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– jAjá! -contestó Jimmy-. ¿Qué te ha hecho pensar que iba a olvidarme, Theo?

– No he dicho que fueras a hacerlo, sino que podría pasarte. Eso es todo.

Jimmy observó la rótula izquierda de Theo e, imaginándose que estallaba en un baño de sangre, dijo: -Theo.

– Sí, Jim.

Jimmy vio cómo la otra rótula saltaba por los aires y, dirigiendo la mirada hacia los codos, le preguntó:

– ¿No crees que podríamos haber mantenido esta conversación un poco más adelante?

– Es mucho mejor tenerla ahora.

Theo se rió con su característica estridencia, aunque con cierto aire de advertencia.

– ¿Mañana, por ejemplo? -Jimmy apartó la vista de los codos de Theo y la alzó hasta sus ojos-. ¿No crees que mañana habría estado bien, Theo?

– ¿Qué te acabo de decir, Jimmy? -Theo se estaba enfadando. Era un hombre corpulento de temperamento violento; Jimmy era consciente de que eso asustaba a mucha gente, veía el miedo en los rostros de la calle, pero él se había acostumbrado a ello y lo había confundido por respeto-o Tal y como yo lo veo, no existe el momento ideal para mantener esta conversación, ¿no crees? Por lo tanto, he pensado que cuanto antes la tuviéramos, mejor.

– Claro -asintió Jimmy-. Como has dicho antes, mucho mejor tenerla ahora, ¿ no es así?

– Así es. Buen chico. -Theo le dio una palmadita en la rodilla y se puso en pie-o Lo superarás, Jimmy. Saldrás adelante. Será muy doloroso, pero lo conseguirás. Porque eres un hombre de verdad. El día de vuestra boda dije a Annabeth: «Cariño, te llevas a un auténtico hombre de la vieja escuela. Un tipo perfecto. Un campeón. Un tipo que…»

– Como si la hubieran puesto en una bolsa -dijo Jimmy.

– ¿ Cómo dices?

Theo se lo quedó mirando.

– Ésa es la sensación que tuve ayer por la noche cuando identifiqué a Katie en el depósito de cadáveres. Como si alguien la hubiera metido en una bolsa y la hubieran golpeado con un tubo de metal.

– Sí, bien, no permitas que…

– Ni siguiera hubiera podido ver de la raza que era, Theo. Podría haber sido negra, podría haber sido puertorriqueña, como su madre. Podría haber sido árabe. Sin embargo, no parecía blanca -Jimmy se contempló las manos, entrelazadas entre las rodillas, y se percató de unas manchas en el suelo de la cocina, una de color marrón, de mostaza' junto a su pie izquierdo, junto a la pata de la mesa-. Janey murió mientras dormía, Theo. Con el debido respeto y todo eso, pero es así. Se fue a dormir y nunca se despertó. De forma tranquila.

– No es necesario hablar de Janey, ¿de acuerdo?

– Sin embargo, a mi hija la han asesinado. No es lo mismo.

Durante un momento, la cocina estuvo en silencio; en realidad, zumbaba de silencio, de ese modo peculiar en que suena un piso vacío cuando el de abajo está abarrotado de gente, y Jimmy se preguntaba si Theo sería lo bastante estúpido para continuar hablando. «Venga, Theo, di alguna tontería. Tengo el estado de ánimo perfecto para eso, como si necesitara librarme de esa sensación de burbujeo y pasársela a cualquier otra persona.»

– Mira, lo comprendo -dijo Theo, y Jimmy dejó escapar un suspiro por la nariz-. Lo comprendo, Jim, pero no hace falta que…

– ¿Qué? -preguntó Jimmy-. No hace falta que ¿qué? Alguien apuntó a mi hija con una pistola y le hizo saltar la cabeza por los aires, y tú te quieres asegurar de que, ¿de qué?, de que no olvide mis responsabilidades familiares. Dime, por favor. ¿Te he entendido bien? ¿Qué quieres? ¿ Seguir aquí jugando al gran patriarca?

Theo bajó los ojos, respiró profundamente por la nariz y, con ambos puños apretados y flexionados, exclamó:

– ¡No creo que me merezca esto!

Jimmy se puso en pie y volvió a dejar la silla junto a la mesa de la cocina. Levantó una nevera del suelo, miró hacia la puerta y sugirió: -¿Podemos volver al piso de abajo, Theo?

– Claro -respondió Theo. Dejó la silla donde estaba y levantó otra nevera del suelo-. De acuerdo, de acuerdo. Ha sido una mala idea intentar hablar contigo precisamente esta misma mañana. Aún no estás preparado, pero…

– Theo. Déjalo. ¿Qué te parece si ya no dices nada más? ¿De acuerdo? Jimmy cogió la nevera y empezó a bajar por las escaleras. Se preguntó si habría herido los sentimientos de Theo, pero se dio cuenta de que, realmente, le importaba una mierda si lo había hecho. ¡Que se jodiera! Seguro que en ese momento ya le habían empezado a practicar la autopsia a Katie. Jimmy todavía podía oler su cuna, pero en la sala del forense ya estarían disponiendo los escalpelos y los extensores del tórax, y accionando las sierras para cortarle los huesos.

Más tarde, cuando todo estaba más tranquilo, Jimmy salió al porche trasero y se sentó bajo la ropa que ondeaba. Desde el sábado por la tarde, de las cuerdas de tender extendidas a lo largo del porche. Se sentó allí al calor del sol, mientras un mono vaquero de Nadine se balanceaba a un lado y otro de su cabeza. Annabeth y las chicas habían llorado toda la noche, habían llenado la casa con sus llantos, y Jimmy pensó que se les uniría en cualquier momento. Sin embargo, no lo hizo. Había gritado en la colina cuando la mirada de Sean Devine le había indicado que su hija estaba muerta. Gritó hasta quedarse afónico. Pero aparte de eso, había sido incapaz de expresar ningún otro sentimiento. Así pues, se sentó en el porche, deseando que le llegaran las lágrimas.

Se torturó a sí mismo con imágenes de Ka tie cuando era un bebé, de Katie al otro lado de la mesa descascarillada de Deer Island, de Katie llorando como una loca porque un día, seis meses después de que él saliera de la cárcel, quería dormir en sus brazos, mientras le preguntaba cuándo iba a regresar su madre. Vio a la pequeña Katie dando agudos gritos en la bañera, y a una Katie de ocho años regresando a casa de la escuela con su bicicleta. Vio a Katie sonriendo, a Katie haciendo pucheros, a Katie haciendo muecas de ira y de confusión mientras él la ayudaba a resolver una división muy larga sobre la mesa de la cocina. Vio a una Katie mayor sentada en el columpio de la parte trasera con Diane y Eve, ganduleando en un día de verano, todas ellas desgarbadas por la inminente adolescencia de los hierros correctores de los dientes, y de unas piernas que crecían tanto y a tal velocidad que nadie podía alcanzarla. Vio a Katie tumbada boca abajo en la cama y a Sara y Nadine subidas encima de ella. La vio con el vestido del baile de graduación del instituto. La vio sentada junto a él en el Grand Marquis, con la barbilla temblorosa, mientras se alejaba del bordillo el primer día que él le había enseñado a conducir. La vio gritando y caprichosa durante la adolescencia y, con todo, esas imágenes le parecieron de lo más entrañables y le cautivaron.

La veía, la veía y la veía, pero era incapaz de llorar.

«Ya llorarás -le susurró una voz tranquila en su interior-. Ahora estás en estado de shock.»

«Sin embargo, ese estado ya se me está pasando -le respondió a la voz interna-. Ha comenzado a hacerlo en el preciso momento en que Theo ha empezado a importunarme en el piso de abajo.»

«Y una vez que se te pase, serás capaz de sentir.»

«Ya siento algo.»

«El dolor -dijo la voz-. La pena.»

«No es ni dolor ni pena; es rabia.»

«También la sentirás, pero conseguirás dominarla.»

«No quiero dominarla.»

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