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Ella continúa. Describe sus sentimientos, cómo ha estado sumergida en agua y los latidos de su corazón hacían círculos en la superficie. No sabe qué ha sido del amor por el que vive. Sigue hablando como si parar significara derrumbarse. Soy una semilla que se muere dentro de un fruto. Todos se muestran educados conmigo porque soy tu concubina. Una concubina, no una revolucionaria, ni un soldado, ni parte de esta lucha. Tus hombres no me respetan. Lo soy todo y no soy nada. Te he estado siguiendo como un perro. ¿Qué más puedo ofrecer? Mi cuerpo y mi alma han sido tu sostén.

¿Por qué no acabamos con este asunto antes de que esté demasiado cansado?, pregunta el amante.

Ella protesta. Mi mente disfruta ella sola y no puedo forzar nada.

Él se acerca y le sujeta los brazos. A pesar de sus forcejeos, la atrae hacia sí y la penetra a la fuerza. Ella se estremece, siente que es expulsada de su cuerpo. Él se mueve encima de ella y ella lo observa como una espectadora. Él siente su frialdad y trata de vencerla. Al cabo de un rato se rinde.

Tal vez no soy tan comprensivo con tus necesidades como me gustaría serlo, dice él sentado en el borde de la cama. O tal vez es una de estas cosas que se agotan con el tiempo. Levanta un dedo para hacerla callar. Preferiría no entrar en ello. No importa lo que se haya dicho o lo que se vaya a decir, no conduce a nada. Será una petición poco razonable. Tal vez nos hemos convertido en cosa del pasado. Estoy en las puertas de la victoria. Vivo el presente con más intensidad que nunca. No tengo tiempo para sentirme desgraciado.

Ella sacude la cabeza con vigor. Él asiente para hacerla callar. Ella trata de contener el llanto. Él se levanta y recoge su ropa. ¡No! ¡No te vayas, por favor!

Abrochándose el uniforme, él saca un cigarrillo. El humo se arremolina alrededor de su cara.

Ella siente cómo el horror arrincona a su víctima. ¿Qué hora es?, pregunta él.

Ella no responde, pero se levanta. Tiene la ropa arrugada y el pelo enmarañado le cae sobre los hombros.

Él apaga el cigarrillo y dice con voz ronca: La realidad no discute, sencillamente es.

Las arrugas de amargura de su rostro se vuelven de pronto más profundas.

Nos instalaremos en Pekín, añade dirigiéndose a la puerta. En Zhong-nan-hai, junto a la Ciudad Prohibida. Yo ocuparé un recinto llamado el Jardín de la Cosecha. Te he reservado el Jardín del Silencio.

13

Hemos ganado China e ido a vivir a la Ciudad Prohibida. Es una ciudad dentro de una ciudad, un parque enorme rodeado de altos muros donde se encuentran las oficinas gubernamentales y un buen número de espléndidos palacios. Nuestro palacio se diseñó durante la dinastía Ming, se construyó en 1368 y se terminó en 1644. Tiene el tejado dorado, gruesas columnas de madera y paredes de piedra de color rojo intenso. Los gigantescos ornamentos tratan de la armonía y de la longevidad. El trabajo de artesanía es exquisito y el detalle minucioso.

Mientras su gabinete se prepara para la proclamación de la República, mi marido trata de relajarse en su nuevo hogar en una isla del lago Zhongnanhai. Tarda semanas en adaptarse a los espaciosos aposentos. El techo alto del Jardín de la Cosecha le confunde. El espacio le asusta, aunque hay guardias detrás de cada puerta. Por fin, después de dormir en varias habitaciones, se traslada a un rincón silencioso, menos solemne y más modesto, llamado el Estudio Fragancia de Crisantemos.

A Mao le gusta su puerta. Mira exactamente al sur. Los paneles de la puerta son anchos, con ventanas que llegan hasta el techo. La luz natural entra en su nueva habitación a raudales. Los sofás de almohadones extrablandos, obsequios de Rusia, los envía el primer ministro Chu Enlai. Mao no se ha sentado nunca en un sofá y no se siente cómodo. No se acostumbra a lo blando que es. Le crea desazón. Lo mismo que el inodoro. Prefiere acuclillarse como un perro. Deja los sofás para las visitas y pide para él una anticuada silla de junco. La habitación exterior es un salón. Lo han convertido en una biblioteca, y los libros se amontonan del suelo al techo a lo largo de tres paredes. No presta atención a los muebles, pero es consciente de que todo el mobiliario de la ciudad imperial está hecho de madera de alcanforero. Esta madera tiene fama de seguir viviendo y respirando, y desprende un olor agradable aun después de ser convertida en mueble.

Encima de los estrechos estantes hay manuscritos originales encuadernados a mano. En mitad de la habitación hay un escritorio de dos metros y medio por uno veinte, y encima un juego de plumas, un tintero, un tazón de té, un cenicero y una lupa. La habitación interior hace las veces de dormitorio. Tiene las paredes de un blanco grisáceo y unas polvorientas cortinas de color vino. La cama es como las de los barcos, con muchos estantes ajustables para libros. Fuera, pinos de trescientos años alargan sus ramas hacia el horizonte. Más allá de la terraza de piedra caliza se extiende una parte del lago Zhongnanhai. El agua es de color verde hierba, y bajo las hojas de loto se reúnen peces con cara de perro. A la izquierda acaban de terminar un nuevo huerto, y al fondo de éste hay un arco de piedra cubierto de hiedra. Bajo la hiedra hay un sendero que lleva al Jardín del Silencio, donde vive Jiang Qing.

El Jardín del Silencio está protegido por el Jardín de la Cosecha, pero separado de éste. A los ojos de la gente vivimos juntos. Pero el sendero que discurre de su casa a la mía hace tanto que no se utiliza que ha empezado a cubrirse de musgo. Después de primavera la entrada queda obstruida por las hojas. El Jardín del Silencio fue en otro tiempo la residencia de la señora Xiangfei, la concubina favorita del emperador Ming. Xiangfei era conocida por su piel de fragancia natural. Dicen que la emperatriz la envenenó. Para conservar su recuerdo, el emperador ordenó que la residencia permaneciera permanentemente vacía.

Me encanta este lugar, su elegante mobiliario y la decoración. Me apasiona el aspecto salvaje del jardín, sobre todo las dos cascadas naturales. El arquitecto diseñó la casa alrededor del curso del agua. Las matas de bambú al otro lado de mi ventana son gruesas. Las noches de luna llena parece un imponente jardín cubierto de escarcha.

Y sin embargo no me he sentido peor en mi vida.

Me han dejado sola con todos estos tesoros.

Me han dejado sola con mis pesadillas.

¡He ayudado a incubar los huevos de vuestra revolución!, se oye gritar a sí misma. Se levanta en mitad de la noche y se sienta en la oscuridad. Por el escote le caen gotas de sudor frío. Tiene la espalda empapada. Sus gritos se arrastran por el suelo y se pegan a la pared. Mao ya no le informa de sus movimientos. Sus criados la evitan. Cuando trata de hablar con ellos, muestran impaciencia. Como si fueran rehenes.

Una noche cruza el sendero e irrumpe en el dormitorio de Mao. Alarga una mano hacia él y llora de rodillas. Mi cabeza está llena de tormenta. ¡El espejo de mi habitación me está haciendo enloquecer con el esqueleto de un loco! Haz de este lugar un hogar por el bien de nuestros hijos, suplica.

Mao deja el libro que está leyendo. ¿Qué tiene de malo dónde estamos ahora? Anying está contento en el Instituto Militar de Tecnología; a Anqing le va bien en la Universidad de Moscú. Y tanto Ming como Nah lo están pasando bien en el internado del Partido. ¿Qué más quieres?

Ella sigue sollozando.

Él se acerca y la tapa con sus mantas. ¿Qué tal si le pido a nuestros cocineros que compartan la cocina?

Esa noche ella está tranquila. Sueña que duerme el último sueño durante el cual su corazón deja de latir y sus mejillas se paralizan contra el pecho vacío de Mao.

Me disculpo y me levanto de la mesa. Mao no presta atención. Entro en su dormitorio, apago la luz y me quito los zapatos de una patada. Me tumbo en su cama. Oigo cómo deja los palillos en la mesa. Lo oigo encender un cigarrillo con una cerilla. No le gustan los mecheros modernos. Prefiere las grandes cajas de cerillas de madera. Le gusta contemplar cómo la cerilla se consume en sus dedos. Ver cómo queda reducida a cenizas. Me entristece pensar que he llegado a conocer sus pequeños hábitos.

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