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Ya hemos cenado y estamos relajándonos alrededor de la mesa, tomando té. Nah nos suplica que no hablemos de política, petición que debo declinar. Cuento con el tiempo que paso con Mao, porque puede cambiar de opinión en cualquier momento. Me he adiestrado para estar preparada siempre para lo peor.

Nah sale del comedor como un exhalación. ¿Adónde crees que vas?, grito. No me digas que vas a perder el tiempo tejiendo. ¿Has llamado a la gente que te he pedido que llamaras! ¡Respóndeme! ¡Tienes dieciséis años, no seis!

Déjala tranquila, dice el padre. Ha bebido un poco de vino y está de buen humor. Va con su pijama de siempre y con calcetines sin sandalias. La habitación está caliente, pero parece fría y vacía. Sencillamente no parece un hogar. Es más bien un cuartel general de guerra con libros, colillas, toallas y tazones colocados con descuido por allí. Él se siente a gusto con ese estilo de vida provisional. Las paredes están desnudas. No sabría decir el color original. El color del polvo. El suelo está hecho de grandes ladrillos de color azul grisáceo. En una ocasión sugerí que pusiera suelo de madera, pero él no quiso molestarse. Sigue utilizando la mosquitera en verano. Sus criados le hicieron una tan grande como una carpa de circo.

Tengo una misión importante para ti, dice él dejando la taza de té en la mesa.

Mis ojos se iluminan, mis labios tiemblan de emoción.

He hablado con Kang Sheng y hemos decidido que eres la mejor candidata para hacerte cargo del lado ideológico del movimiento. ¿Qué dices?

Por ti, Mao Zedong, daría la vida.

El 16 de mayo, después de revisar siete veces la «Notificación 5.16», Mao firma el documento y lo titula «Manual de la Revolución Cultural». Mientras se imprime, nombra un nuevo gabinete al margen del Politburó existente. Lo llama el «Cuartel General de la Revolución Cultural», y se nombra a sí mismo jefe, con Jiang Qing como su mano derecha, y Kang Sheng, Chen Bo-da y Chun-qiao como sus consejeros clave.

A partir de ese momento Jiang Qing gobierna China y detrás de cada uno de sus movimientos está Mao.

17

Estamos en junio de 1966. Mi verano crucial. Aunque el camino está lleno de baches, el futuro parece esperanzador. En el pasado mi nombre carecía de autoridad. Los directores de ópera y los críticos me demostraban poco respeto. Machacaban mis guiones. Tenía que pelearme por cada frase y cada nota. La gente corriente me consideraba la esposa de Mao. Excepto en Shanghai, donde mandaba Chun-qiao, nadie publicó una palabra mía. Ahora que cuento con el apoyo de Mao, todos se disputan mi atención. La prensa es como un niño de pecho, llamará madre a quien sea que le ofrezca un pezón; es rastrera.

En nombre de Mao organizo un festival nacional. Se llama Festival de Óperas Revolucionarias. Selecciono posibles óperas y las adapto para servir a los intereses de Mao. Encargo a artistas con talento que las mejoren convirtiéndolas en espectáculos de gran calidad, como Conquistando la montaña del tigre con ingenio y El estanque de la familia Sha. Hago que las óperas lleven mi firma y superviso personalmente cada detalle, desde la selección de los actores hasta el modo en que un cantante alcanza una nota.

Hay quienes aprenden rápido y hay mentes obcecadas. He de lidiar con todos. No pasa un día sin que sienta la sombra de mi enemigo. Cuando la resistencia se hace fuerte y mis proyectos peligran, llamo a Mao por teléfono. Esta mañana se han llevado a un par de dramaturgos. Los han encerrado en un centro de detención por orden del enemigo. Han dado una razón vaga: «No han servido en cuerpo y alma al pueblo». No tengo ni idea de quién encabeza exactamente la oposición. Lo hacen todo a través de estudiantes. Esto es una zona de guerra. Mi enemigo tiene muchas caras. Los estudiantes están siendo manipulados.

Mao me tranquiliza ofreciéndome una sustancial ayuda. Lanza una campaña, me dice. Crea tu propio ejército. Ve a las universidades y habla en mítines públicos en mi nombre. El objetivo es poner de tu parte a los estudiantes.

El día treinta y siete del festival es un gran éxito. Recibimos a trescientas treinta mil personas. Para colmo de la emoción, Mao y su nuevo gabinete asisten a mi ceremonia de clausura. De pie al lado de Mao, con mi uniforme militar verde hierba recién estrenado, aplaudo. Cuando baja el telón lloro de felicidad. Gracias al «Manual de la Revolución Cultural» que se está enviando a cada comuna, fábrica, campus y calle, he establecido mi liderazgo. Siguiendo mis órdenes, los estudiantes, trabajadores y campesinos desafían a las autoridades. En los mítines recito por el micrófono un poema de Mao:

Los intrépidos ciruelos de invierno florecen en la nieve.

¡Sólo las patéticas moscas lloran y mueren congeladas!

La oposición no da muestras de darse por vencida. El vicepresidente Liu organiza sus propios grupos para contraatacar. Sus emisarios se llaman a sí mismos el Equipo de Trabajo. Su objetivo es apagar los «fuegos salvajes»; destruir a la señora Mao.

Sin embargo ella no está preocupada. Mao ha confirmado su deseo de derribar a Liu. Está decidido a prender fuego al vicepresidente en persona.

La noche anterior ella ha tenido un sueño. Se abría paso a tientas hasta los brazos de su amante, sollozando de forma patética. Él la consolaba como si fuera una niña, y ella le empapaba la camisa con sus lágrimas.

Esta mañana han desayunado juntos. Estar en presencia del otro se ha convertido en una forma de mostrarse afecto. Ella no le cuenta su sueño. Él tiene una expresión serena y paciente. Desayunan en silencio. Él come pan y gachas de avena con guindilla, y ella leche y fruta con una tostada. Los criados están plantados como árboles. Observan comer a sus señores. Si ella estuviera en su casa los despediría, pero a él no le molestan. Le gusta tener guardias y criados en cada esquina de la habitación mientras come. Es capaz de estar totalmente relajado haciendo movimientos para ir al lavabo delante de ellos.

¿Qué está pasando con los estudiantes?, pregunta Mao sorbiendo ruidosamente su sopa de ginseng.

He descubierto a un joven de la Universidad de Qinghua, un estudiante de química de diecisiete años que se llama Kuai Da-fu.

Disfruto describiendo a Kuai Da-fu. Hablo de él como si fuera mi hijo. Kuai Da-fu tiene la cara delgada y un carácter apasionado. Tiene ojos de mapache y nariz grande. Sus labios me recuerdan el lecho de un río seco. Mao se ríe de mi comentario.

Sigue, dice. Sigue.

Es tímido y vulnerable, y sin embargo está lleno de pasión. No es robusto, sino más bien delicado. Pero tiene el carisma de un ídolo de adolescentes. Cuando habla, le centellean los ojos y se le suben los colores. Aunque no tiene experiencia, su ambición y determinación le asegurarán el éxito.

Mao aparta su tazón y se recuesta en su silla. Quiere saber cómo me he fijado en él.

Fue su reacción ante la «Notificación 5.16», explico. Hizo un póster de grandes caracteres en el que atacaba al jefe del Equipo de Trabajo, un hombre llamado Yelin. Lo llamaba roedor capitalista. Como consecuencia lo han expulsado de la escuela y lleva dieciocho días detenido.

¡Pero el joven no ha cometido ningún crimen!, exclama Mao en voz alta como si se dirigiera a una multitud.

Sí, Kuai Da-fu se ha declarado inocente, continúa la señora Mao. Y en huelga de hambre.

¡Tiene madera!

Eso mismo pensé yo.

Debe de estar inspirando a otros.

¿Qué debo hacer?

¡Ir a verlo!

Es precisamente lo que he hecho. Envié a mi agente, el camarada Dong…, seguramente no lo recuerdas. Trabajaba para Kang Sheng y es de confianza. Tiene un aspecto tan corriente y aburrido que se confunde con la gente sin despertar sospechas. En resumidas cuentas, me puse en contacto con Kuai Da-fu.

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