Más adelante, la señora Mao escucha una y otra vez una cinta que le ha traído Kuai Da-fu. En la cinta la voz de Wang Guang-mei cambia. Habla como una heroína. Podéis obligarme a arrodillarme, pero no me arrebataréis la dignidad.
¡Arrodíllate!, grita la multitud. ¡Esposa apestosa de un anticomunista! ¡No eres más que una espía y una traidora! Dejarte en libertad es consentir el crimen. Esto es un magnífico exponente de la dictadura del proletariado.
Desnudadme entonces, responde Wang Guang-mei. El resto de las palabras se pierden en el griterío de una multitud de trescientos mil: «¡Abajo Liu Shao-shi! ¡Abajo Wang Guang-mei! ¡Larga vida al presidente Mao! ¡Saludos a nuestra querida señora Mao, Jiang Qing!»
Es una escena grandiosa, pero la actriz Jiang Qing de pronto rompe a llorar.
Hace tres días que llovizna, como si el cielo tuviera goteras. Está haciendo un otoño extraño. Las bombillas que cuelgan a través de la antigua ciudad de Kai-feng en la provincia de Hebei tiemblan al viento, como los ojos de un fantasma. Es el 17 de octubre de 1969.
Los ojos del vicepresidente Liu llevan días cerrados. Ha cumplido los setenta años en la prisión. Ha sufrido un infarto, y tiene la presión alta y complicaciones de diabetes e insuficiencia respiratoria. No puede tragar y un tubo alimentador se le mete por la nariz. Esta mañana abre los ojos. Su entorno le parece extraño y las caras que encuentra, hostiles. Vuelve a cerrar los ojos y permanece en silencio. Está envuelto en una manta de algodón.
Por la noche el viento del norte sopla por el patio. En el cuadrángulo se alzan dos árboles ancianos, altos pero sin hojas, como dos locos enzarzados en una discusión. ¿Qué tiene en mente Liu? Su esposa Wang Guang-mei ha sido condenada a muerte. Su hijo mayor Liu Yong-bing ha muerto de una paliza en un mitin. Sus tres hijas o están en prisión o se han visto obligadas a exiliarse. A su socio y mejor amigo Deng Xiao-ping lo han enviado a un remoto campo de trabajos forzados.
Liu se niega a creer que la República que ha ayudado a proclamar lo ha denunciado. Se resiste a creer que Mao ha ordenado su asesinato. Pasa sus últimos veintitantos días en la oscuridad.
La mañana del 11 de noviembre abre por última vez los ojos. Mira fijamente el techo cubierto de telarañas. Los insectos atrapados en las telas, secos.
La última imagen que tiene el pueblo chino del vicepresidente Liu Shao-shi es con un libro en la mano, tratando de explicar derecho a los estudiantes de la Universidad de Qinghua. Los alumnos se ríen y se burlan. Lo creen un necio. Lo zarandean, mofándose de su libro de derecho.
¡La ley son las enseñanzas del presidente Mao!, gritan los jóvenes.
Liu sabe que ha llegado su hora. Su cuerpo decide rendirse antes que su mente. No está preparado para abandonar la vida. No sin hablar antes con Wang Guang-mei y sus hijos, no sin abrazar el cofre de cenizas de su hijo Yong-bing.
La tristeza lo endurece por minutos.
El 12 de noviembre de 1969, a las 6.45 de la mañana, la cara del vicepresidente Liu de pronto se ilumina. Empiezan a alisarse las arrugas y se relajan los músculos faciales. La eternidad se instala en ella. Casi hay una sonrisa cuando el gran corazón deja de latir.
En el silencio absoluto empieza a nevar. El viento deja de aullar y los viejos árboles dejan de agitarse. China yace inmóvil.
Los Mao están sentados al sol matinal, disfrutando de un té de crisantemos, cuando Loto, la nueva secretaria y amante de Mao, le pasa el informe de la muerte de Liu. Mao lo abre mientras enciende un cigarrillo. Recorre las líneas con la mirada.
La señora Mao se inclina y echa un vistazo.
Es la letra del primer ministro Chu… Noventa y cuatro horas de interrogatorio sin interrupción… Separado de su familia…, severamente golpeado y herido… La infección de vejiga empeoró… La fiebre continuó. Su cuerpo perdió el control… la cama estaba húmeda a todas horas. Lo encerraron en una pequeña habitación sin comida ni agua. El tratamiento médico que le envié fue interceptado… Adelgazó hasta pesar treinta kilos…, murió de neumonía con complicaciones.
Mao exhala el humo del cigarrillo.
La señora Mao sabe que vuelve a sentirse a salvo.
Pasan a otros informes. Antes de llegar a la noticia de la muerte del mariscal Peng De-huai, Mao ya está cansado.
¿Qué está haciendo Lin Piao?, pregunta de pronto. ¿Sabías que las facciones de la ciudad de Wuhan están fuera de control? Los obreros siderúrgicos están fabricándose ametralladoras. Estoy seguro de que se avecina una sangrienta guerra civil. ¿Puedes decirle a Lin Piao que haga algo al respecto?
No sé qué hace Lin Piao como ministro de Defensa Nacional. Parece que su única tarea sea halagar a Mao. Utiliza los aviones a reacción del ejército para llevar langostas vivas a la cocina de Mao. Envía pelotones a las montañas en busca de las mejores raíces de ginseng para Mao. Se está trabajando su futuro. Se ha hecho ilusiones respecto a él y Mao.
A diferencia de Lin, yo no me hago ilusiones respecto a Mao. Me preparo para un cambio repentino en su actitud. Es una fantasía y una tragedia ser la esposa de Mao. De haber sido Wang Guang-mei, habría estado dispuesta a ser una buena ama de casa. Odio admitir que después de todo envidio a Wang Guang-mei; vio cumplido el mayor deseo de una mujer. Claro que no estoy segura de si yo me hubiera conformado con unas perlas.
20
En la Prisión Nacional una mañana llaman a Fairlynn. Van a llevarla a presenciar una ejecución como parte de un programa de tortura.
El ruido de botas pesadas. Aparecen guardias. Escoltan a los prisioneros hasta un camión descubierto. Fairlynn no sabe que sólo la llevan de testigo. Cree que es su último día en la tierra. Llora de forma incontrolada y empieza a gritar el nombre de Mao. Explica a gritos su historia con él. Viene un guardia y le venda los ojos.
Fairlynn lamenta no haberse molestado en escribir a Mao. No significa nada para Mao, ya no. Sin embargo no puede dejar de pensar en él. Le cuesta creer que el afecto de Mao no fuera sincero. Recuerda la última vez que se separaron. Que duremos, le susurró él al oído. Ella se pregunta si lo ofendió al señalarle sus equivocaciones en 1957. Él no iba a admitir que el Gran Salto Adelante era de hecho un Gran Paso Atrás. Ella sólo dijo lo que pensaba como escritora. Se pregunta si no fueron su sinceridad y franqueza las que le granjearon su respeto y veneración en Yenan. ¿No debería saber él que todas sus críticas provenían de un deseo de consolidarlo en el poder? Ella creyó que se habían comprendido mutuamente.
Debe de ser Jiang Qing entonces, concluye Fairlynn. Su perversa mano debe de estar detrás de este telón.
No es una fantasía, le digo a la protagonista de mi ópera. La heroína existió de verdad. Ha pasado penalidades. Quiero que trates la pintura roja de tu pecho como si fuera una herida real. Que la sientas arder. Que sientas cómo te consume. Te están comiendo viva y estás llorando sin que nadie te oiga. Lanza tu voz lo más lejos posible.
Acudo al estudio y me reúno con mi jefe, Yu. Trabajo con él estrechamente en el rodaje. Estoy satisfecha con los avances. Sobre todo con los detalles. El color de un parche de los pantalones de la protagonista. La forma de sus cejas. Me gusta la calidad del sonido de los tambores de fondo y de la orquesta. He reunido a los mejores artistas de la nación. Disfruto con cada expresión de la cara de mi actriz favorita, Lily Fong, y me gusta cómo la iluminan los focos. He dicho al equipo de rodaje que no permitiré ninguna imperfección. Ordeno tomas nuevas. Interminables tomas nuevas. No las apruebo hasta que las secuencias son impecables. En este momento tengo a trescientos mil empleados trabajando en mis proyectos. La cafetería está abierta las veinticuatro horas del día. Yu me sorprende quedándome dormida en mitad de mi propio discurso. Estoy demasiado cansada.