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Sean llevaba dos años en el Departamento de Homicidios, y durante ese período de tiempo, era la persona de la brigada de Whitey Powers que había solicitado más permisos, y eso hacía que Friel aún tuviera sus dudas sobre él. En ese momento le miraba sopesando si sería capaz de encargarse del caso: habían asesinado a una chica en su parque.

Whitey Powers se les acercó poco a poco, ojeando la libreta de informes e, inclinando la cabeza, dijo:

– Teniente.

– Sargento Powers -respondió Friel-. ¿Qué han averiguado?

– Los indicios preliminares señalan que la muerte se produjo entre las dos y cuarto y las dos y media de la madrugada. No hay signos de agresión sexual. La causa de la muerte fue, con toda probabilidad, el impacto de bala que recibió en la nuca, aunque no descartamos la posibilidad de que fuera provocada por un traumatismo provocado por los golpes que recibió, Estamos casi seguros de que la persona que le disparó era diestra. Encontramos la bala incrustada en una plataforma de madera a la izquierda del cuerpo de la víctima. Parece una bala de una Smith del calibre 38, pero lo sabremos con seguridad cuando los de Balística le hayan echado un vistazo. En este momento los hombres rana están examinando el canal en busca de armas. Tenemos la esperanza de que el autor del crimen haya lanzado allí la pistola, o como mínimo lo que utilizó para golpearla, que debió de ser algún tipo de bate o un palo.

– Un palo -repitió Friel.

– Dos agentes del Departamento de Policía de Boston que iban casa por casa interrogando a la gente de la calle Sydney, hablaron con una mujer que les aseguró que oyó que un coche chocaba contra algo y se quedaba atascado sobre las dos menos cuarto de la mañana, unos treinta minutos antes de la hora de la muerte.

– ¿Tenemos algún tipo de pruebas físicas? -preguntó Friel.

– Bien, la lluvia nos ha jugado una mala pasada, señor. Hemos detectado algunas huellas dactilares muy poco claras que podrían ser del autor, pero, sin lugar a dudas, un par de ellas son de la víctima. También hemos encontrado unas veinticinco huellas ocultas en la puerta que hay detrás de la pantalla. Una vez más, podrían ser de la víctima, del asesino, o de veinticinco personas diferentes que no tienen nada que ver con todo esto y que van hasta allí por la noche para tomar un trago o para descansar después de correr por el parque. También hemos recogido muestras de sangre de la puerta y del interior, pero no tenemos la seguridad de que sea del autor. No cabe duda de que casi toda es de la víctima. También hemos encontrado unas cuantas huellas inconfundibles en la puerta del coche de la víctima. Y de momento ésas son todas las pruebas físicas que tenemos.

Friel asintió con la cabeza y preguntó:

– ¿Hay alguna cosa en especial que debería contar al fiscal del distrito cuando me llame de aquí a diez o veinte minutos?

Powers se encogió de hombros y respondió:

– Dígale que la lluvia me ha fastidiado la escena del crimen, señor, y que estamos haciendo todo lo que podemos.

Friel ocultó un bostezo con la palma de la mano y le dijo:

– ¿Hay algo más que debería saber?

Whitey miró atrás por encima del hombro y observó el sendero que conducía a la puerta de detrás de la pantalla, el último lugar que habían pisado los pies de Katie Marcus.

– Me molesta no haber encontrado huellas.

– Acaba de decir que la lluvia…

Whitey hizo un gesto de asentimiento y añadió:

– Sí, pero ella sí dejó un par de pisadas. Estoy prácticamente convencido de que eran suyas, ya que los talones se le hundían en algunos lugares, mientras que en otros se ve que se le había torcido el tobillo. Encontramos tres, tal vez cuatro de ésas, y estoy casi seguro de que son de Katherine Marcus, pero del asesino… nada.

– La lluvia -remarcó Sean-, una vez más.

– Le aseguro que explica por qué sólo encontramos tres pisadas de ella, pero, ¿que no hayamos encontrado ni una de ese tipo? -Whitey miró a Sean, después a Friel, y se encogió de hombros-. Sea lo que sea, me cabrea muchísimo.

Friel bajó del escenario, se sacudió el polvo de las manos, y concluyó:

– Bien, chicos. Tienen seis detectives a su disposición. En el laboratorio han dado máxima prioridad a este caso y de momento dejarán los otros casos de lado. Pueden disponer de todos los agentes que necesiten para hacer el trabajo rutinario. Así pues, sargento, cuénteme como piensa usar todos estos recursos que tan prudentemente le hemos asignado.

– Supongo que lo primero que haremos es hablar con el padre de la víctima e intentar averiguar lo que sabe sobre ayer por la noche: con quién estaba Katie o si ésta tenía enemigos. Después hablaremos con toda esa gente y volveremos a entrevistar a la mujer que aseguró oír como el coche se quedaba atascado en la calle Sydney. También vamos a interrogar a todos esos alcohólicos que se llevaron del parque y de los alrededores de la calle Sydney, con la esperanza de que el equipo de apoyo técnico nos suministre huellas reales o fibras capilares con las que poder empezar a trabajar. Tal vez encontremos trozos de piel debajo de las uñas de la chica. O quizá las huellas del asesino estén en esa puerta. O a lo mejor fue su novio y discutieron. -Whitey volvió a encoger los hombros del modo que solía hacer y le dio una patada al suelo. Diría que eso es todo.

Friel se quedó mirando a Sean.

– Cogeremos a ese tipo señor.

Daba la impresión de que Friel esperaba algo mejor, pero asintió una vez y le dio una palmadita a Sean en el hombro antes de alejarse del escenario y de dirigirse hacia las filas de asientos, en las que el teniente Krauser del Departamento de Policía de Boston, hablaba con su jefe, el capitán Gillis, del Distrito 6, Todo el mundo dirigía a Sean y a Whitey unas penetrantes miradas que decían: «No metáis la pata».

– ¡Cogeremos a ese tipo! -exclamó Whitey-. ¿Es la única frase que se te ocurre después de haber ido cuatro años a la universidad?

Sus miradas se cruzaron durante un momento y Friel le hizo un gesto de asentimiento que esperaba que rezumara competencia y confianza.

– Está en el manual-dijo a Whitey-, justo después de «acabaremos con ese cabrón» y antes de «alabemos a Dios». ¿No lo has leído?

Whitey negó con la cabeza y añadió:

– Ese día estaba enfermo.

Se dieron la vuelta en el instante en que el ayudante del juez de primera instancia cerraba las puertas traseras de la furgoneta y se dirigía hacia el asiento del conductor.

– ¿Tiene alguna teoría? -le preguntó Sean.

– Hace diez años -respondió Whitey- ya habría explicado todas mis teorías a la brigada. Sin embargo, ahora… ¡Mierda! Cada vez que se perpetra un crimen, las cosas son mucho menos predecibles. ¿Qué opina?

– Tal vez haya sido obra de un novio celoso, pero sólo lo digo por citar las instrucciones del manual.

– ¿Y le golpeó con un bate? Diría que al novio le convendría tener un manual para resolver los problemas de falta de autocontrol.

– Siempre lo tienen.

El ayudante del juez de primera instancia abrió la puerta del conductor, se quedó mirando a Whitey y a Sean, y les dijo:

– Me han dicho que alguien nos tiene que conducir hasta fuera,

– ¡Eso nos toca a nosotros! -exclamó Whitey-. Pase delante una vez hayamos salido del parque, pero, cuidado, llevamos a los parientes más próximos, así que haga el favor de no dejarla en medio del pasillo cuando llegue al centro de la ciudad. ¿Entendido?

El tipo hizo un gesto de asentimiento y se subió a la furgoneta, Whitey y Sean se montaron en un coche patrulla y Whitey colocó el coche delante de la furgoneta. Empezaron a bajar la pendiente entre cintas policiales de color amarillo, y Sean se percató de que el sol empezaba a iniciar su descenso a través de los árboles, revistiendo el parque de un color de orín dorado, y recubriendo las copas de los árboles de un tono rojizo brillante. Sean pensó que si estuviera muerto ésa sería una de las cosas que más echaría de menos; los colores y el hecho de que pudieran surgir de la nada y causar sorpresa, a pesar de que también provocaban que uno se sintiera un poco triste, pequeño, como si no perteneciera a ese mundo.

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