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Concluido el recorrido se dirigió con su lista a una caja. Pagó con la tarjeta de Wasp Enterprises y se identificó como Irene Nesser. También pagó para que le mandaran los productos a casa y se los montaran. El importe total acabó siendo de más de noventa mil coronas.

A eso de las cinco de la tarde regresó a Södermalm y todavía le dio tiempo a realizar una rápida incursión en Axelssons Hemelektronik, donde adquirió un televisor de dieciocho pulgadas y una radio. Poco antes de la hora de cierre se metió en una tienda de electrodomésticos de Hornsgatan y compró una aspiradora. En Mariahallen compró una fregona, friegasuelos, un cubo, detergente, jabón, unos cuantos cepillos de dientes y un paquete de papel higiénico de tamaño familiar.

Tras su fiebre consumista, estaba agotada pero contenta. Metió todas sus compras en su alquilado Nissan Miera y aterrizó completamente exhausta en la planta superior del Café Java de Hornsgatan. Cogió un periódico vespertino de la mesa de al lado y constató que los social-demócratas seguían gobernando y que, durante su ausencia, nada realmente importante parecía haber sucedido en el país.

Hacia las ocho ya estaba en casa. Al amparo de la oscuridad descargó el coche y subió las compras a V. Kulla. Lo dejó todo amontonado en la entrada y pasó media hora recorriendo las calles del barrio, buscando un lugar donde aparcar. Luego llenó de agua el jacuzzi, donde al menos cabían, holgadamente, tres personas. Pensó por un momento en Mikael Blomkvist. Llevaba meses sin pensar en él. Hasta que vio su carta esa misma mañana. Se preguntó si se encontraría en casa y si estaría con Erika Berger.

Acto seguido, inspiró profundamente, se puso boca abajo y se sumergió en el agua. Se llevó las manos a los pechos y se pellizcó fuertemente los pezones. Contuvo la respiración durante tres minutos hasta que los pulmones empezaron a dolerle.

La redactora Erika Berger miró de reojo el reloj cuando Mikael Blomkvist llegó casi quince minutos tarde a la sagrada reunión de planificación que tenía lugar el segundo martes de cada mes a las diez de la mañana. Era ahí donde se establecían las líneas generales del próximo número y donde, a largo plazo, se tomaban las decisiones referentes al contenido de la revista Millennium.

Mikael Blomkvist pidió perdón por su retraso murmurando una explicación que nadie oyó o que, al menos, luego nadie recordó. Los asistentes eran, aparte de Erika, la secretaria de redacción Malin Eriksson, el socio y jefe de fotografía y maquetación Christer Malm, la reportera Monika Nilsson y los periodistas contratados a tiempo parcial Lottie Karim y Henry Cortez. Mikael Blomkvist comprobó inmediatamente que la chica en prácticas de diecisiete años se encontraba ausente, pero que el grupo de la pequeña mesa de reuniones del despacho de Erika Berger se había incrementado con una cara desconocida. Muy raras veces Erika dejaba entrar a alguien de fuera a las reuniones de planificación de Millennium.

– Este es Dag Svensson -dijo Erika Berger-. Es freelance. Vamos a comprar un texto suyo.

Mikael Blomkvist asintió y le estrechó la mano. Dag Svensson era rubio, con ojos azules, pelo rapado y lucía una barba de tres días. Rondaba los treinta años y parecía hallarse en una forma física insultantemente buena.

– Solemos hacer uno o dos números temáticos al año -prosiguió Erika-. Esta historia la quiero para el número de mayo. La imprenta está reservada para el 27 de abril. Contamos con más de tres meses para tener listos los textos.

– ¿Número temático de qué? -preguntó Mikael mientras se servía café del termo.

– Dag Svensson subió a verme la semana pasada con el borrador de una historia. Le pedí que asistiera a esta reunión. ¿Puedes presentarlo? -dijo Erika a Dag Svensson.

– Trafficking -respondió él-. O sea, trata de blancas. En esta ocasión fundamentalmente de los países bálticos y de la Europa del Este. Si queréis, os cuento la histona desde eì principio. El caso es que estoy escribiendo un libro sobre el tema y como sé que ahora también tenéis una editorial, contacté con Erika.

A todos les hizo gracia el comentario: hasta ese momento, Millennium Forlag sólo había publicado un libro, el ladrillo de Mikael Blomkvist sobre el imperio financiero del multimillonario Hans-Erik Wennerström. El volumen ya llevaba seis ediciones en Suecia y, además, había salido en noruego, alemán e inglés y se estaba traduciendo al francés. El éxito de ventas resultaba incomprensible: todos los detalles de la historia eran ya de dominio público y habían aparecido en innumerables periódicos y revistas.

– Bueno, nuestra actividad editorial no es precisamente muy grande -dijo Mikael prudentemente.

Dag Svensson también acabó sonriendo.

– Eso ya lo sé. Pero tenéis una editorial.

– Las hay mayores -puntualizó Mikael.

– Sin duda -dijo Erika Berger-. Pero llevamos un año entero discutiendo si debemos combinar la edición especializada de libros con nuestra actividad habitual. Lo hemos sometido a debate en dos reuniones de la junta directiva y todo el mundo se ha mostrado a favor. Nos planteamos una labor editorial muy modesta -de tres a cuatro libros por año- que, por lo general, sólo abarcará reportajes sobre distintos temas. En otras palabras, productos típicamente periodísticos. Este libro es un buen comienzo.

– Trafficking -dijo Mikael Blomkvist-. Cuéntanos.

– Llevo cuatro años indagando en el tema. Empezó a interesarme por mi pareja; se llama Mia Bergman y es criminóloga e investigadora de género. Antes trabajaba en el Consejo Nacional para la Prevención de la Delincuencia y ha hecho un informe sobre la ley de comercio sexual.

– La conozco -intervino Mahn Eriksson-. La entrevisté hace dos años, cuando publicó un informe que comparaba el diferente trato que recibían hombres y mujeres en los juzgados.

Sonriendo, Dag Svensson asintió.

– Causó bastante revuelo -añadió-. Pero lleva cinco o seis años investigando el tema del trafficking. Así nos conocimos. Yo andaba metido en una historia sobre el comercio sexual en Internet y alguien me dijo que ella sabía bastante sobre el tema. ¡Y vaya si sabía! En resumidas cuentas: que empezamos a trabajar juntos (yo como periodista y ella como investigadora) y un día comenzamos a salir, y ya hace un año que vivimos bajo el mismo techo. Está terminando su tesis, que defenderá esta primavera.

– Así que anda metida en una tesis doctoral, ¿y tú…?

– Yo, además de mi propia investigación, estoy escribiendo la versión popular de la tesis. Así como otra, reducida, en forma de artículo, que es lo que tiene Erika.

– De acuerdo, trabajáis en equipo. ¿Y cuál es la historia?

– Tenemos un gobierno que ha introducido una severísima ley de comercio sexual, contamos con policías que deben velar por que ésta se cumpla y con jueces que deben condenar a los delincuentes sexuales (llamamos delincuentes a los puteros porque contratar un servicio sexual se considera ahora delito); a esto hay que añadir los indignados y moralizantes textos que, sobre el tema, aparecen en algunos medios de comunicación, etcétera, etcétera. Al mismo tiempo, Suecia es, proporcionalmente, uno de los países que más putas compran, per capita, de Rusia o de los países bálticos.

– ¿Y puedes demostrarlo?

– No es ningún secreto. Ni siquiera es noticia. Lo novedoso es que hemos hablado con una docena de chicas tipo la de Lilja ¿f-ever. La mayoría son jóvenes cuya edad oscila entre los quince y los veinte años. Proceden de la miseria social de uno de esos países del Este y son traídas a Suecia con la promesa de un trabajo, pero caen en las garras de una mafia sexual sin escrúpulos. Algunas de las vivencias personales que han sufrido esas chicas hace que Lilja 4-ever parezca una película para toda la familia. Dicho de otro modo: esas jóvenes han vivido cosas que no podrían contarse en una película.

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