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Adquirió unos robustos zapatos de invierno en Din Sko y dos pares más finos para estar por casa. También se llevó, por impulso, unas botas negras de tacón que la hacían unos cuantos centímetros más alta. Se hizo, además, con una buena cazadora de invierno de ante marrón.

Llevó las compras a casa y, antes de ir a Ringen para devolver el coche alquilado, se preparó un café y unos sándwiches. Regresó andando y pasó el resto de la tarde sentada en el vano de la ventana, contemplando la bahía de Saltsjön.

Mia Bergman, doctoranda en criminología, cortó la tarta de queso y la decoró con un trozo de helado de frambuesa. Antes de poner un plato para Dag Svensson y otro para ella, sirvió a Erika Berger y Mikael Blomkvist. Malin Eriksson se había negado rotundamente a tomar postre, así que se contentó con un café solo en una peculiar taza de porcelana, decorada a la antigua, con flores.

– Era la vajilla de mi abuela materna -dijo Mia Bergman al ver que Malin examinaba la taza.

– Le da pánico que se rompa alguna de las piezas -apostilló Dag Svensson-. Sólo la saca cuando tenemos visitas muy distinguidas.

Mia Bergman sonrió.

– Me crié en casa de mi abuela durante muchos años y esto es prácticamente lo único que me queda de ella.

– Son preciosas -dijo Malin-. Mi cocina es cien por cien Ikea.

Mikael Blomkvist pasó de las tazas floreadas y, en su lugar, observó con ojos críticos el plato con la tarta de queso. Pensó si no debería aflojarse el cinturón un agujero. Al parecer, Erika Berger compartía la misma sensación.

– Dios mío, yo también debería haber renunciado al postre -dijo como disculpándose mientras miraba de reojo a Malin Eriksson antes de coger la cuchara con decisión.

En realidad no iba a ser más que una sencilla cena de trabajo para, por una parte, dejar asentadas las premisas de la colaboración y, por otra, seguir hablando del número temático de Millennium. Dag Svensson había propuesto que fueran a cenar a su casa y Mia Bergman sirvió el mejor pollo en salsa agridulce que Mikael había probado en su vida. Lo regaron con dos botellas de un vino tinto español con mucho cuerpo y, llegados al postre, Dag Svensson preguntó si a alguien le apetecía un poco de Tullamore Dew. Svensson procedió a sacar unos vasos. Sólo Erika Berger fue lo suficientemente tonta como para declinar la oferta.

Dag Svensson y Mia Bergman vivían en Enskede, en un apartamento de un dormitorio. Llevaban saliendo un par de años, y hacía uno que tomaron la decisión de irse a vivir juntos.

Habían quedado sobre las seis. Cuando se sirvió el postre ya eran las ocho y media y todavía no se había dicho ni una sola palabra sobre el verdadero objetivo de la cena. Sin embargo, Mikael había descubierto que Dag Svensson y Mia Bergman le caían bien y que se encontraba muy a gusto en su compañía.

Fue Erika Berger quien, finalmente, dirigió la conversación hacia el tema por el que se habían reunido. Mia Bergman sacó una copia impresa de su tesis y la puso encima de la mesa. Tenía un título sorprendentemente irónico -From Russia with Love- que, evidentemente, hacía alusión al clásico libro de Ian Fleming. El subtítulo era Trafficking, crimen organizado y las medidas tomadas por la sociedad.

– Debéis diferenciar mi tesis del libro que Dag está escribiendo -dijo-. El libro es una agitadora versión centrada en los que se benefician del trafficking. Mi tesis está compuesta por estadísticas, estudios de campo, leyes y por un análisis de cómo la sociedad y los tribunales tratan a las víctimas.

– Es decir, a las chicas.

– Chicas jóvenes, normalmente de quince a veinte años, pertenecientes a la clase obrera y de bajo nivel educativo. A menudo proceden de familias con situaciones bastante conflictivas y no es raro que, ya en su infancia, hayan sido objeto de algún tipo de abuso. Si vienen a Suecia es, por supuesto, porque alguien las ha engañado y les ha metido un montón de mentiras en la cabeza.

– Los traficantes de sexo.

– En ese sentido hay cierta perspectiva de género en la tesis. Es raro que un investigador pueda determinar, tan nítidamente, los papeles que asume cada sexo. Las chicas, víctimas; los chicos, agresores. Con la excepción de unas pocas mujeres que se benefician del negocio, no existe ninguna otra forma de delincuencia en la que la naturaleza sexual constituya por sí misma una condición para el delito. Tampoco hay otra actividad delictiva donde la aceptación social sea tan grande y donde la sociedad haga tan poco para acabar con ella.

– Si lo he entendido bien, Suecia, a pesar de todo, cuenta con una legislación bastante dura en contra del trafficking y del comercio sexual -dijo Erika.

– No me hagas reír. Cientos de chicas (no existe una estadística exacta) son traídas anualmente a este país para trabajar de putas, cosa que, en este caso, debe entenderse como que entregan su cuerpo para que las violen sistemáticamente. Desde que la ley del trafficking entró en vigor no ha sido aplicada por la justicia más que en contadas ocasiones. La primera vez fue en abril de 2003, en el proceso contra aquella loca madame que se sometió a una operación de cambio de sexo. Como era de esperar, la declararon inocente.

– Espera, yo pensaba que la condenaron.

– Condenaron al burdel, pero a ella la absolvieron de las acusaciones de trafficking. Se dio la circunstancia de que las víctimas también iban a ser las testigos de cargo, pero se quitaron de en medio regresando a los países bálticos. Las autoridades intentaron que vinieran al juicio y fueron buscadas por, entre otros, la Interpol. Tras meses de búsqueda llegaron a la conclusión de que resultaba imposible averiguar su paradero.

– ¿Qué pasó con ellas?

– Nada. El programa de la tele «Insider» retomó el tema y viajó a Tallin. A los reporteros les llevó más o menos una tarde encontrar a dos de las chicas. Vivían en casa de sus padres. La tercera se había mudado a Italia.

– En otras palabras, la policía de Tallin no fue muy eficaz que digamos.

– Desde entonces, la verdad es que hemos tenido un par de sentencias condenatorias, pero siempre a personas que, o bien han sido detenidas por otros delitos, o bien han sido tan tremendamente estúpidas que resultó imposible no detenerlas. La ley no es más que fachada. No se aplica.

– Vale.

– El problema es que, en este caso, los delitos imputados suelen ser violación con agravantes, a menudo combinada con malos tratos, malos tratos graves y amenaza de muerte, acompañada, en determinadas ocasiones, de una ilegal y forzosa privación de libertad -añadió Dag Svensson.

– Ésa es la vida diaria de muchas de las jóvenes que, embutidas en una minifalda y maquilladas como puercas, son conducidas a algún chalé de las afueras. Lo que pasa es que las chicas no tienen elección. O van y follan con un tío asqueroso o se arriesgan a ser maltratadas y torturadas por su chulo. No pueden escapar: no hablan el idioma, desconocen las leyes y las normas, y no saben adonde ir. No pueden regresar a casa. Una de las primeras medidas es quitarles el pasaporte. Esa madame incluso las llegó a tener encerradas bajo llave en un apartamento.

– Suena a campo de concentración. ¿Las chicas ganan algo con lo que hacen?

– Sí -contestó Mia Bergman-. Como bálsamo reconfortante reciben una parte del pastel. Por lo general, trabajan unos meses antes de que les permitan volver a su tierra. Normalmente lo hacen con un buen fajo de billetes: veinte mil o, incluso, treinta mil coronas, lo cual en rublos supone una pequeña fortuna. Por desgracia, también han adquirido graves hábitos de consumo de alcohol o drogas, así como un ritmo de vida que se traga el dinero con bastante rapidez. De este modo, el sistema se torna autosuficiente; al cabo de un tiempo regresan para trabajar otra vez en lo mismo y vuelven voluntariamente, por decirlo de alguna manera, con sus torturadores.

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