Литмир - Электронная Библиотека

– Estás diciendo cosas absurdas, Stepan. ¿Quieres… quieres comer algo?

– No. ¿Para qué? ¿Te figuras que me muero de hambre, acaso?

– Nada de eso, no tengo…

– Bien. Todavía me queda bastante para comer y para beber. Tengo mucho que beber. Vine porque creí que el pequeño Andrei necesitaría quizá a alguien que le tutelase. El pequeño Andrei lo necesita. Y lo necesitará todavía mucho más. -¿Qué estás diciendo?

– Nada. Nada, camarada. Hablaba por hablar. ¿Acaso no puedo ni hablar? ¿Eres como los otros? ¿Quieres hablar…, sin darles el derecho de decir alguna cosa?

– Ven -dijo Andrei-. Ponte una almohada debajo de la cabeza. Descansa. No te encuentras bien. -¿Quién? ¿Yo?

Timoshenko tomó la almohada, la arrojó contra la lámpara y se rió cuando Andrei se bajó a recogerla.

– Nunca en mi vida me sentí mejor. Estoy magníficamente. Libre y suelto. Sin preocupaciones. Sin ninguna otra preocupación.

– Stepan, ¿por qué no vienes más a menudo? En otro tiempo éramos amigos. Todavía podemos ayudarnos uno a otro.

Timoshenko se inclinó hacia delante, miró fijamente al hombre que tenía ante los ojos y sonrió en silencio:

– No puedo ayudarte, hijo mío. Sólo podría ayudarte si tú pudieras cogerme por el pescuezo, echarme de tu habitación y, al mismo tiempo, deshacerte de todo cuanto va de acuerdo conmigo. Y luego ir a inclinarte muy profundamente y lamer las grandes botas. Pero tú no harás eso. Por esto te odio, Andrei. Y por esto quisiera que fueras mi hijo. La lástima es que yo no tendré nunca hijos. Mis hijos están repartidos por los burdeles de la U. R. S. S. Miró los papeles sobre el pavimento, dio un puntapié a uno de los libros y preguntó:

– ¿Qué estás haciendo, Andrei?

– Estudiaba. No tengo mucho tiempo para estudiar. He tenido que hacer en la G. P. U.

– ¿Estudias, eh? ¿Cuánto tiempo tienes que ir todavía al Instituto?

– Tres años.

– ¡Uh, uh! ¿Crees que te hace falta?

– ¿Qué?

– Instruirte.

– ¿Y por qué no?

– Óyeme, amigo. ¿Te he dicho que me han expulsado de la G. P. U.? Sí, ya te lo he dicho. Pero todavía no me han expulsado del Partido. Ni me expulsarán. A la próxima depuración me marcharé.

– No empieces a pensar ya en ello

¿Quién sabe…?

Sé lo que digo. Y tú también lo sabes. ¿Y sabes quién se irá inmediatamente después que yo?

– No -dijo Andrei.

– Tú -dijo Timoshenko.

Andrei se levantó, se cruzó de brazos, miró a Timoshenko y dijo con calma:

– ¿Quién sabe?

– Óyeme, amigo -dijo Timoshenko-, ¿tienes algo que beber?

– No -dijo Andrei-, y tú bebes demasiado, Stepan.

– ¿De veras? -Timoshenko sonrió y movió lentamente la cabeza, de forma que su enorme sombra en la pared se movió también como un péndulo-. ¿Bebo demasiado? ¿Y no tengo razón para beber? Oye, quiero decirte… -se levantó tambaleándose, más alto que Andrei, y su sombra se elevó hasta el techo-, te voy a decir por qué bebo, y entonces dirás que no bebo bastante, ¡pobre polluelo mojado!, esto es lo que vas a decirme. Se agarró a su camiseta, demasiado estrecha sobre su brazo musculoso, se rascó la espalda y gritó de pronto:

– Una vez hicimos una revolución. Dijimos que estábamos cansados de barrigas vacías, de sudor y de piojos. De modo que destripamos, degollamos y vertimos sangre, sangre nuestra y sangre de ellos, para lavar un camino que nos llevase hacia la Libertad. Y ahora, ¡mira a tu alrededor, mira a tu alrededor, camarada Taganov, miembro del Partido desde el año 1915! ¿Ves dónde viven los hombres, unos hombres que son hermanos nuestros? ¿Ves lo que comen? ¿Has visto alguna vez a una mujer caerse por la calle, y vomitar sangre sobre los adoquines y morirse de hambre? ¡Yo sí! ¿Has visto los autos elegantes que circulan por las noches? ¿Has visto quién iba dentro? Un elegante camarada que está en nuestro Partido. Un guapo muchacho que tiene un brillante porvenir. Se llama Pavel Syerov. ¿Le has visto alguna vez abrir la cartera para pagar el champaña? ¿Te has preguntado de dónde saca el dinero? ¿Estuviste alguna vez en el foom-garden del Café de Europa? Aseguraría que no vas a menudo. Si has estado, habrás visto el respetable ciudadano Morozov que se estaba indigestando de caviar. ¿Sabes quién es? Un vicedirector del Trust de la Alimenta ción, del Trust Rojo de la Alimentación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. ¡Nosotros marchamos a la cabeza del proletariado mundial y hemos de llevar la libertad a toda la humanidad que sufre! Fíjate en nuestro Partido. Fíjate en sus leales miembros, que todavía tienen húmeda la tinta de sus carnets. Obsérvales mientras siegan las mieses de una tierra que nosotros hemos hecho fructificar con nuestra sangre. Nosotros no somos bastante rojos para ellos. Nosotros no somos revolucionarios. Se nos expulsa por traidores. Se nos expulsa por trotzkistas. Se nos expulsa porque no perdimos la vista y la conciencia cuando el zar perdió el trono, la vista y la conciencia que ellos le hicieron perder. Se nos expulsa porque les hemos gritado que han perdido la batalla, estrangulado la revolución, vendido al pueblo para hacerse dueños del poder y de la suciedad. No nos quieren. Ni a mí ni a ti. No hay sitio para hombres como tú, Andrei; no hay sitio en este mundo. Y tú no lo ves. Y yo me alegro de que no lo veas. ¡Lo único que quiero es no estar aquí el día que te des cuenta!

Andrei permanecía en silencio, con los brazos cruzados.

Timoshenko agarró su chaqueta y se la puso rápidamente, tambaleándose.

– ¿Adonde vas? -preguntó Andrei. -A cualquier parte. No quiero quedarme aquí.

– Stepan, ¿crees que no me doy cuenta? Pero el gritar no sirve para nada. Ni sirve de nada el beber hasta morir. Todavía se puede luchar.

– Desde luego, puedes seguir luchando. A mí no me interesa. Yo me voy a beber.

Andrei le observó mientras se abotonaba la chaqueta y se ponía la gorra sin estrella, inclinada sobre una oreja.

– ¿Qué vas a hacer, Stepan?

– ¿Ahora?

– No; en los años que vendrán.

– ¿En los años que vendrán? -Timoshenko se rió, echando la cabeza hacia atrás con un movimiento que hizo saltar sobre sus hombros el cuello de conejo apolillado-. Me gusta la frase: ¡los años que vendrán! ¿Por qué estás tan seguro de que vendrán?

– Inclinándose hacia Andrei le guiñó un ojo maliciosamente, con aire de misterio:- Camarada Taganov, ¿te has fijado alguna vez en una cosa rara: el gran número de miembros de nuestro Partido que mueren de agotamiento por exceso de trabajo? Sin duda lo habrás leído en los periódicos. "Una nueva víctima gloriosa caída en el sendero de la revolución, una vida consumida en un trabajo incesante…" Y ya sabes, ¿no es verdad?, lo que son esos camaradas que mueren agotados por un trabajo incesante. Suicidas. Lo que ocurre es que los diarios no lo dicen nunca. ¡Es raro lo que la gente se llega a suicidar en estos tiempos! ¡Quién sabe por qué será!

– Stepan -dijo Andrei estrechando entre sus manos frías y fuertes una gruesa mano cálida y sudorosa-, no piensas en…

– No pienso en nada. ¡Que no! Lo que quiero es beber. Y en caso de que lo pensase vendría a decirte adiós. Te lo prometo.

A la puerta, Andrei le detuvo de nuevo.

– Stepan, ¿por qué no te quedas aquí? ¿Por lo menos por algún tiempo?

Stepan Timoshenko agitó la mano con el gesto majestuoso de quien se echa una capa sobre los hombros y sacudió la cabeza mientras salía tambaleándose al rellano.

– No. Aquí no. No quiero verte, Andrei. No quiero verte esta maldita cara, porque… ¿ves tú?, yo soy un barco viejo a punto de naufragar, con las entrañas averiadas y marchitas. Pero no me importa. Y daré todo cuanto me queda de ellas para ayudar al único hombre que queda en el mundo… y este hombre eres tú. Pero, ni eso me importa. Lo que me importa es que sé que aunque me arrancara las entrañas para dártelas a ti, no podría salvarte.

88
{"b":"125327","o":1}