa línea suspende y jala al doble hacia donde quiera ir. Si quiere ir hacia arriba, sólo tiene que dirigir su intento hacia arriba. Si quiere hundirse en el suelo, dirige su intento hacia abajo. Es así de sencillo.

Clara me preguntó si recordaba lo que me había dicho en el jardín el día que hicimos los ejercicios de respiración con el sol: de cómo era necesario proteger siempre la corona de la cabeza. Le dije que lo recordaba tan claramente que desde entonces me daba miedo salir de la casa sin sombrero. Me preguntó si le estaba siguiendo el hilo a lo que decía el señor Abelar. Le aseguré que no tenía ningún problema en entenderlo, aunque no comprendiera los conceptos que manejaba. Paradójicamente, lo que estaba diciendo se me hacía incomprensible, pero al mismo tiempo familiar y creíble. Clara asintió con la cabeza y dijo que eso se debía al hecho de que estaba hablando directamente con una parte de mí que no era del todo racional y que tenía la capacidad de captar las cosas de manera directa, sobre todo si un brujo le hablaba en esta forma.

Clara estaba en lo cierto. El señor Abelar tenía algo que me tranquilizaba aún más que Clara. No se debía a su forma de ser cortés y afable, sino a algo en la intensidad de su mirada que me obligaba a escuchar y a seguir sus explicaciones, pese al hecho de que, desde el punto de vista racional, parecían carecer de sentido. Y yo hacía preguntas como si supiera de qué me estaba hablando.

– ¿Podré entrar en contacto con mi cuerpo blando algún día? -pregunté al señor Abelar.

– La pregunta es, Taisha, si quieres entrar en contacto con él.

Vacilé por un instante. Mi recapitulación me había enseñado que soy complaciente y cobarde y que mi primera reacción es evitar todo lo que resulta demasiado gravoso o alarmante. Sin embargo, también me animaba una curiosidad intensa por tener experiencias excepcionales y, tal como Clara me lo indicara una vez, poseía cierta audacia temeraria.

– El doble me inspira mucha curiosidad -dije-, así que definitivamente quiero entrar en contacto con él.

– ¿A cualquier precio?

– El que sea, menos vender mi cuerpo -repliqué vacilantemente.

Al escucharme, los dos rompieron a reír con tal fuerza que pensé que iban a convulsionarse ahí mismo en el piso. No lo había dicho como chiste, porque realmente no estaba segura de los planes secretos que tuviesen conmigo. Como si estuviera consciente de mi tren de pensamientos, el señor Abelar dijo que era hora de revelarme ciertas premisas de su mundo. Se irguió y adoptó un semblante serio.

– Los líos entre hombres y mujeres ya no nos conciernen -dijo-. Eso significa que no nos interesan la moralidad, la inmoralidad ni la amoralidad del hombre. Toda nuestra energía se vierte en la exploración de nuevos caminos.

– ¿Puede darme un ejemplo de un nuevo camino, señor Abelar? -pregunté.

– Claro que sí. ¿Qué tal la tarea a la que estás dedicada, la recapitulación? La razón por la que te estoy hablando ahora es porque por medio de recapitular has ahorrado energía suficiente para franquear ciertos límites físicos. Has percibido, aunque sólo sea por un instante, cosas inconcebibles que no forman parte de tu inventario normal, según diría Clara.

– Mi inventario normal es bastante raro -le advertí-. Al recapitular el pasado, he empezado a comprender que estaba loca. De hecho, aún estoy loca. La prueba de ello es que me encuentro aquí y no sé si estoy despierta o soñando.

Al escucharme, los dos rompieron a reír otra vez, como si estuvieran viendo un programa cómico y el comediante acabara de llegar a la culminación de su chiste.

– Sé muy bien lo loca que estás -afirmó el señor Abelar de manera contundente-. Pero no porque estés aquí con nosotros. Más que loca eres imprudente y te consientes a ti misma. No obstante, desde el día en que llegaste aquí, al contrario de lo que te pueda parecer, has mejorado tu conducta. Para ser justo, diría que algunas de las cosas que has hecho, según me cuenta Clara, como entrar a lo que llamamos el mundo de las sombras, no son ni imprudencia ni locura. Son un nuevo camino, algo innombrable e inconcebible desde el punto de vista del mundo normal.

Se produjo un largo silencio que me hizo retorcerme, inquieta. Quería decir algo para romper el hechizo, pero no se me ocurrió nada. Lo peor fue que el señor Abelar no dejaba de echarme miraditas de reojo. Luego le susurró algo a Clara y los dos se rieron quedo, lo cual me irritó sobremanera, porque no dudé en lo más mínimo que se estaban riendo de mí.

– Tal vez sea mejor que me vaya a mi cuarto -dije, poniéndome de pie.

– Siéntate, aún no hemos terminado -ordenó Clara.

– No tienes idea de cuánto apreciamos el que estés aquí con nosotros -indicó el señor Abelar de repente-. Te encontramos chistosa porque eres tan excéntrica. Pronto conocerás a otro miembro de nuestro grupo, a alguien que es igual de excéntrica que tú, pero mucho mayor. Verte a ti nos la recuerda cuando era joven. Por eso nos reímos. Por favor, perdónanos.

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