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Ray se volvió hacia su hermano.

Brendan se apoyó en el horno, y su cuerpo se tambaleó de tal modo que Sean se imaginó que la más ligera de las brisas le haría caer al suelo.

– Lo sabemos -declaró Sean.

– ¿Qué es lo que saben? -preguntó Brendan en un susurro.

Sean observó al chaval que lloriqueaba y al otro, mudo, que les miraba con la esperanza de que se marcharan pronto para poder volver a su habitación y jugar al Doom. Sean estaba prácticamente seguro de que cuando consiguieran un intérprete de sordomudos y un asistente social, los chicos tendrían un montón de justificaciones: dirían que lo habían hecho porque tenían la pistola, porque se encontraban en aquella calle cuando ella pasó por allí, tal vez porque a Ray nunca le había caído bien la chica, porque les pareció una idea divertida, porque nunca habían matado a nadie antes, porque cuando uno tenía el dedo alrededor del gatillo lo único que podía hacer era disparar, porque si no lo hacía, ese dedo le dolería durante semanas.

– ¿Qué es lo que saben? -repitió Brendan, con una voz ronca y monótona.

Sean se encogió de hombros. Deseaba tener una respuesta para Brendan, pero contemplando a aquellos dos chavales, no se le ocurrió nada. Nada en absoluto.

Jimmy cogió una botella y se fue a la calle Gannon. Al final de la calle había una residencia de ancianos, un edificio de dos plantas típico de los sesenta, de piedra caliza y granito que se extendía media manzana más allá de Heller Court, la calle que empezaba donde Gannon acababa. Jimmy se sentó en los escalones blancos de la parte delantera y se dispuso a contemplar la calle. De hecho, había oído rumores de que habían empezado a echar ancianos de allí, pues el barrio se había vuelto tan popular que el propietario del edificio había decidido vendérselo a un tipo que se dedicaba a la construcción de pisos pequeños para parejas jóvenes. En realidad, el barrio de la colina había desaparecido. Siempre había sido el pariente rico del barrio de las marismas, pero entonces ni siquiera parecía pertenecer a la misma familia. Con toda probabilidad, muy pronto redactarían un estatuto, le cambiarían el nombre y lo borrarían del mapa de Buckingham.

Jimmy sacó la botella de medio litro de su chaqueta, echó un trago de whisky y contempló el lugar en el que habían visto a Dave Boyle por última vez el día que aquellos hombres se lo llevaron, mirando atrás por la ventanilla trasera, oscurecido por las sombras y alejándose en la distancia.

«Ojalá no lo hubieras hecho tú, Dave. De verdad.»

Brindó por Katie. «Papá le ha pillado, cariño. Papá ha acabado con él.»

– ¿Estás hablando solo?

Jimmy alzó los ojos y vio a Sean saliendo del coche. Sean, que llevaba una cerveza en la mano, sonrió al ver la botella de Jimmy, y le preguntó:

– ¿ Qué excusa tienes tú?

– Ha sido una noche muy dura -respondió Jimmy.

Sean asintió con la cabeza y añadió:

– Para mí también. No me han matado de milagro. Jimmy se hizo a un lado y Sean se sentó junto a él.

– ¿Cómo has sabido que estaba aquí?

– Tu mujer me ha dicho que probablemente te encontrarías aquí.

– ¿Mi mujer?

Jimmy nunca le había contado que solía ir a la calle Gannon. ¡Realmente era una mujer fuera de lo corriente!

– Sí. Jimmy, hemos arrestado a alguien.

Jimmy tomó un largo trago de la botella; el pecho le latió con fuerza. Repitió:

– Arrestado.

– Así es. Hemos cogido a los asesinos de tu hija y les hemos encerrado.

– ¿Asesinos? -preguntó Jimmy-. ¿Hay más de uno?

Sean hizo un gesto de asentimiento y contestó:

– En efecto, son unos chavales de trece años. Se trata del hijo de Ray Harris, Ray hijo, y de un chico llamado Johnny O'Shea. Confesaron hace media hora.

Jimmy sintió cómo un cuchillo le atravesaba el cerebro de un extremo a otro. Un cuchillo afilado que le cortaba el cráneo en pedazos.

– ¿Estáis seguros?

– Del todo.

– ¿Por qué?

– ¿Que por qué lo hicieron? Ni siquiera lo saben. Estaban jugando con una pistola y vieron que se acercaba un coche. Uno de ellos se plantó en medio de la carretera, el coche se desvió bruscamente, y frenó de golpe. Johnny O'Shea se dirigió a toda velocidad hacia el coche, pistola en mano. Nos ha dicho que sólo tenía intención de asustarla, pero que el arma se le disparó. Katie le golpeó con la puerta, y los chavales dicen que se asustaron. La persiguieron porque no querían que contara a nadie que tenían una pistola.

– ¿Y la paliza que le dieron? -preguntó Jimmy, después de tomar otro trago.

– Ray hijo tenía un palo de hockey. No ha respondido a las preguntas. Es mudo, ¿sabes? Ha estado allí sentado pero no ha dicho nada. Sin embargo, Johnny O'Shea nos contó que la golpearon porque al ponerse a correr les había hecho enfadar -se encogió de hombros como si todos esos excesos le sorprendieran a él mismo-. ¡Chiquillos gilipollas! ¡La mataron porque tenían miedo de que los castigaran!

Jimmy se puso en pie. Abrió la boca para tragar un poco de aire, pero las piernas le flaquearon, y se encontró de nuevo sobre el escalón. Sean le colocó una mano en el codo.

– ¡Tómalo con calma, Jim! ¡Respira profundamente!

Jimmy vio a Dave sentado en el suelo, tocándose la raja que Jimmy le había hecho de punta a punta del abdomen. Oyó su voz: «Mírame, Jimmy. Mírame».

– He recibido una llamada de Celeste Boyle -añadió Sean-. Me ha dicho que su marido ha desaparecido. Me ha contado que ella se había trastocado un poco estos últimos días y que quizá tú, Jimmy, sabrías dónde estaba Dave.

Jimmy intentó hablar. Abrió la boca, pero la tráquea se le llenó de algo parecido a trozos húmedos de algodón.

– Nadie más sabe dónde puede estar Dave -recalcó Sean-. Es muy importante que hablemos con él, Jim, porque podría saber algo de un tipo que fue asesinado la otra noche delante del Last Drop.

– ¿Un tipo? -consiguió preguntar Jimmy antes de que su tráquea se cerrara de nuevo.

– Sí -contestó Sean, con un brusco tono de voz-. Un pederasta que ya había sido arrestado tres veces. Un cabronazo de la peor calaña. Creemos que alguien le pilló mientras se lo estaba montando con un niño, y se lo cargó. Bien, de todos modos -prosiguió Sean-, desearíamos hablar de ello con Dave. ¿Sabes dónde está, Jim?

Jimmy negó con la cabeza. Tenía problemas para ver más allá de lo que le rodeaba, le parecía que se había erigido un túnel ante sus ojos.

– ¿No lo sabes? -insistió Sean-. Celeste nos ha confesado que te contó que creía que Dave había matado a Katie. También cree que eras de la misma opinión y que pensabas hacer algo al respecto.

Jimmy se quedó mirando una tapa de alcantarilla a través del túnel.

– ¿Piensas mandarle quinientos dólares al mes también a Celeste, Jimmy?

Jimmy alzó los ojos, y los dos lo vieron al mismo tiempo en sus respectivos rostros: Sean vio lo que Jimmy había hecho, y Jimmy se percató de que Sean lo sabía.

– ¡Maldita sea! Lo has hecho, ¿verdad? -le preguntó Sean-. ¡Le has matado!

Jimmy se puso en pie, apoyándose en la barandilla, y dijo:

– No sé de qué me estás hablando.

– Mataste a los dos, a Ray Harris y a Dave Boyle. ¡Por el amor de Dios, Jimmy! He venido aquí pensando que era una idea descabellada, pero tú mismo rostro te delata. ¡Eres un loco, un lunático y un maldito psicópata! ¡Lo has hecho! ¡Has matado a Dave! ¡Has matado a Dave Boyle, a nuestro amigo, Jimmy!

Jimmy soltó un bufido y replicó:

– Sí, claro, a nuestro amigo, el chico de la colina, tu gran amigo. Te pasabas el día con él, ¿verdad?

Sean se plantó ante él e insistió:

– Era nuestro amigo, Jimmy, ¿recuerdas?

Jimmy miró a Sean directamente a los ojos, y se preguntó si iba a asestarle un golpe.

– La última vez que vi a Dave -replicó Jimmy- fue ayer por la noche en mi casa. -Apartó a Sean y cruzó la calle-. Ésa fue la última vez que lo vi.

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