– Con esas mismas depravadas motivaciones en mente, el doctor Delaware solicita ser miembro de la Brigada de Caballeros. Visita La Casa. Le damos una vuelta por aquí. Estudiamos su historial y nuestros tests demuestran que no es apto para ser incluido en nuestra honorable fraternidad. Lo rechazamos. Furioso y frustado al serle negado un suministro de por vida de coñitos sin vello y pequeñas pollitas, le consume la ira.
Detuvo su narración e hizo sonidos burbujeantes.
– Hierve de ira -prosiguió-. Se cuece en su propio fuego. Finalmente, en la cúspide de su enfermiza ira, entra con escalo una noche en La Casa y merodea por sus terrenos, hasta que halla una víctima. Una pobre huerfanita, indefensa, sola en un dormitorio porque está enferma de gripe. El loco pierde el control. La viola, prácticamente la despedaza… la autopsia mostrará un salvajismo poco común, Will. Y toma fotos de su repugnante actuación. Un crimen asqueroso. Mientras la niña grita, gimiendo por salvar su vida, nosotros… tú y yo, Willie, resulta que por casualidad pasamos cerca. Corremos en su ayuda, aunque ya es demasido tarde. La niña ha sucumbido.
«Contemplamos la carnicería que hay ante nosotros con horror y repugnancia. Delaware, descubierto, se alza contra nosotros, con un arma en la mano. Heroicamente luchamos hasta derribarlo al suelo, tratamos de arrancarle el arma y, en el forcejeo, el asesino recibe una herida mortal. Los chicos buenos ganan, y la paz regresa al valle.»
– Amén -dije.
Me ignoró.
– No está mal, ¿eh, Will?
– Gus, no saldrá bien – Towle se interpuso de nuevo entre nosotros -. Lo sabe todo… lo de la maestra y el niño aquel, Nemeth…
– Silencio. Funcionará. El pasado es el mejor portento del futuro. Hemos tenido éxito antes, y seguiremos triunfando.
– Gus…
– ¡Silencio! ¡No te estoy preguntando tu opinión, te estoy dando una orden: desnúdala!
Me incorporé sobre mis codos y hablé a pesar de mi mandíbula hinchada y dolorida, luchando por hallar sentido en lo que iba diciendo, al tiempo que lo decía:
– ¿Qué les parecería otro guión? Éste se titula: «La gran mentira.» Trata de un hombre que se cree que ha asesinado a su esposa e hijo y que le entrega su vida entera a un chantajista…
– Cállese – McCaffrey avanzó hacia mí. Towle le cortó el camino, apuntando la 38 al medio kilómetro cuadrado de grasa cubierta de verde. Eran tablas.
– Quiero oír lo que tiene que decir, Gus. Las cosas me confunden. Las cosas me duelen. Quiero que me lo explique…
– Piense -le dije, hablando tan rápido como me lo permitía el dolor-. ¿Comprobó el cuerpo de Willie hijo para ver si realmente estaba muerto? No. Él lo hizo. Él le dijo que su hijo estaba muerto, que usted lo había asesinado; pero, ¿hallaron el cadáver? ¿Llegó usted a ver el cadáver?
El rostro de Towle se crispó por la concentración. Estaba resbalando, perdiendo su asidero a la realidad, pero clavando sus uñas en ella, tratando de seguir agarrado…
– No… no lo sé. Willie estaba muerto. Ellos me lo dijeron. Las mareas…
– Quizá, pero piense: era una oportunidad maravillosa para ellos. La muerte de Lilah no le hubiera traído nada más grave que la acusación de homicidio involuntario. En aquellos días ni siquiera se tomaban en serio la violencia doméstica. Y con los abogados que hubiera contratado su familia, quizá incluso hubiera salido en libertad condicional. Pero dos muertes, especialmente siendo una la de un niño… eso hubiera sido algo imposible de arreglar. Él necesitaba que usted creyese que su hijo estaba muerto, para poder tenerle bien agarrado.
– Will -le dijo McCaffrey, amenazadoramente.
– No sé… ha pasado tanto tiempo…
– ¡Piense! ¿Le pegó usted lo bastante fuerte como para haberle matado? Quizá no. Use su cerebro. Es un buen cerebro. Antes ha recordado.
– Antes yo tenía un buen cerebro -murmuró.
– ¡Sigue teniéndolo! Recuerde: le pegó a Willie hijo en el lado de la cabeza. ¿En qué lado?
– No lo sé…
– Will, son todo mentiras. Está tratando de envenenarte la mente – McCaffrey buscaba un modo en que hacerme callar, pero la pistola de Towle se alzó y apuntó al lugar en el que una persona normal tendría el corazón.
– ¿Qué lado, doctor? -le urgí.
– Yo soy diestro -me contestó, como si descubriese tal hecho por primera vez -. Uso mi mano derecha. Le golpeé con mi mano derecha… lo estoy viendo… Viene hacia mí desde su dormitorio. Gritando entre llantos por su mami. Viene desde la derecha, se abalanza contra mí. Yo… le golpeo… en su lado derecho. En el lado derecho.
El dolor en mi cabeza convertía el acto de hablar en toda una tortura, pero me aguanté.
– Sí. Exacto. ¡Piense! ¿Qué hubiera pasado si McCaffrey le hubiese engañado… si usted no mató a Willie? Le hizo usted daño, pero sobrevivió. ¿Qué clase de daño, qué tipo de síntomas podrían ser causados por un trauma al hemisferio derecho de un niño en desarrollo?
– Daño cerebral en el hemisferio derecho… la parte derecha del cerebro controla el lado izquierdo del cuerpo – recitó-. Daños al lado derecho del cerebro causan disfunciones en el costado izquierdo del cuerpo…
– Perfecto -le urgí a que siguiera-. Un golpe fuerte al lado derecho del cerebro podría provocar una hemipáresis izquierda. Un lado izquierdo deforme.
– Earl…
– Sí. El cadáver nunca fue hallado, porque el niño nunca murió. McCaffrey le buscó el pulso, se lo halló, le vio a usted en estado de shock por lo que había hecho y se aprovechó de su sentido de culpabilidad. Envolvió ambos cuerpos, con un poco de ayuda de sus amigos. Lilah fue puesta tras el volante de su coche y tirada por el puente de Evergreen. McCaffrey se quedó con el crío. Probablemente le dio algún tipo de ayuda médica, pero no la mejor, pues cualquier doctor respetable habría informado a la policía del incidente. Y tras el funeral desapareció. Éstas fueron sus palabras. Desapareció, porque tenía que hacerlo. Se llevó al niño consigo. Se lo llevó a Méjico, Dios sabe a dónde, le cambió el nombre y lo transformó de ser el hijo de usted en el tipo de persona que resultaría de ser criada por un monstruo como es él. Lo convirtió en su robot.
– Earl… Willie hijo -el ceño de Towle se frunció.
– ¡Ridículo! ¡Apártate de en medio, Will! ¡Te lo ordeno!
– Es la verdad -pronuncié por entre el martilleo de mi cerebro-. Esta noche, antes de que tomase sus pildoras, me dijo que Melody le resultaba familiar. Gírese con cuidado… no deje de apuntarle a él… y déle una mirada a ella, dígame el porqué.
Towle se echó hacia atrás, manteniendo la pistola apuntada a McCaffrey, y le lanzó una rápida mirada a Melody, tras de lo que le dio otra, más larga.
– Se parece -dijo, con voz suave -, se parece a Lilah.
– A su abuela.
– Yo no podía saber…
Naturalmente que no podía. Los Quinn eran pobres, analfabetos, la basura de la sociedad. Protoplasma- que- no- vale- una- mierda. Su punto de vista acerca de la superioridad genética de las clases superiores le hubiera impedido incluso tener fantásticas imaginaciones acerca de una conexión entre ellos y su árbol genealógico. Ahora sus defensas habían caído y las nuevas ideas le estaban golpeando en el consciente, como gotas de ácido: cada punto de contacto se convertía en una herida psíquica. Su hijo había sido un asesino, un hombre condicionado para convertirse en una bestia de las que acechan en la oscuridad de la noche. Y estaba muerto. Su nuera, limitada en el intelecto, una criatura patética y sin defensas. Y estaba muerta. Y su nieta, la niña en la que había llevado a cabo su mal trabajo habitual, medicándola hasta el estupor. Viva, pero no por mucho tiempo.
– Quiere asesinarla. Despedazarla. Ya le ha oído: la autopsia mostrará un salvajismo poco común.
Towle se volvió hacia el hombre de verde.
– Gus… -sollozó.
– Ahora no, Will -le dijo McCaffrey con aire tranquilizador. Y luego le disparó con la 357. La bala le entró en el abdomen y le salió por la espalda, acompañada por una fina lluvia de sangre, carne y lana de cachemir. El cuerpo fue arrojado hacia atrás, cayendo al lado del camastro. El estruendo de la gran pistola hizo eco en la habitación de cemento. Como una tormenta. La niña se despertó y empezó a dar alaridos.