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Ella espera, se pone a la disposición de cualquiera.

Es una noche sin viento y el aire está cargado de humedad. Lleva un vestido azul marino cuando sale de su clase de chino. Está contenta. Los alumnos, sobre todo las obreras del sector textil, han entablado una estrecha relación con ella. Confían y dependen de ella. Le hacen sentir como una estrella en sus vidas. Le han traído pasteles de arroz. Los trozos siguen tibios en su bolso. No tendrá que prepararse cena esa noche. Tal vez llegue a tiempo a la segunda mitad de su ópera favorita que representan en el Gran Teatro, que está de camino.

Al meterse en una calle oscura advierte que la siguen dos hombres. Se pone nerviosa y aprieta el paso. Pero los hombres la siguen como sombras. Antes de que ella pueda emitir un sonido, la han esposado y subido a la fuerza a un coche aparcado a un lado de la calle.

La bajan a rastras del coche de policía y la meten en una celda con un montón de mujeres. Están esperando que las interroguen. Una compañera de celda le explica la situación. No te sueltan hasta que confiesas. Las mujeres tosen de forma virulenta. La celda está fría y húmeda. Yunhe advierte que cada quince minutos traen de vuelta a una presa y se llevan a otra. Las demás se apretujan alrededor de ellas para tratar de sonsacarles información. Tendidas desnudas en el suelo, están golpeadas y magulladas. Con el pelo chorreando. Con voz entrecortada describen el interrogatorio. La cabeza sumergida en agua con pimienta. Los golpes en la espalda. No conozco a ningún comunista, solloza la mujer. Ojalá lo hiciera, para irme a casa.

Yunhe está asustada. Yu Qiwei tenía un tío rico que le pagó la fianza, pero ella no. Siente náuseas. Está segura de que la mujer que no para de toser tiene tuberculosis. Los escupitajos veteados de sangre están por todas partes.

Pasan dos semanas. Dos semanas de dormir fatal. Dos semanas de vivir aterrorizada sabiendo que pueden arrancarte la cabeza en cualquier momento. ¿Dónde está el Partido? No hay indicios de rescate.

Finalmente le llega el turno. La cara del interrogador es una máscara cubierta de cicatrices. Tiene un torso enorme y unas piernas minúsculas. Antes de interrogarla le hunde la cabeza en un balde de agua llena de especias.

Yunhe cierra los ojos y aguanta. No confiesa nada. De nuevo en la celda presencia la muerte de una compañera. Se llevan su cuerpo para arrojarlo a perros salvajes.

En el siguiente interrogatorio Yunhe parece sufrir una crisis nerviosa. Se ríe histérica y deja que le gotee mucosidad de la comisura de la boca.

Llevo quince días entre rejas. Estoy muy enferma, tengo mucha fiebre. Retomo mi oficio y empiezo a interpretar el convincente papel de inocente. Canto óperas clásicas. Toda la ópera, de principio a fin. Para los celadores.

La luna otoñal es un semicírculo sobre la montaña Omei;

su pálida luz cae y fluye con el agua del río Pingchang.

De noche dejo Chingchi de la corriente cristalina para dirigirme a los tres cañones,

y paso de largo Yuchow, pensando en ti a quien no puedo ver.

Los celadores me compadecen. Empiezan a reaccionar. Uno comenta a su supervisor que no parece que yo tenga nada que ver con los comunistas.

Sí, señor, respondo en el interrogatorio. He sido atraída por malas personas.

Dicen a la joven que la pondrán en libertad con una condición: debe firmar un papel denunciando el comunismo. Vacila, pero se convence de que debe hacerlo. Sólo estoy engañando al enemigo.

Nunca me he rebajado ante un enemigo, dirá la señora Mao más adelante. Nunca he deshonrado al Partido Comunista. La verdad es que nunca admite haber firmado nada. Afirma haber sido consecuente toda su vida. Las personas que ponen en duda sus palabras son encarceladas.

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Yunhe dice a sus camaradas que su puesta en libertad fue pura suerte. Afirma que, dado que no había pruebas contra ella, nunca pasó de ser una «sospechosa». Tuvo que ver con mi voluntad de hierro; podría haber confesado mientras me torturaban, pero mi compromiso con el comunismo me valió la victoria.

En realidad sabe que ha traicionado el juramento. Lo justifica pensando que es más útil al comunismo viva que mártir.

Después de firmar el papel la ponen en libertad. Los dos primeros días, de nuevo en su apartamento, da vueltas en la cama toda la noche. Ve imágenes de perros atacando a sus compañeras de celda. Los gritos de la cámara de tortura la persiguen en sus sueños. Después de medianoche se levanta y reúne sus libros y revistas. Baja a la calle y los tira a la basura. De día evita las calles donde hay colgados carteles comunistas. Pierde el contacto con sus amigos comunistas. Los ruidos de la casa vuelven a parecerle agradables. Los gritos del marido y la mujer peleando en el piso de al lado mantienen a raya sus pesadillas. El piano del vecino se convierte en música celestial. No le molesta el olor a quemado de la salsa de soja que llega de la cocina. No se levanta de la cama en todo el día y todavía echa de menos a Yu Qiwei.

Decido cambiar de nombre. Un nombre nuevo simboliza una vida nueva. También lo quiero para que haga sonar mi personaje. Además, cambiar de nombre está de moda en Shanghai. Ayuda a atraer la atención. Algunas personas suprimen su último nombre, convirtiéndolo en dos sílabas en lugar de las tres tradicionales. Se considera un acto de rebelión. Los sonidos destacan por sí solos. Hay ciertos nombres que me inspiran, sobre todo los de escritoras y actrices de reconocido prestigio. Son Bing-xing por Corazón de hielo, Xiao-yue por Luna sonriente, y Hu-dee por Mariposa.

Me pongo Lan Ping. Lan significa azul, mi color preferido, y Ping, manzana y dulzura. El azul se asocia con cielo, tinta y mito, mientras que manzana evoca la idea de cosecha, madurez, futuro fructífero, así como mi provincia natal, Shangdong, donde el producto de exportación por excelencia son las manzanas.

Una vez recuperada de mi estancia en la cárcel, empiezo a ampliar mi campo de operaciones. Vuelvo a ponerme en contacto con viejos amigos en busca de oportunidades para actuar. Digo a la gente que me he comprometido a ayudar al país. Una buena obra de teatro fomenta la conciencia nacional y eso es lo importante.

Pongo a prueba mi determinación. Exhibo mi mejor sonrisa. Para no sobar mi vestido azul me pongo un traje de chaqueta gastado. De este modo nada me impide abrirme paso a empujones en los autobuses atestados de gente. Llevo conmigo el vestido azul y me cambio antes de las entrevistas. Cuando termino vuelvo a ponerme mi viejo traje. Como a menudo me rugen las tripas vacías en mitad de la entrevista, bebo mucha agua. Tengo que esconder los pies porque los tengo hinchados de tanto andar.

Pero siguen rechazándome. Todos me dicen que soy buena, pero no recibo ninguna oferta. Muchas jóvenes en mi misma situación se dan por vencidas. Se acuestan con los hombres astutos que se hacen pasar por directores o productores. Me digo una y otra vez que yo no puedo claudicar.

En junio la joven se entera de que va a haber una audición para una representación de Casa de muñecas de Ibsen. La dirige el señor Zhang Min, un director de teatro que cursó sus estudios en Rusia. Al enterarse de la noticia ella se emociona, Leyó tantas veces en la escuela la obra de Ibsen que ya se sabe de memoria casi todo el papel de Nora. A pesar de ser consciente de las pocas posibilidades que tiene de obtener el papel, dado el número de actrices buenas, decide probar suerte. Si no sale nada de ello al menos causará impacto. Y tendrá ocasión de conocer al director Zhang Min.

Se inscribe para la audición y empieza a ensayar el papel. Invita a sus vecinas a que vengan a oírla mientras tienen las sopas en el fuego. Trae taburetes a las señoras para que se sienten a oírla mientras pelan judías y zanahorias.

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