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Mao lleva dos años promoviendo el Gran Salto Adelante. Se ha propuesto ser el mejor gobernante de todos los tiempos; quiere llevar a China a los máximos récords mundiales de productividad. La estrategia consiste en liberar y utilizar la energía y el potencial del campesinado, el mismo campesinado que llevó la guerra de Mao a tan glorioso desenlace. La explosión de energía e innovación será tal que en cinco años se alcanzará el comunismo de signo celestial. Cada uno hará lo que le venga en gana y comerá lo que se le antoje.
Inspirada en tal idea, la nación responde a la llamada de Mao. Se confisca cada parcela de tierra privada y se convierte en propiedad del Gobierno. Se alienta a los campesinos a «poner en práctica el comunismo allá donde viven», y las comunas-cafeterías de comida gratis empiezan a multiplicarse como la mala hierba tras un aguacero. En el frente industrial, Mao promueve la «fábrica de acero en los patios traseros». La gente recibe órdenes de entregar sus woks, hachas y palanganas.
El Gran Salto es la perfecta expresión de la mentalidad y las creencias de Mao, su osadía y romanticismo. Espera ansioso los resultados. Al principio lo elogian por su visión, pero dos años después llegan partes de estallidos de violencia entre pobres y ricos. Los saqueos en busca de comida y cobijo se han convertido en un problema. Antes del otoño el revuelo es tal que empieza a amenazar la seguridad. Se consume todo, incluidas las semillas para sembrar la siguiente primavera, y no se produce nada. Se vacía el último almacén de la nación. Mao empieza a sentir la presión. Empieza a darse cuenta de que gobernar un país no es lo mismo que ganar una guerra de guerrillas.
En 1959 empiezan las inundaciones y les sigue la sequía. Se extiende por el campo una sensación de desesperación. A pesar del llamamiento de Mao a combatir la catástrofe («Es la voluntad del hombre, no el cielo, la que decide»), miles de campesinos huyen de sus pueblos en busca de comida. A lo largo de la costa muchos se ven obligados a vender a sus hijos mientras otros envenenan a toda su familia para poner fin a la desesperación. Al llegar el invierno el número de muertos se eleva a veinte millones. En el escritorio de la oficina del primer ministro Chu se amontonan los informes.
Mao está más avergonzado que preocupado. Recuerda lo resuelto que estaba a llevar a la práctica su plan. Ha lanzado nuevas consignas:
«Corred hacia el comunismo.» «Destruid la estructura familiar.»
«Un tazón de arroz, un par de palillos y un juego de mantas: el estilo del comunismo.»
«Una hectárea, cinco mil kilos de ñames y cien mil de arroz.»
«Cruzad un conejo con una vaca para que el conejo adquiera las proporciones de la vaca.»
«Criad pollos grandes como elefantes.»
«Cultivad judías tan grandes como la luna y berenjenas del tamaño de una calabaza.»
En junio estallan revueltas campesinas en las provincias de Shanxi y Anhui. El Politburó pide una votación para detener la política de Mao.
Mao se retira durante los siguientes seis meses.
Mi marido se ha caído de las nubes. Sólo lo he visto una vez en los pasados tres meses. Parece deprimido y angustiado. Nah me dice que no ve a nadie. Se acabaron las actrices. La noticia me llena de sentimientos encontrados. Por supuesto, tengo esperanzas de que alargue una mano hacia mí. Pero también estoy sorprendida y hasta triste: no había imaginado que pudiera ser vulnerable.
Un día Kang Sheng se presenta tarde y sin avisar. Mao te necesita, me dice excitado. La reputación del presidente ha sido terriblemente dañada. Sus enemigos se están aprovechando de su error y se preparan para derrocarlo.
Bebo un sorbo de té de crisantemo. Nunca me ha sabido tan bien.
Empiezo a vislumbrar el modo de ayudar a Mao. Me emociono tanto con la idea que me olvido de la presencia de Kang Sheng. Veo imprentas rodando, voces transmitiendo por radio y películas proyectándose. Presiento el poder de los medios de comunicación. Su forma de lavar y blanquear las mentes. Presiento la llegada del éxito. La energía me recorre el cuerpo. Estoy a punto de representar una escena que va a llevarme al punto culminante de mi vida.
A fin de compartir el placer de haber encontrado un gran papel, explico a Kang Sheng cómo me siento. Pero se ha quedado dormido en el sofá.
Todo empieza con una convención en julio de 1959. Se celebra en la montaña Lu, un centro turístico donde el paisaje es impresionante. Al principio Mao se muestra humilde y modesto. Admite sus errores y alienta las críticas. Su sinceridad conmueve a los delegados y representantes de todas partes del país, entre ellos Fairlynn. Ésta critica el Gran Salto de Mao llamándolo experimento de chimpancés; Yang Xian-zhen, teórico y director de la escuela del Partido Comunista, señala que Mao ha idealizado el comunismo y aplicado fantasía a la realidad. El 14 de julio, el mariscal Peng De-huai, defensor declarado de Mao, hijo de un campesino y hombre conocido por su gran contribución y sensatez, envía una carta personal a Mao en la que le informa de los resultados de su investigación privada: los escandalosos datos sobre el fracaso de la Comuna del Pueblo; el fruto del Gran Salto Adelante.
Mao fuma. Un paquete al día. Tiene los dientes marrones y las uñas amarillas de la nicotina. Escucha lo que otros tienen que decir y no responde. El cigarrillo va de sus labios al cenicero. De vez en cuando asiente, sonríe forzado, estrecha la mano al portavoz. Buen trabajo. Has hablado en nombre del pueblo. Agradezco tu franqueza. Estáte orgulloso de ti mismo como comunista.
Una semana más tarde Mao se declara enfermo y anuncia su dimisión temporal. El vicepresidente Liu toma las riendas del país.
No aparezco en ninguna de las reuniones aunque estoy en la montaña Lu. Leo los partes que me envía Kang Sheng y estoy más que bien informada de lo que sucede. Mao está herido. Tengo el presentimiento de que no lo soportará mucho tiempo. No es de los que admiten sus errores. Se cree comunista, pero es por instinto emperador. Vive para ser el protagonista, como yo no me veo a mí misma sin ser la primera actriz.
Aprovecho el momento y decido hacer un viaje a Shanghai. Hago amigos con caras nuevas. Los artistas y los dramaturgos. Los jóvenes y los ambiciosos. Cultivo las relaciones asistiendo a sus inauguraciones y trabajo con ellos sobre materia prima. ¿Os gustaría consagrar vuestro talento al presidente Mao?, pregunto. ¿Qué os parece convertir esta melodía en la favorita del presidente? Sí, sed creativos y osados.
Educo a mis amigos enviándoles materiales, entre ellos Incienso de medianoche, una ópera clásica china, y la famosa canción italiana Torna a Surriento. Al principio parecen confundidos; están acostumbrados a la forma de pensar tradicional. Amplío sus horizontes y poco a poco sacan provecho de mis enseñanzas. Se quedan encantados con mis ideas. Hay unas cuantas mentes brillantes. Un compositor de violín es tan rápido que convierte el Vals de las flores de Tchaikowsky en una danza popular china y la llama El cielo rojo de Yenan.
Adiestro lo que llamo «una tropa cultural». Una tropa que Mao necesitará para combatir sus batallas ideológicas. A duras penas puedo guardarlo en secreto. Lo veo funcionar. Imagino a Mao mirándome con la sonrisa que me dedicó hace treinta años. Por otra parte, estoy dudosa, hasta un poco asustada; Mao nunca ha visto las cosas como yo. ¿Cómo puedo saber si le gustará lo que estoy haciendo?
Por primera vez en muchos años ya no sufro de insomnio. Tiro los somníferos a la basura. Cuando me despierto ya no me siento amenazada por mis rivales. Ni siquiera me preocupa Wang Guang-mei. Aunque ella y su marido, el vicepresidente Liu, disfrutan siendo el foco de atención, auguro que sus días están contados.
El vicepresidente Liu nunca se da cuenta de que es aquí donde empieza el resentimiento de Mao. El complot empieza mientras Liu está ocupado tratando de salvar la nación. Suspende el sistema de comunas de Mao y lo sustituye por uno de su invención, el programa zi-liu-de, que permite a los campesinos ser propietarios de sus jardines traseros y vender lo que han plantado. Se les alienta a operar sobre bases familiares. En esencia, es capitalismo al estilo chino. Es un escupitajo en la cara de Mao.