Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Zala creaba una ecuación completamente nueva en la investigación.

Dag Svensson había estado persiguiendo a Zala.

Bjurman había estado buscando a Zala.

Y Björck era la única persona que sabía que existía una conexión entre Zala y Bjurman, lo que significaba que Zala se hallaba vinculado tanto a Enskede como a Odenplan.

Aunque eso suponía otro grave problema para el futuro bienestar de Gunnar Björck. Fue él quien le proporcionó a Bjurman la información sobre Zalachenko; lo hizo como un favor entre amigos sin tener en cuenta que dicha información seguía siendo clasificada. Tal vez pareciera una tontería, pero eso implicaba que había violado la ley y podía ser procesado.

Además, desde que Mikael Blomkvist lo visitara el viernes, había cometido otro acto delictivo. Él era policía y si poseía información relacionada con la investigación de un asesinato, su deber era contactar de inmediato con las fuerzas del orden y facilitar esa información. Pero si pasara la información a Bublanski o al fiscal Ekström, él mismo quedaría, automáticamente, en evidencia. Todo saldría a la luz. No lo de las putas, sino todo el asunto Zalachenko.

El sábado hizo una visita apresurada a su lugar de trabajo, la Säpo de Kungsholmen. Sacó todo el viejo material de Zalachenko y volvió a leerlo. Él mismo había redactado los informes, pero de eso hacía ya mucho tiempo. Los documentos más antiguos ya tenían casi treinta años; el más reciente, diez.

«Zalachenko.»

Un cabrón escurridizo.

«Zala.»

El propio Gunnar Björck había apuntado el apodo en su informe, aunque no recordaba haberlo usado jamás.

La conexión estaba más clara que el agua. Con Enskede. Con Bjurman. Y con Salander.

Gunnar Björck reflexionó un instante. Seguía sin saber cómo encajar las piezas del puzle, pero creyó comprender por qué Lisbeth Salander fue a Enskede. Tampoco le costó mucho esfuerzo imaginarse que Lisbeth Salander fuera presa de un arrebato de furia y matara a Dag Svensson y Mia Bergman; quizá ellos se negaran a colaborar o la provocaran. Ella tenía un móvil que tal vez sólo Gunnar Björck y dos o tres personas más en todo el país entendían.

«Está loca de atar. ¡Por el amor de Dios, espero que algún policía le pegue un tiro en cuanto la detengan! Ella lo sabe todo. Si habla, puede hacer saltar toda la historia por los aires.»

Por muchas vueltas que le diera al tema, lo cierto era que Mikael Blomkvist constituía su única salida, y, en su actual situación, eso acaparaba todo su interés. Sintió una creciente desesperación. Había de convencer a Blomkvist para que lo tratara como una fuente confidencial y callara sus… «pícaras correrías» con aquellas malditas putas.

«¡Joder! ¡Ojalá Salander le vuele los sesos a ese Blomkvist!»

Miró el número de teléfono de Zalachenko y sopesó los pros y los contras. No fue capaz de decidirse.

Mikael había convertido en un hábito anotar sistemáticamente el resultado de sus indagaciones. Cuando Paolo Roberto se fue, consagró una hora a esa tarea. Sus notas eran un cuaderno de bitácora, casi en forma de diario, donde dejaba volar libremente sus pensamientos al mismo tiempo que consignaba, con meticulosidad, todas las conversaciones, reuniones e investigaciones que realizaba. Encriptaba diariamente el documento con el PGP y le enviaba una copia a Erika Berger y otra a Malin Eriksson, para que sus colaboradoras estuviesen al día.

Las semanas anteriores a su muerte, Dag Svensson se había centrado en Zala. El nombre salió en la última conversación telefónica con Mikael, tan sólo dos horas antes del asesinato. Además, Gunnar Björck sabía algo de Zala.

Mikael dedicó quince minutos a resumir lo que había conseguido averiguar sobre Björck; poca cosa.

Gunnar Björck nació en Falun, tenía sesenta y dos años y no estaba casado. Llevaba en la policía desde los veintiuno. Empezó patrullando, pero luego estudió Derecho y acabó ocupando un cargo secreto con tan sólo veintiséis o veintisiete años. Corría el año 1969 o 1970, justo al final de la época de Per Gunnar Vinge como jefe de la Säpo.

A Vinge le despidieron cuando, en una conversación con el gobernador civil de la provincia de Norrbotten, Ragnar Lassinanti, sostuvo que Olof Palme trabajaba como espía para los rusos. Luego estalló el caso IB, el de Holmér, el del Cartero y mataron a Palme…, y se sucedió un escándalo tras otro. Mikael no tenía ni idea del papel que Gunnar Björck había desempeñado -si es que había desempeñado alguno- en aquellos dramáticos acontecimientos de la policía secreta de los últimos treinta años.

La carrera de Björck entre 1970 y 1985 era una hoja en blanco; algo que, tratándose de la Säpo, no resultaba extraño, ya que todo lo referente a sus actividades estaba clasificado como secreto. Lo mismo podría haberse dedicado a sacar punta a los lápices en un almacén que haber sido agente secreto en China. Aunque esto último resultaba más bien poco probable.

En el mes de octubre de 1985, Björck se trasladó a Washington donde trabajó en la embajada de Suecia durante dos años. En 1988, ya se encontraba de vuelta en Estocolmo y en su puesto de la Säpo. En 1996, se convirtió en un personaje público al ser nombrado director adjunto del Departamento de Extranjería. Mikael no sabía a ciencia cierta en qué consistía el trabajo de Björck. A partir de ese mismo año, Björck apareció en los medios de comunicación, en numerosas ocasiones, a raíz de la extradición de algún que otro árabe sospechoso. En 1998, se colocó en el punto de mira con motivo de la expulsión de varios diplomáticos iraquíes.

«¿Qué tiene que ver todo eso con Lisbeth Salander y los asesinatos de Dag y Mia? Probablemente nada.

»Pero Gunnar Björck sabe algo de Zala.

»Por lo tanto, tiene que existir una conexión.»

Erika Berger no le había contado a nadie -ni siquiera a su marido, a quien, por regla general, no le ocultaba nada- que iba a irse a trabajar al Gran Dragón, el Svenska Morgon-Posten. Le quedaba aproximadamente un mes en Millennium. Estaba angustiada. Sabía que los días pasarían volando y que, cuando se quisiera dar cuenta, su último día como redactor a jefe habría llegado.

También la acosaba una continua preocupación por Mikael. Había leído su último correo con una sensación deprimente. Reconocía los síntomas. Era la misma obstinación con la que, dos años antes, se aferró a lo de Hedestad, y la misma obsesión con la que fue a por Wennerström. Desde el Jueves de Pascua, lo único que existía en el mundo para él era la misión de averiguar quién había asesinado a Dag y Mia, y así exculpar a Lisbeth Salander.

Aunque Erika simpatizaba por completo con su propósito -Dag y Mia también habían sido amigos suyos-, había una faceta en él con la cual ella no se sentía del todo cómoda; Mikael mostraba una total falta de escrúpulos en cuanto olía la sangre.

Desde el mismo instante en el que la llamó el día anterior y le comentó que había desafiado a Bublanski -midiéndose con él como si se tratara de un maldito cowboy-, supo que la caza de Lisbeth Salander lo iba a mantener ocupado las veinticuatro horas del día durante mucho tiempo. Ella sabía por experiencia que sería imposible tratar con él hasta que no resolviese el problema. Mikael oscilaría entre el egocentrismo y la depresión. Y en algún punto de esa ecuación también se expondría a riesgos innecesarios.

¿Y Lisbeth Salander? Erika sólo la había visto una vez y no conocía lo suficiente a esa peculiar chica como para poder compartir la convicción de Mikael sobre su inocencia. ¿Y si Bublanski llevara razón? ¿Y si fuera culpable? ¿Y si Mikael consiguiera dar con ella y se encontrara cara a cara con una chiflada enferma mental, aramada con una pistola?

La inesperada llamada de Paolo Roberto de esa misma mañana tampoco la había tranquilizado. Claro que era positivo que Mikael no fuera el único en estar de parte de Salander, pero Paolo Roberto también era uno de esos malditos machos de mierda.

104
{"b":"112874","o":1}