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Brackett y Rosenthal fueron los siguientes en tomar la palabra; Brackett se encargó de contarlo todo, pero Sean estaba convencido, si lo que había pasado con anterioridad se podía usar como referente, de que todo el trabajo duro lo habría hecho Rosenthal.

Todos los empleados de la tienda del padre tenían coartadas sólidas y ninguno tenía motivos aparentes. Todos coincidieron en afirmar que la víctima, que ellos supieran, no tenía enemigos conocidos ni deudas astronómicas ni adicción a las drogas. Al examinar el dormitorio de la víctima sólo encontraron setecientos dólares en metálico, aunque no hallaron ningún diario ni sustancias ilegales. Una revisión de su cuenta bancaria mostró que los depósitos coincidían con la cantidad de dinero que ganaba. No había ingresado ni retirado grandes cantidades de dinero hasta la mañana del viernes en que había cancelado la cuenta. Era el dinero que habían encontrado en la cómoda de su dormitorio y que confirmaba la teoría del sargento Powers de que la víctima tenía intención de abandonar la ciudad el domingo. Las entrevistas preliminares que se habían hecho a los vecinos no indicaban nada que pudiera hacer creer que existieran problemas familiares.

Brackett juntó todas las hojas sobre la mesa para indicar que había terminado, y Friel se volvió hacia Souza y Connolly.

– Redactamos las listas de la gente que había estado en los mismos bares que la víctima, en su última noche con vida. De una posible lista de setenta y cinco clientes, entrevistamos a veintiocho de ellos, sin contar a los dos que entrevistaron el sargento Powers y el agente Devine, es decir, Fallow y el Dave Boyle ése. Los policías Hewlett, Darton, Woods, Cecchi, Murray y Eastman se encargaron de entrevistar a los restantes y ya nos han pasado los informes preliminares.

– ¿Qué hay de Fallow y O'Donnell? -preguntó Friel a Whitey.

– Están limpios. Sin embargo, eso no quiere decir que no contrataran a alguien para que lo hiciera.

Friel se recostó en la silla y puntualizó:

– A lo largo de todos estos años he visto muchos asesinatos a sueldo, pero este caso no me lo parece.

– Si hubiera sido un asesino a sueldo -apuntó Maggie Mason-, podría haberse limitado a pegarle un tiro dentro del coche.

– ¡Bien, ya lo hizo! -exclamó Whitey.

– Diría que lo que ella insinúa es que le habría pegado más de uno, que habría vaciado el cargador.

– Se le podría haber atascado la pistola -sugirió Sean. Los demás le miraron con ojos entreabiertos-. Es algo que no hemos tenido en cuenta. Imaginemos que se le atascó la pistola y que Katherine Marcus tuvo tiempo de reaccionar; podría haber derribado al tipo y echar a correr.

Esas palabras silenciaron la sala un momento, y Friel, pensando en hacer un gesto con el dedo índice, dijo:

– Es posible. Lo es, pero ¿por qué le pegó con un palo, con un bate o con algo similar? A mí no me parece obra de un profesional.

– No creo que Fallow y O'Donnell trabajen con profesionales de verdad -apuntó Whitey-. Bien podrían haber contratado a cualquier drogadicto a cambio de un par de billetes y un bolígrafo. Sin embargo, acaban de contarnos que la señora Prior oyó cómo la víctima saludaba a su asesino. ¿Creen que habría actuado así si se le hubiera acercado un adicto al crack, colocado?

Whitey, haciendo una especie de gesto de asentimiento, dijo:

– Un punto interesante.

Maggie Mason se apoyó en la mesa y sugirió:

– ¿Qué les parece si nos basamos en la teoría de que la víctima conocía a su asesino?

Sean y Whitey cruzaron una mirada; luego se volvieron hacia Friel y asintieron con la cabeza.

– No es que East Bucky no tenga una buena cantidad de drogadictos, particularmente en las marismas, pero ¿creen que una chica como Katherine Marcus se relacionaría con ellos?

– Otro punto interesante. -Whitey soltó un suspiro-. Así es.

– Ojalá fuera obra de un profesional -declaró Friel-. Sin embargo, el hecho de que la golpearan de ese modo, no sé, a mí me sugiere rabia y falta de dominio sobre uno mismo.

Whitey hizo un gesto de asentimiento y puntualizó:

– Lo único que estoy diciendo es que no lo podemos descartar del todo.

– De acuerdo, sargento.

Friel se volvió de nuevo hacia Souza, que parecía un poco cabreado por la digresión.

Se aclaró la voz y, mirando sus notas con calma, prosiguió:

– De todos modos, estuvimos hablando con un tal Thomas Moldanado, que estaba bebiendo en el Last Drop, el último bar al que fue katherine Marcus antes de llevar a sus amigas a casa. Según parece, en el bar sólo había un cuarto de baño, y Moldanado nos contó que había mucha cola cuando las chicas se marcharon. Así pues, salió a la parte trasera del aparcamiento a mear y vio a un tipo sentado en un coche, con las luces apagadas. Moldanado nos contó que era la una y media, ni un minuto más ni un minuto menos. Nos dijo que llevaba un reloj nuevo y que quería ver si brillaba en la oscuridad.

– ¿Y brillaba?

– Eso parece.

– Sin embargo, el tipo del coche -precisó Robert Burke- podría haber estado durmiendo la mona.

– Eso mismo es lo primero que le respondimos, sargento. Moldanado nos dijo que él había pensado lo mismo al principio, pero que el tipo estaba erguido y con los ojos bien abiertos. También nos contó que, de no ser porque tenía un coche pequeño y extranjero, algo parecido a un Honda o un Subaru, habría creído que era un poli.

– Metido en ese asiento tan pequeño estaría un poco estrecho, ¿no creen? -preguntó Connolly.

– Así es -respondió Souza-. Luego Moldanado se imaginó que debía de ser algún cliente, ya que, de noche, esa zona suele llenarse de prostitutas. Pero, en ese caso, ¿qué hacía dentro del coche? ¿Por qué no estaba paseando por la avenida?

– Bien, entonces… -dijo Whitey.

Souza levantó el brazo y exclamó:

– ¡Un momento, sargento! -Se quedó mirando a Connolly con los ojos resplandecientes e inquietos-. Volvimos al aparcamiento a echar un vistazo y encontramos sangre.

– Sangre.

Asintió con la cabeza y continuó:

– Era tan espesa y tan densa que cualquiera habría pensado que alguien había estado cambiando el aceite del coche en el aparcamiento. Sin embargo, empezamos a examinar el lugar y encontramos una gota aquí, y otra más allá, alejándose del charco. Encontramos algunas gotas más en las paredes y en el suelo del callejón trasero del bar.

– Agente -espetó Friel-, ¿qué demonios intenta decirnos?

– Que ayer por la noche alguien más resultó herido fuera de ese bar.

– ¿Cómo sabe que sucedió la misma noche? -le preguntó Whitey.

– La Policía Científica lo ha confirmado. Un vigilante nocturno dejó el coche en el aparcamiento esa noche, justo encima del charco de sangre, evitando, así, que la lluvia lo borrara. Quienquiera que fuera la víctima, estaba herida de gravedad, y la persona que la atacó también debía de estarlo. Encontramos dos tipos de sangre diferentes en el aparcamiento. Ahora estamos comprobando los hospitales y las compañías de taxis, por si la víctima hubiera subido en uno. También encontramos fibras capilares cubiertas de sangre, trozos de piel y tejido cerebral. Estamos a la espera de recibir noticias de seis médicos de urgencias. Los demás nos han respondido negativamente, pero tengo la certeza de que encontraremos a la víctima que el sábado por la noche, o a primera hora del domingo, fue a alguna sala de urgencias con un traumatismo craneal grave.

Sean alzó la mano y masculló:

– ¿Nos está diciendo que la misma noche que Katherine Marcus salió del Last Drop le machacaron el cerebro a otra persona en el aparcamiento del mismo bar?

– Sí -Souza sonrió.

Connolly prosiguió con la explicación:

– La Policía Científica encontró sangre seca, de los tipos A negativo y B negativo. Mucha más del tipo A que del B, por lo que dedujimos que la víctima era del tipo A.

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