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– Irina, deseo hablarte -dijo Víctor cuando se hubo marchado Sasha.

– ¿De qué se trata?

– Quisiera hablarte a solas.

– Papá puede oír todo cuanto tengas que decirme.

– Muy bien. Se trata de ese hombre -dijo Víctor señalando la puerta por donde Sasha acababa de salir.

– ¿Sí?

– Espero que te darás cuenta de lo infernal de esta situación.

– ¿De qué situación?

– ¿Tienes idea de la índole de hombre con quien andas en amoríos?

– No se trata de amoríos. Sasha y yo estamos prometidos.

Víctor dio un salto hacia delante, abrió la boca, la volvió a cerrar y luego dijo lentamente, haciendo un esfuerzo por contener su ira:

– Irina, esto es absolutamente imposible.

Irina estaba frente a él, mirándole con ojos firmes y amenazadores, y su rostro expresaba el más profundo desdén. Se limitó a preguntarle'

– ¿Ah, sí? ¿Por qué?

Víctor se inclinó hacia ella y le dijo, temblándole los labios:

– Óyeme. Es inútil que lo niegues. Sé quién es tu Sasha Chernov. Está engolfado hasta el cuello en conspiraciones contrarrevolucionarias. No me importa. Pero no pasará mucho tiempo sin que se enteren los demás miembros del Partido. Ya sabes el fin que aguarda a los jóvenes brillantes de este tipo. ¿Crees que yo soportaré que mi hermana se case con un contrarrevolucionario? ¿Qué consecuencias crees tú que puede tener una cosa semejante para mi posición en el Partido?

– Lo que esto pueda significar para ti y para tu Partido -dijo Irina con estudiada frialdad- me importa menos que las suciedades que pueda hacer el gato en la escalera del servicio.

– Irina… -balbució Vasili Ivanovitch.

Víctor se volvió bruscamente hacia él.

– Díselo tú -gritó-, ya es bastante difícil lograr algo con esta piedra de mi familia colgada al cuello. Os.podéis ir todos al infierno, tan noblemente como queráis, si eso os gusta, pero por mi parte no estoy dispuesto a dejarme arrastrar con vosotros.

– Pero, Víctor -dijo con calma Vasili Ivanovitch-, ni tú ni yo podemos hacer nada. Tu hermana le quiere. Y ella tiene también derecho a su parte de felicidad. ¡Dios sabe que le ha tocado poca durante estos últimos años!

– Si tanto miedo tienes por tu maldita situación en el Partido -dijo Irina- me iré de aquí. Gano lo bastante por mí misma para poder morir de hambre a gusto mío con un salario de esos que tus organizaciones rojas consideran suficientes para vivir. Y te advierto que me habría marchado ya si no fuera por papá y por Asha.

– Irina… -gimió su padre-, ¡ tú no harás eso!

– En otras palabras -concluyó Víctor-, ¿te niegas a deshacerte de este insignificante boquirrubio?

– Y me niego a discutir contigo sobre el particular -añadió Irina.

– Está muy bien. Ya te he advertido.

– Víctor -gritó Vasili Ivanovitch-, no… no vas a hacer nada contra Sasha.

– No te preocupes, no lo hará -silbó Irina-. Sería demasiado comprometedor para su posición en el Partido.

Kira se encontró por la calle con Vava Milovskaia y apenas la reconoció. Fue Vava quien se acercó a ella murmurando:

– ¿Cómo estás, Kira?

Vava llevaba un viejo sombrero de fieltro hecho con uno de su padre, con un ala arrugada que parecía llevar mucho tiempo sin que la cepillaran. Un rizo negro le caía sobre la mejilla derecha y la boca estaba pintarrajeada de cualquier modo con un lápiz de mala calidad. Su nariz relucía, y oscuras ojeras bordeaban sus ojos: sus párpados estaban hinchados y su mirada parecía indiferente, como si hubiera envejecido muchos años.

– ¿Cómo te va? ¡Cuánto tiempo sin verte! -dijo Kira.

– Me he… me he casado, Kira.

– Te… te felicito, Vava. ¿Cuándo ha sido?

– Gracias. Hace dos semanas. Y luego murmuró mirando a la calle:

– Yo no… no hemos querido dar publicidad a la boda. Por eso no invitamos más que a los padres. Fue un matrimonio religioso, ¿comprendes? Y Kolya no quería que se supiera en su oficina.

– ¿Kolya?

– Sí… Kolya Smiatkin; probablemente le recordarás. Lo encontraste en aquella fiesta en casa, aunque… Y ahí me tienes convertida en la ciudadana Smiatkina. El trabaja en el Trust del Tabaco, y no tiene ninguna gran situación, si bien espera ascender pronto… es muy bueno… ¡y me quiere tanto…! ¿Por qué no había de casarme con él?

– No he dicho que no debieras hacerlo, Vava.

– ¿Qué podía esperar? ¿Qué podemos hacer de nosotras en estos tiempos, si no es… si no es…? Lo que más te agradezco, Kira, es que eres la primera persona que no me ha deseado felicidades.

– ¡Claro está que te las deseo!

– Bien, pues soy feliz -y sacudió la cabeza con aire de desafío-. Soy completamente feliz y estoy satisfecha.

– Lo celebro, Vava.

La mano de ésta, enfundada en un guante raído, se posó sobre el brazo de Kira. Vava dudó como si la presencia de la otra le desagradase, pero luego oprimió el brazo, como si temiera que se alejara y ella quisiera agarrarse desesperadamente a algo que no quería expresar. Luego susurró mirando a otro lado:

– ¿Crees… que él es feliz, Kira?

– Víctor no es hombre para preocuparse por la felicidad -repuso Kira con calma.

– No me dolería… -murmuró Vava-, no me dolería si ella fuese hermosa, pero la he visto… En fin, todo eso ya no me importa. En absoluto. Quisiera que fueras a verme, Kira, tú y Leo. Pero… pero no tenemos casa todavía. Me fui a vivir a casa de Kolya, porque… porque… mi cuarto… papá no me aprueba, ¿comprendes? De modo que decidí marcharme. Y el cuarto de Kolya es una exdespensa de un gran piso, y es tan pequeño que… en fin, cuando tenga casa espero verte. Tengo que marcharme, ahora. Adiós, Kira.

– Adiós, Vava.

– No está -dijo la mujer de cabellos grises.

– Le aguardaré -replicó la camarada Sonia.

La mujer se apoyó primero sobre un pie, luego sobre el otro y dijo, después de morderse los labios:

– No sé cómo podrá usted hacerlo, ciudadana. No hay salón. Y no soy más que una vecina del ciudadano Syerov, y mi casa…

– Aguardaré en el cuarto del camarada Syerov.

– Pero, ciudadana…

– He dicho que aguardaré en el cuarto del camarada Syerov.

La camarada Sonia se fue resueltamente corredor abajo. La vieja la seguía sacudiendo la cabeza con aire contrariado, observando el rápido taconeo de sus zapatos bajos y masculinos.

Al verla entrar, Pavel Syerov se puso en pie de un salto. Abrió los brazos en un gesto de sorpresa y de bienvenida.

– ¡Queridísima Sonia! -dijo riendo muy fuerte-. ¿Tú aquí? Lo siento mucho, querida… Había dado orden de que no me estorbaran, pero de haber sabido que se trataba de ti…

– Está bien. -La camarada Sonia no le dejó seguir. Arrojó sobre la mesa una pesada cartera y se desabrochó el abrigo mientras se quitaba también una gruesa bufanda masculina. Miró a su reloj de pulsera y dijo:

– Tengo media hora. Luego me voy al Centro. Hoy inauguraremos la casa-cuna Lenin. Necesitaba verte para una cosa importante.

Syerov le ofreció una silla y se puso la chaqueta, ajustándose la corbata ante el espejo, dándose algunos toques al peinado y sonriendo con aire deferente.

– Pavel -dijo Sonia-, vamos a tener un hijo.

Las manos de Syerov cayeron a lo largo de su cuerpo y se quedó con la boca abierta. -Un…

– Un hijo -repitió con firmeza la camarada Sonia.

– Pero…

– Lo sé hace tres meses ya -añadió ella.

– ¿Y por qué no lo dijiste antes?

– No estaba segura.

– Pero, ¡rayos!, ¿por qué no…?

– Era demasiado tarde.

El se dejó caer sobre una silla y la contempló, estupefacto de su calma.

– ¿Estás segura de que es mío? -preguntó con voz ronca.

– Pavel -dijo ella sin levantar la voz-, me estás insultando.

Pavel se puso en pie, fue hasta la puerta, volvió, se sentó y volvió luego a sentarse.

– ¿Y qué diablos vamos a hacer?

– Casarnos, Pavel.

El se inclinó hacia ella, cerrando los puños sobre la mesa.

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