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Entonces oyó una canción, una canción demasiado débil para ser un sonido humano, una canción que se oía como un lejano himno de batalla. No era ninguna marcha fúnebre, no era ninguna piegaria; era una melodía de una antigua opereta: la Canción de la copa rota.

Las notas ligeras temblaban vacilantes, luego estallaban y rodaban en rápidas cascadas con el claro tintineo del cristal, con una alegría humana, completa, sin límites.

Kira no sabía si cantaba o no. Tal vez aquella música flotaba en el espacio.

Pero aquella música había sido una promesa, una promesa que le habían hecho desde el amanecer de la vida. Y aquello que le había sido prometido no le iba a ser negado ahora. Tenía que seguir andando.

Y anduvo, frágil muchacha en su majestuoso y ondeante traje de sacerdotisa, mientras las manchas rojas iban siendo cada vez mayores sobre el delicado encaje blanco.

Al amanecer, se cayó, junto al borde de un barranco, y se quedó allí, inmóvil, sin poder levantarse.

Mucho más abajo, ante sus ojos, se extendía bajo la aurora la inmensa llanura nevada. El sol no había salido todavía; una aureola rosada y pálida como el aliento de un color, como un color naciente, empezaba a levantarse sobre la nieve y a brillar, temblorosa, transformándose poco a poco en un azul pálido, en una inmensidad azul de relucientes destellos, bajo un velo sutil como el incierto fantasma de un lago bajo el sol estival o como la superficie de un mar en el que acabase de hundirse el sol. Y la nieve, a medida que se iba alzando aquella llama líquida, parecía estremecerse, respirar, brillar dulcemente. Sobre la llanura se proyectaban largas sombras que parecían luces, como si fueran reflejos de otra luz más intenta, más azul, que empezaba a asomar por el horizonte como un maravilloso incendio.

En medio de la llanura se levantaba un árbol solitario. No tenía hojas. Sus escasas y delgadas ramas no habían detenido la nieve. Se tendía lleno de la vida de una futura primavera, y sus ramas se alzaban como brazos, a la luz de la aurora, sobre una tierra doliente donde hubieran sido posibles tantas cosas. Kira, tendida en el suelo, en lo alto de una colina, miraba al cielo. Una mano blanca e inmóvil pendía sobre el barranco, y pequeñas gotas de sangre roja iban cayendo lentamente sobre la nieve. Sonrió. Sabía que iba a morir. Pero ya no le importaba. Había conocido algo que ninguna palabra humana hubiera podido expresar. Ahora lo sabía. Había esperado eso y ahora lo sentía como si ya hubiera llegado, como si ella lo hubiera vivido. La vida había existido, siquiera porque ella había sabido cómo debía ser, y Kira la sentía ahora como un himno sin música, profunda, bajo la herida que goteaba sobre la nieve, más profunda que su misma sangre. ¿Un momento o la eternidad…? ¿Acaso tenía importancia? La vida, no vencida, existía y tenía que existir. Y Kira sonrió, en una última sonrisa a todo cuanto hubiera podido ser

LA AUTORA Y SU OBRA

La novelista Ayn Rand nació en 1905, en San Petersburgo, hoy Leningrado, habiéndose graduado en la Universidad de dicha capital en 1924. En 1926 se trasladó a los Estados Unidos, adquiriendo la nacionalidad de este país en 1931, después de haber contraído matrimonio dos años antes con Frank O'Conner. Al principio de su estancia en el país de adopción ejerció diversos oficios. Luego, al demostrar idóneas condiciones para ello, trabajó con renovados éxitos en la lectura y redacción de guiones cinematográficos. Tras cursar nuevos estudios, ejerce, de 1960 a 1964 y sucesivamente, las funciones de lectora y conferenciante en Yale, Princeton, Columbio, Johns Hopkins, Ford Hall Forum, Boston, Harvard, Massachusetts Institute Technical y en otros centros universitarios. En 1963 se le confiere el título de doctora en «Humane Letters» por parte del Lewis and Clark College. Debe la fama de que goza, sobre todo, a sus dos novelas We, the Living (Los que vivimos) y Fountainhead (El manantial). Asimismo han contribuido a su popularidad sus obras para el teatro, argumentos cinematográficos y otras producciones literarias de distinto género. Cabe destacar de ellas The Night of January 16th (1935), Anthem (1938), The Unconquered (1940), Atlas Shrugged (1957), The Virtue of Selfishness (1965) y Capitalism: The Unknown Ideal (1966).

Al referirse a nuestra autora la revista House and Garden escribió:

«Cuando acababa de llegar a América la rusa Ayn Rand solía quedarse parada contemplando la acerada armatosta de los rascacielos de Manhattan. Luego, la hemos descubierto en California, habiendo escogido para vivir y escribir una casita toda ella de acero, de elementales formas y colores dinámicos. Casa envuelta por la florescencia de tupidas plantas y arbustos, y de exóticos árboles.» Es desde esta vivienda que la propia escritora ha escrito una carta abierta a los lectores de sus novelas: «Cuando me interrogan acerca de mi persona, siento la tentación de decir parafraseando a Roark: "No me pregunten sobre mí misma, mi familia, mi infancia, mis amigos ni mis sentimientos. Pregúntenme acerca de las cosas que pienso." Es el contenido del pensamiento de una persona, no sus detalles accidentales, lo que determina su carácter. Mi carácter, lo que me es más propio, está en las páginas de mis novelas.» Sin embargo, Ayn Rand añade: «.Decidí ser escritora a la edad de nueve años, formalmente consciente. Recuerdo el día y la hora. Y no me asustó nada el penosa trabajo de describir a la gente que veía pasar por delante de la puerta de mi casa. Pero, inventar personajes que hicieran algo frente a la puerta de mi casa, sí que sentí que no podría hacerlo nunca… Salí de casa el día que me vi ya lo suficiente crecida y con fuerzas para valerme por mí misma. Mi vida ha sido "simplemente andada", sin ningún deseo de abrirme tal o cual camino, sin ningún propósito preconcebido. No tengo "hobbies". Tengo pocos amigos. No me gusta "ir por ahí". Soy dura e intolerable -conmigo y con los demás-cuando estoy absorbida largamente por mi trabajo. Nada me importa tanto como mi labor. La única excepción en este caso es mi marido, Frank O'Conner… El es el mejor guía y tutor que existe en cuanto puedo yo hacer para describir lo real y existente de la vida. Nunca me he ocupado en estudiar los medios para escribir bien ni he adoptado método alguno de fórmulas literarias. Cierto es que recibí una educación escolar, pero todo cuanto he aprendido y que me es útil, lo aprendí por mí misma y siguiendo mi propio camino. No me propuse ser una escritora profesional hasta el día que me sentí hecha para ello y lo suficientemente curtida para lograrlo. Así fue como vendí mi primer guión cinematográfico, como se estrenó mi primera obra teatral y se publicó mi primera novela, inmediatamente de darlas por terminadas, respectivamente. El primer guión, es el llamado Red Pawn y fue adquirido por la Universal Pictures. La pieza teatral, fue The Night of January 16th, la cual se representó en Broadway durante la temporada 1935-1936. La novela, We, the Living (Los que vivimos), se publicó en 1936.»

Asimismo escribe en la carta en cuestión: «Sí, tuve que luchar duramente antes, entre y después de estos éxitos. Empecé teniendo que ganarme la vida, no sólo pensando en el dinero suficiente para ello, sino en el tiempo que necesitaba para escribir, aunque fuera agotándome en horas extraordinarias. He hecho toda clase de trabajos. He servido como criada en casas particulares, he sido oficinista en un despacho comercial, y empleada en una productora cinematográfica, en la que acabé como lectora y correctora de guiones. Aun cuando no llegué a estabilizarme en ninguno de estos empleos, sí que me sirvieron como ayuda temporal para poder escribir mis primeras obras.» La escritora termina su carta a sus lectores haciendo constar que, más que a las críticas favorables de los comentaristas y las polémicas que suscitaron en un principio sus obras, el éxito de ellas se debe al hecho de que cada lector que se sumaba a sus seguidores, se convertía en un propagandista suyo. Por lo general, se consideraban descubridores de un nuevo e importante autor que no dejaban de recomendar a sus familiares y amigos. Así fue como, según hace constar la propia Ayn Rand, adquirió la gran popularidad de que goza.

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