Antes de partir escribió un artículo que se publicó en el Semanario de las Artes Interpretativas de Shanghai, titulado «Una visión de nuestra vida». En él criticaba el «arte pálido», esto es, el arte que fomenta la sensiblería burguesa. Las obras que alaban a las mujeres por sus sacrificios. Las obras que aceptan la tradición de vendar los pies. El arte que hace la vista gorda a las pésimas condiciones del país. Lo llamaba «el arte egoísta». «Para mí el arte es un arma. Un arma para combatir tanto la injusticia como a los japoneses, los imperialistas y los enemigos.»
«Una visión de nuestra vida» fue un grito estridente. Esta representación, como la llamaron, tenía piernas y caminó hasta Yenan, la cueva de Mao, su cama.
El viejo camión en el que viaja gime como un animal agonizante. Cubierta de polvo rojo, la joven de Shanghai tiene la moral alta. Después de tres semanas de viaje acaba de cruzar Xian, la puerta del territorio rojo. Entran en Luochuan, la última parada antes de Yenan.
Estamos en agosto de 1937. La joven ha trabado amistad con una mujer llamada Xu que va a reunirse con su marido Wang. Éste es el secretario de la organización comunista Frente Unido contra la Invasión Japonesa y ha ido allí para asistir a una importante reunión.
Esa noche Lan Ping y Xu duermen en la cabaña de un campesino, en catres de paja. Al día siguiente tienen previsto ir a buscar a Wang a la reunión y seguir juntos el viaje a Yenan. Lan Ping está cansada y se acuesta pronto. No sabe que la mañana siguiente pasará a la historia como un misterio por resolver de la China moderna.
Durante el desayuno Xu dice a Lan Ping que la reunión de su marido se ha celebrado unas casas más allá. La reunión ha terminado al amanecer. Sugiere llevar panecillos para el viaje. De Luo-chuan a Yenan hay ochenta kilómetros.
Es una mañana fría. El sol naciente tiñe las colinas de dorado. Lan Ping va pulcramente vestida con su nuevo uniforme de algodón del Ejército Rojo y un cinturón que le ciñe la cintura. Su esbelto cuerpo es como un sauce. Va peinada con dos largas trenzas sujetas con cintas azules. Ella y Xu se dirigen con su equipaje a donde está aparcado el camión. Un poco más allá hay tres vehículos deteriorados por efecto de la intemperie. En uno de ellos se lee: «Emergencia. Respiración artificial. Asociación de Trabajadores Chinos de Nueva York». Es el coche de Mao Zedong.
El siguiente momento pasa a la posteridad como histórico. Se le han dado distintos enfoques e interpretaciones. Algunos dicen que Mao salió de la pequeña casa donde había tenido lugar la reunión y subió a su coche en el preciso momento en que Lan Ping subía a su camión; no se vieron. Otros dicen que Lan Ping observó cómo los líderes salían uno por uno y le parecieron divertidas las plumas que les asomaban de los bolsillos del pecho; no reconoció a Mao. Y otros dicen que Mao inclinó la cabeza al salir de la casa debido a su estatura y al levantar de nuevo la mirada se quedó prendado de ella: fue amor a primera vista. Según la versión de la señora Mao, todos se acercan a ella y la saludan con efusión.
La verdad es que nadie lo hace. Nadie saluda a nadie. La joven de Shanghai sube al camión, se instala en una esquina cómoda y espera. Ve salir de la casa a los hombres. Le consta que son importantes, pero no sabe quién es Mao ni espera conocerlo.
Hasta que el camión empieza a moverse y oye a Wang susurrar a su mujer: ¡Mira, ése es! ¡Ese es Mao!, no presta atención. Se han cruzado pero no lo ha visto. El pez más gordo de Yenan. Ya se ha subido al coche. «Emergencia. Respiración artificial.» No alcanza a verlo, sólo ve el humo del tubo de escape. Recuerda que éste se sacude y da un brinco como un paciente con insuficiencia cardíaca.
Si los habitantes de la China moderna apenas conocen el nombre de Yu Qiwei, a todos les suena el de Kang Sheng. El camarada Kang Sheng, el principal hombre de confianza de Mao, el jefe del servicio de información y seguridad nacional de China. Educado en Rusia por la gente de Stalin, el camarada Kang Sheng es un hombre misterioso y conspirador. Nadie sabe interpretar sus expresiones faciales. Nadie sabe qué relación tiene con Mao o cómo trabajan juntos. Se mantiene toda su vida en segundo plano, lejos de los focos. No reparas en su presencia hasta que te ves cubierto de pronto por su sombra. Y entonces es demasiado tarde. Has caído en su trampa. Estás atrapado en una pesadilla. Eres engullido y despedazado por una criatura misteriosa. Hasta la fecha nadie ha sido capaz de salir y decir al mundo lo que ocurre. Nadie conoce la historia de Kang Sheng. Sólo unos pocos lo han descrito como la mano negra e invisible cuyos dedos abarcan toda China.
Tuve una larga relación con Kang Sheng, dice más adelante la señora Mao. Una relación muy especial. De cincuenta y dos años. Jugó un papel importante en su vida. Fue a la vez su mejor amigo y su peor enemigo. La ayudó y la traicionó. Empezó siendo su mentor y confidente. Durante la Revolución Cultural se convirtieron en compañeros de armas. Trabajaron codo con codo. ¿Conocéis la fábula en que distintas clases de lobos se unen para atacar al ganado?
Kang Sheng y la joven vienen de la misma provincia, Shan-dong. No sólo eso, sino que según descubren asombrados son de la misma ciudad. La joven no recuerda con claridad cómo se conocieron. Él dice que era demasiado pequeña, debía de tener unos once años. Él era el director de la escuela elemental de la ciudad de Zhu. Ella debió de conocerlo a través de la gente de la ciudad, seguramente su abuelo. Le dio la impresión de ser un hombre callado. Tenía una expresión congelada. Sólo pronunciaba dos palabras, sí y no. De vez en cuando asentía hacia los niños y decía algo con una voz seca. La gente lo respetaba porque lograba que se hicieran cosas.
Tiene el cutis demasiado fino para ser un hombre. Y perilla. Lleva unas gafas de cristal grueso y montura dorada, detrás de las cuales hay unos ojos de pez. Las pupilas le sobresalen tanto que parecen pelotas. Es delgado y se mueve con elegancia. Por aquellos tiempos llevaba una especie de traje gris que le llegaba a los tobillos. Durante la guerra lleva el uniforme del Ejército Rojo con bolsillos de más, que después de la Liberación cambiará por una chaqueta Mao.
Cuando me entero de que Kang Sheng, de mi misma ciudad, es el jefe de la fuerza de seguridad comunista de Yenan, me quedo encantada. Llevo tres meses en Yenan tratando desesperadamente de abrirme camino. Considerándome afortunada decido hacer una visita a Kang Sheng. Un día durante un descanso me escabullo de mi cuadrilla de trabajo y me dirijo a sus oficinas. Cruzo directamente la puerta y le suplico que se haga cargo de mí. Está ocupado hojeando un documento y me mira por el lado de sus gafas. Al principio no me reconoce. Luego vuelve a mirarme. Advierto que me sitúa, pero no dice nada aún. Sigue mirándome fijamente. Es una mirada analítica. Osada, hasta grosera. Como un anticuario examinando una pieza; se toma tiempo. Hace que me inquiete. Luego dice que hará todo lo posible. Te irá bien en Yenan, dice. Se recuesta y de pronto sonríe.
Me invita a sentarme y me pregunta por mi vida en Shanghai. Le cuento un poco de mi lucha y mi carrera como actriz. No parece interesado, pero no tengo nada más que contar. Luego me interrumpe y me pregunta por mis relaciones. ¿Estás casada o tienes una relación?
Digo que no estoy dispuesta a hablar de mi vida personal.
Comprendo, dice. Pero si quieres que te ayude tengo que saber estas cosas. Verás, como comunista en Yenan, todos tus secretos pertenecen al Partido. Además, me propongo ayudarte a triunfar. No mucha gente tiene tus oportunidades.
Hago una pausa y empiezo a hablarle de Yu Qiwei y Tang Nah. Me salto mi matrimonio con el señor Fei. Kang Sheng me pide detalles sobre mis divorcios. ¿Sigues teniendo alguna relación con ellos?
Son agua pasada, informo.