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Sin embargo, la verdadera mina de oro la encontró en dos cuadernos metidos en una caja que acumulaba polvo en el despacho de un funcionario de la comisión de tutelaje. Habían sido escritos por el predecesor de Bjurman, el abogado Holger Palmgren, quien, aparentemente, llegó a conocer a Lisbeth Salander mejor que nadie. Año tras año, Palmgren le había ido entregando religiosamente un breve informe a la comisión, pero Bjurman suponía que Lisbeth Salander desconocía que, al mismo tiempo y con gran diligencia, Palmgren también había anotado sus propias reflexiones en los cuadernos, conformando así una especie de diario. Al parecer, se trataba del material personal de Palmgren que -al sufrir éste la apoplejía, hacía ya dos años- fue a parar a la comisión de tutelaje, donde nadie se había molestado ni siquiera en abrirlos para leer el contenido.

Eran los originales. No existían copias.

Perfecto.

Palmgren ofrecía una imagen de Lisbeth Salander completamente distinta de la que se podía deducir de los informes de los servicios sociales. Él había sido testigo del fatigoso camino que había llevado a convertir a una adolescente e indomable Lisbeth Salander en una joven empleada de la empresa de seguridad Milton Security, un empleo que obtuvo por medio de los contactos de Palmgren. Con un asombro cada vez mayor, Bjurman se había dado cuenta de que Lisbeth Salander no era, en absoluto, una retrasada conserje encargada de hacer fotocopias y preparar café. Todo lo contrario: tenía un trabajo cualificado que consistía en efectuar investigaciones personales para el director de Milton, Dragan Armanskij. Resultaba obvio que Armanskij y Palmgren se conocían y que, de vez en cuando, intercambiaban información sobre su protegida.

Nils Bjurman memorizó el nombre de Dragan Armanskij. De todas las personas que figuraban en la vida de Lisbeth Salander, sólo había dos que, en cierto sentido, daban la impresión de ser sus amigos y parecían considerarla su protegida. Palmgren ya era historia. Armanskij era la única persona que constituía una potencial amenaza. Bjurman decidió mantenerse alejado de Armanskij y no contactar con él.

Los cuadernos le aclararon muchas cosas. De repente, Bjurman entendió cómo Lisbeth Salander sabía tantas cosas de él. Sin embargo, seguía sin comprender cómo se enteró de su visita, sumamente discreta, a esa clínica de cirugía plástica de Francia. No obstante, gran parte del misterio que rodeaba a Salander había desaparecido: husmear en la vida privada de la gente era su trabajo. En seguida empezó a ser más cauteloso con sus propias pesquisas y comprendió que, considerando que Lisbeth Salander podía acceder a su piso, resultaba peligroso guardar allí papeles relacionados con ella. Metió toda la documentación en una caja y se la llevó a la casa de campo que tenía en las afueras de Stallarholmen, donde pasaba cada vez más tiempo, sumido en solitarias cavilaciones.

Cuanto más leía acerca de Lisbeth Salander, más se convencía de que se trataba de una persona patológicamente enferma. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando pensó en que ella le había tenido esposado en su propia cama, completamente expuesto a su voluntad. Bjurman no dudaba de que ella haría realidad su amenaza de matarlo si él la provocara.

Lisbeth carecía de inhibiciones sociales. Se trataba de una maldita y peligrosa psicópata, una enferma mental. Una bomba de relojería. Una puta.

El diario de Holger Palmgren también contribuyó a proporcionarle la clave definitiva. En varias ocasiones, Palmgren había anotado observaciones muy personales sobre las conversaciones mantenidas con Lisbeth Salander. «Un vejete chocho.» En dos casos concretos él se refirió a la expresión «cuando ocurrió Todo Lo Malo». Resultaba obvio que Palmgren la había tomado de Lisbeth Salander pero no quedaba muy claro a qué se refería.

Desconcertado, Bjurman apuntó las palabras «Todo Lo Malo». ¿Los años pasados en casas de acogida? ¿Algún caso particular de abusos? Todo debería estar en la vasta documentación a la que ya tenía acceso.

Abrió el informe de la investigación psiquiátrica forense que se efectuó sobre Lisbeth Salander cuando ésta cumplió dieciocho años, y lo leyó atentamente por quinta o sexta vez. En ese momento se dio cuenta de que tenía una laguna en sus conocimientos sobre ella.

Disponía de algunas partes de su expediente académico, un certificado que establecía que la madre de Lisbeth Salander era incapaz de ocuparse de ella, informes de diversas casas de acogida durante sus años de adolescencia y la investigación psiquiátrica realizada el día de su decimoctavo cumpleaños.

Algo había desencadenado su locura cuando ella contaba, aproximadamente, doce años.

También había otros huecos en su biografía.

Al principio descubrió, para su gran asombro, que Lisbeth Salander tenía una hermana gemela a la que no se aludía en ningún lugar del material del que había dispuesto con anterioridad. «Dios mío, hay dos.» Pero no pudo encontrar ningún apunte sobre el paradero de la hermana.

Se desconocía la identidad del padre y se eludía la explicación de por qué la madre no se pudo ocupar de ella. Antes, Bjurman había dado por sentado que se había debido a una enfermedad y que todas las estancias de Lisbeth en la clínica de psiquiatría infantil fueron motivadas por esa enfermedad. Ahora estaba convencido de que algo le había sucedido a Lisbeth Salander cuando tenía unos doce o trece años. «Todo Lo Malo.» Un trauma. Pero en ningún sitio quedaba claro en qué consistía Todo Lo Malo.

En el informe psiquiátrico forense encontró finalmente una referencia a un anexo que faltaba: el número de registro de una investigación policial fechada el 12 de marzo de 1991. El número estaba apuntado a mano en un margen de la copia que él había extraído de los archivos de los servicios sociales. Pero al intentar pedirlo tocó hueso. La investigación había sido declarada confidencial por Real Decreto. Podía recurrir al gobierno.

Nils Bjurman se quedó perplejo. Que una investigación policial relacionada con una niña de doce años fuera clasificada como secreta no resultaba en sí sorprendente; era normal por respeto a su integridad personal. Pero él era el administrador de Lisbeth Salander y tenía derecho a pedir cualquier documentación sobre ella. No comprendía por qué una investigación había sido clasificada con un grado de confidencialidad tan elevado como para verse obligado a recurrir al gobierno para tener acceso a la misma.

Automáticamente entregó una solicitud. Tardaron dos meses en tramitarla. Para su asombro le fue denegada. No le entraba en la cabeza qué podía haber en una investigación de hacía casi quince años sobre una niña de doce para que se guardara con la misma seguridad con la que se custodiaría la llave de la sede del gobierno de Rosenbad.

Volvió al diario de Holger Palmgren y lo leyó de nuevo, línea a línea, intentando comprender a qué hacía referencia Todo Lo Malo. Pero el texto no ofrecía pista alguna. Evidentemente, era un tema que había sido tratado entre Holger Palmgren y Lisbeth Salander pero que él nunca llegó a anotar. Además, los apuntes acerca de Todo Lo Malo aparecían al final de uno de los cuadernos. Era posible que Palmgren no hubiera tenido tiempo de escribir unas notas en condiciones antes de sufrir el derrame cerebral.

Lo cual llevaba los pensamientos del abogado Bjurman por otros derroteros. Holger Palmgren había sido el tutor de Lisbeth Salander desde que ésta cumplió trece años, así como su administrador a partir de su decimoctavo cumpleaños. En otras palabras: Palmgren estaba presente en su vida desde poco tiempo después de que ocurriese Todo Lo Malo y también cuando Salander fue internada en la unidad de psiquiatría infantil. La probabilidad de que conociera lo sucedido era, por lo tanto, muy alta.

Bjurman regresó al archivo de la comisión de tutelaje. Esta vez no pidió ver la documentación sobre Lisbeth Salander sino la descripción del cometido de Palmgren, algo determinado por la propia comisión. Se la dieron y, a primera vista, resultó decepcionante. Dos páginas de escasa información. La madre de Lisbeth Salander ya no era capaz de ocuparse de sus hijas. A causa de las especiales circunstancias, las hijas tuvieron que ser separadas. Camilla Salander fue entregada, por mediación de los servicios sociales, a una familia de acogida. Lisbeth Salander ingresó en la unidad de psiquiatría infantil de Sankt Stefan. No se consideró otra alternativa.

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