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Es el tercer día que se reúnen en privado. Las estrellas parecen ojos de voyeurs que se abren y se cierran. Mao Zedong y Lan Ping están sentados muy juntos en la creciente oscuridad. Ha empezado a refrescar. La maleza se inclina lánguida sobre la orilla del río, y en la superficie del agua tiembla el reflejo de la luna.

Nací en el pueblo de Shaoshan en 1893. Mao describe el paisaje de su ciudad natal, es tierra de hibiscos, orquídeas, siervos y campos de arroz. Mi padre era un pobre campesino que se enroló de joven al ejército del señor de la guerra por estar cargado de deudas. Fue soldado durante muchos años. Más tarde volvió al pueblo y se las arregló para volver a comprar su tierra. Ahorró religiosamente y abrió un pequeño comercio. Era un hombre mezquino. Cuando yo tenía ocho años me envió a una escuela primaria local, pero pretendía que trabajara en la granja por la mañana temprano y por la noche. Odiaba verme sin hacer nada. ¡Hazte útil!, gritaba a menudo. Todavía oigo su voz. Era un hombre irascible, y a menudo nos daba palizas a mí y a mis hermanos.

Llegado a este punto la joven intercala sus comentarios. Describe a su padre. Dice que comprende perfectamente cómo debió de sentirse de niño, aterrorizado por su padre. Levanta la mirada hacia él con los ojos llenos de lágrimas.

Él asiente y, sosteniéndole las manos entre las suyas, continúa: Mi padre no nos daba dinero. Nos daba fatal de comer. El día quince de cada mes hacía una concesión a sus trabajadores y les daba huevos con arroz, pero nunca carne. A mí nunca me daba huevos ni carne. Su presupuesto era muy limitado y miraba el dinero.

¿Y tu madre?, pregunta la joven. La cara de él se ilumina. Mi madre era una mujer amable, generosa y compasiva que siempre estaba dispuesta a compartir lo que tenía. Se compadecía de los pobres y a menudo les daba comida. No se llevaba bien con mi padre.

De nuevo la joven responde que sabe de qué está hablando. ¿Qué podía hacer una mujer en tales circunstancias sino llorar y aguantar? El comentario hace que Mao hable de cómo se rebeló contra su padre, cómo una vez lo amenazó con arrojarse a un estanque y morir ahogado. No vuelvas a pegarme o no me verás más el pelo. Le enseña cómo gritó a su viejo. Se ríen.

Describe como «turbulentos» sus años de estudiante. Se marchó de casa a los dieciséis y se graduó en la Primera Escuela Normal del Hunan. Era un lector voraz y prácticamente vivía en la Biblioteca Provincial del Hunan.

A ella no le suena, para su vergüenza, ninguno de los títulos que él menciona. La riqueza de las naciones de Adam Smith y El origen de las especies de Darwin, y los libros sobre ética de John Stuart Mill. Más tarde se le requerirá que lea tales libros, pero nunca será capaz de pasar de la página diez.

Él parece disfrutar enormemente hablando con la joven. Ella agradece que no le pregunte si se ha cruzado alguna vez con uno de sus queridos libros. No quiere empezar a hablar de poesía. No tiene sensibilidad. Teme un nombre: Fairlynn. Decide cambiar de tema.

Parece como que te saltaste un montón de comidas, dice interrumpiéndolo con suavidad. No cuidaste de tu salud.

Él ríe con ganas. No lo creerás, pero estaba más que en forma. En aquella época reuní a un grupo de estudiantes y fundé una organización llamada Sociedad de Ciudadanos Nuevos. Además de discutir sobre grandes temas, éramos culturistas rebosantes de energía. En invierno recorríamos a pie los campos, subíamos y bajábamos montañas, y bordeábamos los muros de la ciudad. También cruzábamos ríos a nado. Estábamos continuamente expuestos al sol, la lluvia y el viento, y acampábamos en la nieve.

Ella dice que le gustaría oír más. Es tarde, no debería robarte horas de sueño. Ella tiene los ojos brillantes como luceros. Bueno, te contaré una última historia. Él se quita el abrigo y la envuelve en él. Y se acabó, ¿de acuerdo? Ella asiente.

Fue un verano que había llovido más de la cuenta y todas las plantas habían crecido en exceso. En un árbol delante de mi casa descubrieron un panal gigantesco. Era como una mina suspendida en el aire. Por la mañana el árbol se doblaba por el peso del panal, ya que había absorbido la humedad de la noche y pesaba más. Y al mediodía el árbol volvía a erguirse.

Era un panal muy extraño. En lugar de miel y cera, estaba lleno de toda clase de fibra: hojas muertas, semillas, plumas, huesos de animales, paja y trapos. Por eso de noche olía a podrido. El olor atraía a bichos. Sobre todo gusanos de luz. Entraban en masa y lo saqueaban. A esas horas las abejas dormían. La luz de los gusanos convertían el panal en una linterna azul.

¿Sabías que cuando se juntan luciérnagas se encienden y apagan a la vez?

Cada noche la joven se duerme con el mismo cuento de hadas en el que ve la linterna azul descrita por Mao.

El deseo de reunirse en la oscuridad va en aumento. Mao empieza a enviar lejos al guardia. Una noche Lan Ping está decidida a no ser la que pida afecto y se despide justo después de cenar. Él coge su caballo y se ofrece a acompañarla un kilómetro y medio.

Permanecen callados. Ella está molesta. La gente murmura sobre el tiempo que paso a solas contigo, dice. Tengo miedo de que me prohíban venir.

La sonrisa de él se esfuma.

Ella se aleja.

He estado tratando de cortar el flujo del agua con una espada, murmura él a sus espaldas.

Ella se vuelve y lo ve colocar un pie en el estribo. De pronto él la oye reír.

¿Qué te parece tan gracioso?

Tus pantalones.

¿Qué les pasa?

La tela está tan gastada que en un par de días se te verá el trasero.

Maldita sea.

Te los puedo arreglar, si quieres.

Él recupera su sonrisa.

10

La sastra del pueblo se alegra de tener a Lan Ping de compañera de costura. Ésta saca los pantalones de Mao que le ha traído Pequeño Dragón. No sabe adónde va a llevarle el coserlos. Es consciente de que él se siente solo y le fascinan las atractivas mujeres de las grandes ciudades, donde lo rechazaron de estudiante y joven revolucionario. Más tarde averigua que llama burgueses a los que son como ella y los persigue. Los llama imperialistas americanos y tigres de papel, y dice que habría que hacerlos desaparecer de la faz de la tierra, pero aprende inglés y se prepara para visitar un día Estados Unidos. Dice a la nación que aprenda de Rusia, pero odia a Stalin.

En 1938 Lan Ping cae en la cuenta de que está enamorada de Mao Zedong. Se ha enamorado del poeta que hay en él, el poeta que su heroica mujer Zi-zhen trata de matar. Aunque Mao más tarde se nombrará a sí mismo emperador y tendrá muchas concubinas, en 1938 no tiene pretensiones. Es un bandido sin dinero que trata de atraer a la joven con su mente y sus proyectos.

Una mañana los guardias de Mao vienen y me entregan una hoja garabateada: un nuevo poema que ha compuesto la noche anterior. Quiere saber mi opinión. Desdoblo el papel y oigo cantar mi corazón.

Montaña.

Fustigo mi caballo ya veloz y no desmonto.

Cuando miro atrás asombrado

el cielo está a un metro de distancia.

Montaña.

El mar se derrumba y el río hierve.

Una infinidad de caballos se precipitan

como locos hacia la batalla.

Montaña.

Los picos perforan el cielo verde, afilados.

El cielo se desploma,

bajo las nubes mis hombres son mi hogar.

Ella lee sus versos una y otra vez. Al día siguiente el guardia le trae más. Mao copia el poema con tinta con la elegante caligrafía de los ideogramas chinos, claramente ordenada.

Los garabatos de Mao en los que la pasión habla entre líneas y a varios niveles a la vez se convierten en el deleite nocturno de ella. Poco a poco baja de las nubes un dios para compartir con ella su vida. Expresa sus sentimientos por su amor perdido, su hermana, su hermano y su primera mujer Kai-hui, asesinada por Chang Kai-shek. Y sus hijos, de los que se ha visto obligado a separarse entre batalla y batalla para después hallarlos muertos o perdidos. Ella seca sus lágrimas y siente su tristeza. Le llega al corazón descubrir que no hay cólera en sus poemas; más bien alaban la forma en que la naturaleza comparte con él sus secretos; aceptan su austeridad, inmensidad y belleza.

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