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De todos modos, ya he sufrido bastante. Has hecho mío tu problema. No me considero una persona fuerte. Sencillamente no me permito ser frágil, porque sé que me romperé. Siento tener que dejarte. Pero es hora de que aprendas a caminar solo, a solucionar por ti mismo los problemas. De lo contrario sería vergonzoso mencionar siguiera que una vez nos quisimos.

Por fin menciona a Aixia; ha encontrado el nombre de la chica en un poema que él escribió inspirándose en ella.

Aunque has negado la aventura amorosa y el poema, has olvidado que he aprendido la lección. Tengo veintitrés años, no treinta. Sé qué es el amor porque he amado y me han amado. Sé cómo es. No puedes engañarme. Puedo imaginar fácilmente las frases que os decís. Las mismas que utilizaste para atraerme a mí. Créeme que las conozco. Sin embargo siempre te recordaré como un hombre afectuoso y bueno. Sientes amor, incluso hacia tu enemigo. A veces eres bueno más allá de lo razonable. Siempre me asombra, porque yo no soy para nada así. No soporto a mi enemigo.

Por una de esas vueltas que da la vida, como para resarcirla, tras su ruptura con Tang Nah la carrera de Lan Ping despega. El odio hacia los japoneses de pronto significa que las películas antijaponesas empiezan a financiarse y producirse, y se convierten en éxitos. Comienzan a ofrecer papeles a Lan Ping. Primero la película Sangre en la montaña del lobo, donde hace el papel de la mujer de un soldado y se enfrenta sola a una manada de lobos en la pantalla. La mujer a la vez vulnerable y valiente que lucha sin saber si ganará. Que lucha aun sabiendo que pueden devorarla antes de que pueda volver a atacar. Es la historia de una mujer sencilla, pero también de la lucha de China bajo la invasión de Japón. La interpretación es sincera y apasionada. Luego su siguiente película, El viejo solterón Wang, donde vuelve a ser la heroica protagonista, la mujer de Wang. De nuevo gira en torno a una familia china que vive en la pobreza bajo la invasión de Japón. Y de nuevo el único tema es la supervivencia. Ella está extraordinaria. Al final de la película, llevando a cuestas el cuerpo sin vida de su marido, jura ante la cámara: ¡Podéis cortarme en tiras o hacerme pedazos, pero mi espíritu nunca dejará de luchar!

Mi buena suerte se agota rápidamente. El verano de 1937 entran en Shanghai las fuerzas de ocupación. La bandera de Japón ondea en lo alto del edificio más elevado de la ciudad. La ciudad se paraliza. El último estudio de cine cierra. Estoy sin blanca y me he ido a vivir con el señor Zhang Min. Nos hemos cogido mucho cariño. Su mujer se ha ido por mí. Pero no voy a volver a casarme. Mi relación con Zhang Min no es de esa clase. Zhang Min es un puerto del que salgo y entro. Estoy aquí para descansar, no para quedarme.

El otro día me dijeron que Tang Nah había intentado suicidarse de nuevo. Fue después de que Junli le diera mi carta. Al parecer Junli no pudo detenerlo. Se tiró al río Huangpu. Era de día y lo rescataron. Debió hacerlo de noche si no quería sólo dar un espectáculo. Sé qué se proponía. Era su forma de vengarse de mí, de acusarme, de hacer que tanto nuestros amigos como los críticos y el público en general me señalaran con el dedo. Y lo han hecho. Apareció en el periódico de la tarde. Mi nombre de pronto es sinónimo de egoísmo: lo contrario a las heroínas que represento. Los rumores perjudican mis oportunidades de hacer papeles de protagonista en el futuro. El bribón siempre sigue bribón. Mi rostro ha perdido credibilidad de la mañana a la noche.

Tang Nah se marchó a Hong Kong justo después de la liberación comunista de 1949. Fue astuto. De haberse quedado la señora Mao no habría sabido qué hacer con él. ¿Habría corrido la suerte de Junli o Dan? Tal vez Tang Nah imaginó que habría problemas. Es un hombre clarividente.

La pagoda de las Seis Armonías se eleva contra el cielo añil aterciopelado, como un hombre callado absorto en sus pensamientos. ¿De cuántos amores jurados y rotos ha sido testigo? Todavía recuerdo el sabor de mis lágrimas. Conté con que ocurriría en cuanto nos declararon marido y mujer. Sabe Dios cuánto deseaba curarme. Se lo di todo. Al hombre de Suzhou.

Ahora que por fin le he dejado, me vienen a la memoria todos los buenos momentos. Los recuerdos, tan vividos. Me posee en mis sueños sin que yo lo invite. Me despierto gritando su nombre. Fue después de que él me explicara su delirante concepto de las mujeres. Su forma de venerar el cuerpo femenino. No se sentía a gusto con su cuerpo, en concreto no estaba orgulloso de su miembro. Siempre se dejaba la camisa puesta cuando se tendía sobre mí como una águila con las alas totalmente extendidas. Con la cara cerniéndose sobre la mía. Era una imagen bastante divertida.

Le encantaba dejar las luces encendidas y bajas. Cada noche colocaba la lámpara en un ángulo diferente, para ver mi cuerpo envuelto en distintas sombras. La ponía en una silla, o encima de un armario, o debajo de la cama. Me contemplaba y decía que tenía el cuerpo de una diosa. Le encantaba mi piel. Su color marfil. Por extraño que parezca, mi piel no envejece. He ido a lugares que son fatales para la piel, pero no se resiente.

Le recuerdo encendiendo un cigarrillo, dando una calada y exhalando el humo sobre mis pechos. Como un viejo verde, luego se recostaba para observar cómo el humo se arremolinaba alrededor de mis pechos. Ajá, decía guiñando un ojo.

Ajá, decía yo riéndome, y me levantaba para traerle un té. Aprovechaba la ocasión para demostrarle que sabía que eso le gustaría. Deja, decía él apagando el cigarrillo en el cenicero. Ven aquí.

Podía ser en cualquier parte, en una silla, en un sofá, en el suelo, junto a la ventana, en un pasillo, o a veces hasta de pie, en mitad de la habitación, como si fuera un escenario.

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Un tren gime como un dragón furioso en medio de la noche. Se dirige hacia la provincia de Shanxi, en el noroeste del país. Es territorio de guerrilla: la región vital del Partido Comunista y su Ejército Rojo. Estamos en julio de 1937. Lan Ping tiene veintitrés años y viaja en el tren. La vía está en malas condiciones. Fuera, el paisaje es desolador. No hay montañas, ni ríos, ni árboles o cultivos. Sólo colinas peladas que se extienden kilómetro tras kilómetro. El tren ha cruzado las provincias de Jiangsu, Anhui y Henan.

Un anciano sentado a su lado le pregunta si ha visto algo interesante. Sin obtener respuesta señala que están pasando por antiguos campos de batalla. Empieza a salir el sol. Hombres y mujeres de tez oscura están arando los campos. Las mujeres llevan a sus hijos a la espalda. El pasajero dice a Lan Ping que entre 1928 y 1929 han muerto de hambre tres millones de personas en la región.

Al principio Yenan es un mundo extraño para ella. Un lugar remoto. Es lo contrario de Shanghai. Lan Ping se siente como una ciega abriéndose paso a tientas en un callejón. Después de Shanghai probó suerte en otros lugares. Probó las ciudades de Nankín, Wuhan y Chongqing. Habló con amigos y conocidos, y pidió ayuda y recomendaciones. No salió nada. La gente o nunca había oído hablar de ella o sabían demasiadas cosas. Ella llamó a puertas, dio su nombre a extraños. Siguió adelante, obligándose a continuar y sin dejarse desanimar.

Empezó a oír cada vez más el nombre Mao Zedong. Un héroe de la guerrilla. Una leyenda popular en ciernes. Representa la China interior, la mayoría, el noventa y cinco por ciento de los campesinos a los que les preocupa que su madre patria esté siendo ocupada por los japoneses. No hay dinero para crear escuelas y promocionar las artes o la diversión, pero los campesinos envían a sus hijos a enrolarse al Ejército Rojo para que se conviertan en comunistas y sean liderados por Mao Zedong.

Ella tiene ojos de colonizadora, y con ellos descubre su siguiente escenario. Yenan es un territorio que puede reivindicar.

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