Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Soy consciente de mi posición. Mi papel no es de carne y hueso. No obstante, la ilusión está a mi alcance si me esfuerzo en crearla. Sigo siendo la esposa oficial de Mao. Tengo que subir al escenario. Aunque tenues, todavía brillan los focos sobre mi cabeza. Los hombres de Mao han tratado de arrebatarme el disfraz. Siento que me tiran de las mangas. Pero no lo soltaré. Me aferro a mi título. No dejaré que la magia de mi personaje se desvanezca. La esperanza me guía y la revancha me motiva.

Kang Sheng es un hombre obsesivo. Se le conoce por su pulcra caligrafía. También colecciona esculturas de jade, bronce y piedra. Una vez me comentó que los trazos del gran poeta y calígrafo Guo Mou-rou son «peores que los que hago yo con los pies». No exagera. Cuando Kang Sheng habla de arte, es un estudioso consagrado. De su boca brota un torrente de frases grandiosas. En esos momentos todas sus arrugas se estiran como la ondulada hierba de primavera al sol; cuesta imaginar cómo se gana la vida.

Todavía estoy aprendiendo mi oficio. Voy a menudo a casa de Kang Sheng para tomar lecciones. Algunas son duras. Es como el veneno que la sirena del cuento tiene que beber para tener piernas. Bebo lo que Kang Sheng me ofrece a fin de tener poderosas alas que corten como sierras.

Su casa es un museo y su esposa de cara de tigre, Chao Yiou, es su socia. La pareja vive en un palacio privado en Dianmen, en el número 24 de la calle del Puente de Piedra, al final del bulevar Oeste. Tiene un aspecto corriente, pero por dentro es una maravilla. Una de sus peculiaridades es una colina artificial detrás de la casa principal. Tiene unos tres pisos y está rodeada de un bosque de bambú. Era la casa de Andehai, el eunuco jefe y mano derecha de la emperatriz Ci-xi durante la dinastía Ching. Está vigilada por soldados.

Es en el sótano de su casa, en medio de su colección de tallas de piedra, donde Kang Sheng me revela su secreto. Su forma de ver las cosas y sus artimañas. Me hace una demostración del fuego y el metal que componen su carácter, y me enseña lo que debo aprender y lo que no. Y lo que debo soportar a cambio de la inmortalidad.

Le digo que me he lavado con cuidado los oídos; le escucho. Entonces Kang Sheng empieza a verter veneno negro en forma de palabras, detalles y hechos terribles. Con voz firme, a un ritmo constante, el líquido me recorre el oído, la garganta, el pecho, hacia abajo.

Se trata de Mao. Sus ejercicios para la longevidad. Aquí tienes el número de vírgenes que penetra. Lamento ser yo quien se las proporcione, pero es mi trabajo. Debes comprenderlo. No armes jaleo con la información que te doy. Es tu vida lo que trato de proteger. Debes comprender la necesidad de Mao de penetrar. No debes compararte con Fairlynn y las de su calaña. Tú eres una emperatriz, no una vagina más. Tu verdadero amor no es Mao sino el emperador en cuyas ropas él se ha vestido. Tu verdadero amor es el poder en sí mismo.

No te lo diría si no fuera tu amigo, no te lo diría si no me importaras. Te lo digo para que no te comportes como una necia; te lo digo para que sepas cómo apostar con muy poco capital. Estoy tratando de asegurarme de que tu posición no se vea amenazada. No pierdo de vista a quien sea que pasa por la cama de Mao. Mao se acuesta cada día con una mujer distinta. Son incontables. Encájalo, mi pequeña Grulla entre las Nubes. Encájalo.

Trata de salir de las aguas que ahogaron a Zi-zhen. Sólo es una receta que toma para absorber el elemento yin. Penetra a las jóvenes que le traigo de pueblos. Y luego me encargo de ellas. De nuevo es mi trabajo.

Las cosas te van bien, Jian Qing. Estás navegando sin problemas. Has cruzado el océano y no estás demasiado lejos de la costa.

Fuera las hojas secas arañan la tierra. Jiang Qing ha regresado al Jardín del Silencio. Se ha estado escondiendo bajo las sábanas y las almohadas. En el sótano de Kang Sheng ha perdido la poca paz que le quedaba. Ya no puede conciliar el sueño. Sigue oyendo crujidos, como si se le partiera el cráneo. En su imaginación, una gigantesca horda de bestias llegan y la llenan.

Al amanecer tiene los nervios a flor de piel. Despierta y descubre que ha renunciado a comprender. Se siente ligera y perpleja a la vez. Piensa en enviar concubinas a Mao con ollas de veneno mezclado con sopas de ginseng y tortugas cocidas al vapor.

14

En La Literatura del Pueblo lee el artículo de Fairlynn sobre su visita a la Ciudad Prohibida guiada por Mao.

Nuestro gran Salvador estaba a mi lado. El desconsolado gemido del viento sobre el lago Zhong-nan-hai se hizo más fuerte. Me señaló el antiguo barco dragón medio ahogado con la cola asomando como un monstruo. Discutimos sobre la historia de las revueltas campesinas. Me explicó qué era el heroísmo. Estoy segura de que mi cara resplandecía como la de una colegiala. Me cautivó por completo.

Abrí mi pecho y le confesé que había sido pesimista. A raíz de sus enseñanzas, los años de hielo que la oscuridad había forjado en mi interior se derritieron y escurrieron. Sentí la luz y el calor. Como un barco que lleva tiempo perdido, mi corazón viró hacia un puerto seguro… El presidente apartó la vista de los muros en sombra y nuestras miradas se cruzaron. Cuando le pregunté qué pensaba del amor, respondió: Hemos vivido una época de caos en la que es imposible amar. La guerra y el odio han secado la sangre de nuestra alma. Lo que diluye mi desesperación es el recuerdo. El recuerdo de un cielo y el recuerdo de la tierra que hay debajo; mis seres queridos que murieron por la revolución. Cada día mi mundo comienza con la luz que éstos arrojan sobre mí. ¡Luz, Fairlynn! La luz que conserva en mi alma un verano prometedor en el invierno más gélido.

No, no voy a unirme a las concubinas de la Ciudad Prohibida. Jiang Qing aprieta la mandíbula al tiempo que cierra la revista. No soy una de ellas. Las almas abandonadas. Los nombres en cuyo honor se hicieron medallas destellantes, placas conmemorativas y arcos de triunfo. Me traen sin cuidado. Odio este aliento, su humedad. Ansío las luces brillantes y cálidas. No permitiré que el frío de una funeraria penetre en mi piel.

Es Kang Sheng quien me informa de la sífilis de Mao. De nuevo es Kang Sheng.

Me siento petrificada por la rabia. Miro con fijeza su perilla y sus ojos de carpa dorada.

La paciencia es la clave del éxito, me recuerda. ¿Quieres que te pida hora con un médico para que te examine? Me refiero para asegurarte…

Su dedo inyecta tinta negra en cada vaso de mi cuerpo. ¿Puedes hacer memoria, señora?

Sí. Fue después del banquete estatal en el Salón del Pueblo. Hacía años que no tenían intimidad. Mao estaba de buen humor. Los gobernadores de todos los estados habían acudido a Pekín para informarle y rendirle homenaje. La escena le hizo pensar en los emperadores que concedían audiencias durante las dinastías. El hijo revolucionario del cielo. Las cosas marchaban. Cada provincia giraba alrededor de Pekín. La fe en él era inmensa. Había sustituido a Buda en el corazón de su pueblo. Fomentaba tal veneración haciendo las menos apariciones posibles: el viejo truco de crear poder y terror. Y cuando aparecía mantenía la cara oculta, y su discurso era breve y vago. En las reuniones hacía unos pocos comentarios. Un par de sílabas. Una sonrisa enigmática y un firme apretón de manos. Era efectivo. No tenía de qué preocuparse ahora.

Cuando se hubieron ido todos los invitados, Mao condujo a Jiang Qing a la cocina imperial. Vamos a dar gracias a los cocineros y al servicio. De regreso en el Pabellón de Luz Púrpura, se mostró cariñoso. La llevó al ala oeste y los dos se acomodaron en la Habitación de las Peonías.

Ella trató de no pensar en sus sentimientos mientras lo seguía.

La habitación parecía innecesariamente grande. La luz dibujaba hojas de nenúfar rosas y amarillas en la superficie ondulada de la pared. A solas con Mao, se sintió rara y nerviosa.

43
{"b":"104393","o":1}