Albert sabía ahora cosas que antes ni siquiera sospechó. Procesos desconocidos de la mente humana, sucesos inexplicables, fuerzas más allá de lo explorado. Todo ello estimulante a la par que sobrecogedor. Pero siempre con la mirada puesta en el Altísimo, como muestras de su infinito poder y de su escritura recta en renglones torcidos. Todo lleva hacia Dios y todo participa de su Gloria, era lo que Albert Cloister pensaba. En aquella ocasión, sin embargo, un desasosiego profundo le impedía lograr la paz de espíritu en este mundo de guerra permanente; algo que siempre había logrado por encima de todo el dolor y los percances, de las dificultades o el peligro.
Ahora, y por primera vez, tenía auténtico miedo. Había visto el horror, pero siempre había podido encontrar una explicación. Ahora estaba desconcertado. La falta de razón de lo que veía le producía desasosiego y, sobre todo, miedo.
Tras unos minutos de oración en la nave central de Notre Dame, salió afuera y paseó largamente a orillas del Sena. Sumido en sus reflexiones, atravesó el Pont-au-Change y siguió caminando más allá de la lie de la Cité y de la lie Saint-Louis, en dirección sureste hacia la estación de Austerlitz. Necesitaba aclarar sus ideas. Aquellos huesos rotos del cura español, aquellos huesos rotos de la anciana que acababa de entrevistar… El dolor, las visiones terribles y ese hecho tan especial tenían que estar de algún modo conectados. «TODO ES INFIERNO.» ¿Qué significaba realmente esta frase? ¿Es el mundo un infierno y, tras la muerte, nos espera otra condenación, otro infierno? ¿Acaso Dios había renegado de sus criaturas por sus pecados y, cansado de perdonar, las condenaba sin misericordia? Pero… ¿y los justos? ¿Y los buenos?
En su portafolios de piel llevaba tres informes indirectamente relacionados con el caso que acababa de investigar. Todos ellos correspondían a personas con experiencias próximas a la muerte que habían visto, como la anciana dama francesa, algo más que la luz blanca que atrae pacíficamente a las almas. Algo maligno. Esta clase de experiencias correspondía aproximadamente a una de cada veinte, es decir, un cinco por ciento del total. En los reportajes de televisión sobre las experiencias cercanas a la muerte, o ECM, no solían incluirlas. A la gente no le gusta pasar miedo con cosas reales. Y a todos nos espera la muerte, tarde o temprano, quizá a la vuelta de la esquina. Es algo que la mayoría prefiere no pensar siquiera, aunque sea inevitable. O precisamente por eso.
Pero, en los casos que Cloister llevaba en su portafolios, ninguno de los entrevistados había despertado con los huesos rotos, ni había vuelto a la vida con lesiones inexplicables. Habían sido elegidos porque mostraban una presencia del mal muy acusada, incluso más de lo habitual en las experiencias negativas que componían ese cinco por ciento inquietante. Se trataba de personas normales. No había aparente explicación a sus visiones, como no hubo profanación en el caso del cura español ni la anciana sufrió en el hospital el ataque de ningún demente. Ambas cosas eran imposibles. Cloister se lo había repetido mil veces. Sólo se le ocurría que estas personas hubieran llegado más lejos en su viaje al otro lado. Tan lejos que incluso habían traído un daño físico al regresar… Pero eso era sólo una conjetura.
El padre Cloister se sentó en un banco junto al río. Estaba dejando de fumar, lo que no le resultaba nada fácil en ese momento. Se puso en la boca un chicle de nicotina y empezó a mascarlo mientras sacaba los informes de la cartera. Los colocó en orden de antigüedad: Marcial Bernárdez, jardinero peruano, año 1993; Edith Sommerfeld, ama de casa austríaca, año 1998; y Evelyn Taylor, directora de una agencia de modelos neoyorquina, año 2001.
MARCIAL BERNÁRDEZ MENA
Ciudad de Lima, Perú.
Jardinero al servicio del Estado.
Suceso acontecido el día 5 de febrero de 1993.
Entrevistado el día 28 de agosto de 1993.
Edad en el momento del suceso: 39 años.
Causa de su experiencia próxima a la muerte: Tras el accidente provocado por un corrimiento de tierras, por cuya causa el automóvil en que viajaba una cuadrilla de jardineros se despeñó, Marcial Bernárdez, que se encontraba entre ellos, se seccionó la columna vertebral. Inmovilizado por sus compañeros, la unidad de rescate tardó varias horas en llegar. Marcial Bernárdez sufrió un infarto durante el traslado al hospital y estuvo media hora sin pulso, bajo maniobras de resucitación llevadas a cabo por el equipo médico. Se le dio por muerto, pero aproximadamente una hora después, su corazón respondió de un modo espontáneo.
Extracto de su declaración: Después de la pérdida total de conciencia, la negrura absoluta invadió sus sentidos.
El entrevistado describió esa situación como un «pozo profundo». Sin percepción temporal, transcurrido un tiempo indeterminado, comienza a regresar, o eso es lo que él siente. Le parece escuchar sonidos y captar imágenes. Ve ante sí un túnel de paredes oscuras con una luz blanca al fondo, hacia arriba, con destellos. Un susurro, que lo inunda todo, lo llama y le pide que se acerque a la luz. Él lo hace, confiado. La aflicción de su espíritu ha desaparecido. Camina sin caminar, de un modo sutil, irreal. Alcanza una especie de disco blanco y lo atraviesa. El susurro amigable se convierte en un grito desgarrado. La luz disminuye y se torna roja. Ya no lo ciega, sino que puede ver desde una especie de atalaya… Lo que contempla le llena de pavor y lo estremece. Es algo que no se puede describir por comparación con lo conocido: sufrimiento sin forma, destellos que parecen convertirse en bocas anhelando la salvación. Y una sombra oculta entre las sombras. Ahí termina su experiencia. Al regresar sólo recuerda ese final, pero, sin saber por qué, está seguro de que hubo algo más.
EDITH FOERSTER-SOMMERFELD
Ciudad de Linz, Austria.
Ama de casa, antigua dependienta de una floristería.
Suceso acontecido el día 31 de enero de 1998.
Entrevistada el día 15 de marzo de 1998.
Edad en el momento del suceso: 60 años.
Causa de su experiencia próxima a la muerte: Paro cardíaco producido por una descarga eléctrica en la cocina de su casa, estando sola hasta que fue hallada por uno de sus hijos a la hora de comer. Tiempo sin pulso, indeterminado. Seguramente estuvo así varias horas, pero se dio una circunstancia inusual. Al caer en la cocina, golpeó la puerta que daba al patio trasero de la casa y ésta se abrió. Cuando la encontraron, la temperatura de la estancia era próxima a los cero grados. La posible influencia de este hecho no ha sido aclarada satisfactoriamente por los facultativos.
Extracto de su declaración: Queda sumida en la oscuridad total de un modo repentino, seguido de una especie de destello, seguramente propiciado por el shock eléctrico. Después, de un modo que podría definirse como «a cámara lenta», se va haciendo una tenue y nebulosa luz, y van desfilando familiares y amigos de la accidentada, ya fallecidos. La sensación no es de miedo, ni de euforia. Antes bien, el espíritu de la señora Sommerfeld se halla en un estado de ausencia de emociones. Esto varía cuando, de pronto, la luz aumenta y se focaliza en un punto. Se forma un túnel hacia él. Ahora la emotividad aflora, el deseo de ir hacia la luz y abandonar el mundo de la vida terrenal, física. Pero una nueva fuerza pugna por evitar ese viaje final: los hijos de la señora, cuya presencia inmaterial hace que el traslado hacia la luz no sea placentero. Sin embargo, ella continúa hasta que un terrible desasosiego se apodera de su espíritu. Ve cuerpos mutilados, deformes. Una presencia maligna concurre a la escena, como un ser de fuego, aunque con forma poco definida, salvo sus ojos. Son ojos inexpresivos, calmos, pero terroríficos. En el último momento, la señora Sommerfeld se vuelve y recibe un renovado impulso hacia sus hijos, que lloran su muerte. Así vuelve a la vida, con la terrible sensación de que los ojos rodeados de fuego esconden un secreto que ella no llegó a conocer, pero que estaba allí y que supera con creces cualquier horror imaginable.