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Ver a Bjurman no le despertó ningún sentimiento en especial: ni rabia, ni odio, ni miedo. Por lo que a Lisbeth respectaba, el mundo sería, sin duda, un lugar mejor sin él, pero el abogado seguía con vida porque ella había decidido que así le era más útil. Desplazó la mirada hasta un hombre que se hallaba situado frente a Bjurman y abrió de par en par los ojos cuando aquél se levantó. Clic.

Era muy corpulento: medía, como poco, dos metros, y estaba muy musculado. Excepcionalmente musculado. Aunque tenía una cara delicada y el pelo rubio y rapado, en conjunto daba una impresión muy potente.

Lisbeth vio que el gigante rubio se inclinaba hacia delante y le decía unas palabras a Bjurman, quien movió afirmativamente la cabeza. Se dieron la mano y Lisbeth advirtió que el abogado retiró muy rápido la suya.

«¿Quién coño eres tú y qué tienes que ver con Bjurman?»

Lisbeth se alejó apresuradamente por la calle y se detuvo frente a un quiosco donde vendían tabaco y prensa. Observaba los titulares de los periódicos cuando el rubio salió del Hedon y, sin mirar a su alrededor, giró a la izquierda. Pasó a menos de treinta centímetros de la espalda de Lisbeth. Esta le dio quince metros de ventaja antes de seguirlo.

No fue un paseo muy largo. El gigante rubio se metió en la boca de metro más cercana, en Birger Jarlsgatan, y compró un billete en la taquilla. Se puso en el andén que llevaba al sur -adonde Lisbeth se dirigía de todas maneras- y subió al tren que iba a Norsborg. Se bajó en Slussen e hizo trasbordo a la línea verde, con dirección a Farsta, pero se apeó en Skanstull y caminó hasta el Blombergs Kafé de Götgatan.

Lisbeth Salander se quedó fuera. Observó pensativamente al hombre con el que el gigante rubio se había sentado. Clic. Constató en seguida que estaban tramando algo. El otro tipo tenía sobrepeso, la cara delgaducha y una gran barriga cervecera. Llevaba el pelo recogido en una coleta y un bigote rubio. Vestía vaqueros negros y cazadora vaquera, y calzaba botas de tacón alto. En la mano derecha lucía un tatuaje cuyo motivo Lisbeth no pudo distinguir. En el brazo, por encima del codo, llevaba una cadena de oro. Fumaba Lucky Strike. Tenía una mirada intensa, como la de alguien que se mete de todo con frecuencia. Lisbeth también apreció un chaleco por debajo de la cazadora. Aunque no pudo vérselo del todo, dedujo que el tipo era un motero.

El gigante rubio no tomó nada. Daba la sensación de estar explicando algo. El hombre de la cazadora vaquera asentía a intervalos regulares pero no parecía intervenir en la conversación. Lisbeth se recordó a sí misma que algún día tenía que decidirse y comprar un micrófono ultrasensible de largo alcance.

Apenas cinco minutos después, el gigante rubio se levantó y abandonó el Blombergs Kafé. Lisbeth retrocedió unos pasos pero él ni siquiera miró hacia donde ella estaba. Caminó cuarenta metros, dobló la esquina y subió por unas escaleras hasta Allhelgonagatan, donde se acercó a un Volvo blanco y abrió la puerta. Arrancó y, realizando un prudente giro, salió a la calle. Lisbeth tuvo el tiempo justo de ver la matrícula antes de que desapareciera en el siguiente cruce.

Dio media vuelta y se apresuró a volver al Blombergs Kafé. No se había ausentado ni tres minutos pero la mesa ya se encontraba vacía. Se volvió y escudriñó la acera a un lado y otro sin descubrir al hombre de la coleta. Luego miró enfrente y lo divisó justo cuando abría la puerta de un McDonald's.

Tuvo que entrar. Se hallaba sentado al fondo, en compañía de otro tipo vestido de modo similar. Éste llevaba el chaleco por fuera de la cazadora vaquera. Lisbeth leyó las palabras: «SVAVELSJÖ MC». El dibujo representaba una estilizada rueda de moto que se parecía a una cruz celta con un hacha.

Lisbeth abandonó el McDonald's y, antes de echar a andar en dirección norte, se quedó indecisa en Götgatan un par de minutos. Tuvo la sensación de que todo su sistema de vigilancia interno se había puesto, de repente, en alerta máxima.

Lisbeth se detuvo en el 7-Eleven e hizo la compra semanal, a saber: un pack grande de Billys Pan Pizza, tres paquetes de gratén de pescado congelado, tres pasteles de beicon, un kilo de manzanas, dos barras de pan, medio kilo de queso, leche, café, un cartón de Marlboro Light y los periódicos de la tarde. Subió a Mosebacke por Svartensgatan y tuvo mucho cuidado en mirar a su alrededor antes de marcar el código del portal del inmueble de Fiskargatan. Metió uno de los pasteles de beicon en el microondas y bebió leche directamente del cartón. Encendió la cafetera eléctrica y luego se sentó ante el ordenador, donde abrió Asphyxia 1.3 y entró en la copia del disco duro del abogado Bjurman. Pasó media hora repasando detenidamente su contenido.

No encontró nada de interés. Bjurman no parecía usar su correo electrónico con mucha frecuencia y Lisbeth sólo halló una docena de breves mensajes personales procedentes de o enviados a conocidos. Ninguno estaba relacionado con ella.

Se topó con una nueva carpeta de fotos de porno duro que indicaba que seguía teniendo interés por mujeres humilladas de forma sádica. En realidad eso no constituía ninguna violación a la regla impuesta por Lisbeth que le prohibía relacionarse con mujeres.

Abrió la carpeta que contenía documentos sobre el cometido de Bjurman como administrador de Lisbeth Salander y leyó minuciosamente cada informe mensual. Se correspondían escrupulosamente con las copias que ella le había instado a mandar, mes a mes, a una de sus numerosas direcciones de hotmail. Todo normal.

Excepto, tal vez, una cosa… Al consultar las propiedades de los documentos de Word relativos a los distintos informes mensuales, Lisbeth pudo constatar que solía crearlos en los primeros días del mes, que tardaba una media de cuatro horas y que los enviaba puntualmente a la comisión de tutelaje el día veinte. Ahora se encontraban a mediados de marzo y todavía no había empezado a redactar el correspondiente informe. «¿Un descuido? ¿Retraso? ¿Está tramando algo?» Una arruga apareció en el ceño de Lisbeth.

Apagó el ordenador, se sentó en el vano de la ventana y abrió la pitillera que Mimmi le había regalado. Encendió un cigarrillo y dirigió la vista a la oscuridad. Había descuidado el control de Bjurman. «Es más escurridizo que una anguila.»

La invadió una profunda inquietud. «Primero el Kalle Blomkvist de los Cojones, luego el nombre de Zala y ahora el Jodido Cerdo y Asqueroso Nils Bjurman en compañía de un macho alfa hinchado de anabolizantes y con contactos con un club de outlaws.» En apenas unos días varios trastornos se habían alterado en la ordenada vida que Lisbeth Salander intentaba crear a su alrededor.

A las dos y media de esa misma madrugada, Lisbeth Salander introdujo la llave en la cerradura del portal del inmueble de Upplandsgatan, cerca de Odenplan, donde vivía el abogado Nils Bjurman. Se detuvo ante su puerta, empujó con sumo cuidado la trampilla del buzón y deslizó un micrófono ultrasensible que había comprado en el Counterspy Shop de Mayfair, Londres. Resulta que se trataba de la misma tienda donde Ebbe Carlsson, del que ella nunca había oído hablar, adquirió aquel famoso equipo de escuchas que a finales de los años ochenta ocasionara la precipitada dimisión del ministro de Justicia. Lisbeth se colocó el auricular y ajustó el volumen.

Oyó el apagado runrún de una nevera y el agudo tictac de, al menos, dos relojes, uno de los cuales era de pared y se hallaba en el salón, a la izquierda de la puerta de entrada. Reguló el volumen y se puso a escuchar conteniendo la respiración. Percibió todo tipo de crujidos y chirridos en el inmueble, pero nada que detectara actividad humana. Tardó un minuto en apreciar e identificar el débil sonido de una respiración profunda y constante.

Nils Bjurman estaba durmiendo.

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