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Cuevas, pulgas, vientos recios, comida ordinaria, caras de dientes cariados, uniformes grises y gorras con la estrella roja, éstas son mis primeras impresiones de Yenan. Mi nueva vida comienza con una forma de tortura. A fin de sobrevivir me prohíbo pensar que estoy en un lugar donde cada año mueren de hambre tres millones de personas. Me prohíbo reconocer que esa gente no ha visto un retrete en su vida y no se baña salvo el día en que nace, el de su boda y el de su muerte. Muy pocos saben en qué día nacieron o dónde está la capital de China. En Yenan todos se llaman a sí mismos comunistas. Para ellos es su religión. La búsqueda de pureza espiritual los gratifica.

Me asignan a una cuadrilla de otras siete camaradas. Cinco del campo y dos, incluyéndome a mí, de la ciudad. Cuando pregunto a las campesinas sus motivos para enrolarse al ejército, Sesame, la más osada, dice que lo hizo para huir de un matrimonio de conveniencia. Su marido era un niño de siete años. El resto de las chicas asienten. Han venido para impedir que las vendan o para no morir de hambre. Las felicito. Pasamos la mañana aprendiendo un ejercicio militar.

La mujer de la ciudad tiene unas facciones extrañas. Tiene los ojos en los lados de la cara cerca de las orejas, como una cabra. Es arrogante y habla mandarín imperial. Enlaza las sílabas unas con otras, con una voz masculina. El Ejército Rojo no es un ejército de salvación, advierte. Sino una escuela, de formación. Somos comunistas, no un puñado de mendigas. Es terrible que nunca hayáis oído hablar del marxismo leninismo. Estamos en el ejército para cambiar el mundo, no para llenarnos el estómago.

Me indigna. Las campesinas se miran; no saben cómo reaccionar. Las intimida. Le pregunto cómo se llama. Fairlynn, responde. Por la poeta de la antigüedad Li, Reflejo Puro. ¿Has oído hablar de su obra? ¡Unos versos maravillosos!

¿Qué eres?, le preguntan las campesinas.

Poeta.

¿Qué es eso? ¿Qué es un poema? Sesame sigue sin entenderlo aun después de oír la explicación.

Fairlynn le arroja un libro. ¿Por qué no te haces un favor y lo averiguas?

No sé leer, dice Sesame disculpándose.

¿Por qué te has enrolado al Ejército Rojo?, pregunto a Fairlynn.

Para continuar mis estudios con el presidente Mao. Él también es poeta.

Fairlynn es una atleta espiritual. Necesita una rival para ejercitar la mente. Me llama señorita Burguesa y dice que Yenan va a endurecerme. Por la mañana deja la puerta abierta para que dé golpes con el viento. Disfruta con ello. Oigo su risa masculina. ¡El viento recio volverá a esculpir tus huesos y tus nervios! Le encanta dejarme sin habla. Gracias a Buda que es fea, me digo. Con una figura tan rechoncha seguro que tiene que soportar mucha soledad. Su peinado está inspirado, según afirma, en Shakespeare. Parece un paraguas abierto. Su cara alargada tiene unas líneas muy definidas, con la piel amarilla de fumadora empedernida. Siempre habla con las manos en la cara.

Participo en concursos de versos Qu y Pai, dice. Estoy impaciente por competir con el presidente Mao. He oído decir que le encanta que lo desafíen. Mi fuerte es la dinastía Tang y el suyo tengo entendido que es la dinastía Song. Su especialidad es Fu. Entre los de la dinastía Song, prefiere «Norte tardío» y «Sur temprano». Mi especialidad son los poemas de ocho versos y cuatro tonos de Zu Hei-Niang, y los del presidente, los de cinco versos y dos tonos. Del tipo pin, pin, zhe, zhe.

Me sorprendería que el presidente la recibiera, me digo. Los hombres deben de buscar distinta clase de estimulación en mujeres diferentes.

Vivo durante unos meses en la llamada Cuesta de la Familia Qi. En el pueblo cueva hay más de treinta familias y todas se apellidan Qi. El viento sopla con fuerza por los valles y mi piel ya ha empezado a resentirse. Me han incorporado al nuevo programa de entrenamiento de soldados. En el pueblo sólo hay una calle que recorro cada día. Se prolonga hasta desembocar en un campo abierto. En el extremo este hay un cobertizo, y en el oeste, un pozo público. El pozo no tiene rejilla y en invierno se cubre de hielo.

Recorro con mi cuadrilla la calle en dirección a la base de entrenamiento. Veo a un niño de mejillas rosadas junto al pozo. Tira de una cuerda de la que cuelga un cubo de agua y el peso le hace inclinarse peligrosamente sobre el pozo. Podría resbalarse y caer en cualquier momento. Cierro los ojos al pasar por su lado. En la calle hay un ciego vendiendo unos ñames de aspecto viejísimo. Sus dos hijos van con pantalones abiertos por detrás y juegan con el carbón con los traseros manchados de negro. Al lado hay una ebanistería. Un carpintero hace baldes gigantes y sus hijos lo ayudan a lijar la superficie de la madera.

A Fairlynn y a mí nos ponen a vivir con una familia campesina. Tengo tortícolis de dormir en el suelo. Un día, mientras el dueño de la casa nos da los buenos días, le menciono mi dolor. Al día siguiente trae dos esteras de paja.

Fairlynn echa por tierra mis esperanzas de dormir bien una noche. Es nuestro deber vencer la debilidad burguesa, dice. Recoge las esteras de paja y se las devuelve al dueño.

Al cabo de una semana de dormir fatal empiezo a encontrarme mal. Fairlynn también se pasa toda la noche dando vueltas. Una mañana después de desayunar, el dueño de la casa viene con una mujer del vecindario que es sastra. Nos explica que le ha pedido que nos preste su cuarto de costura. Tiene camas, añade la sastra. Las camaradas de huesos frágiles de la ciudad tal vez las prefieran al suelo.

Esta vez Fairlynn acepta la propuesta sin decir palabra. Recogemos nuestras cosas y seguimos a la sastra a su cuarto. Nos muestra las dos camas. Una es sencilla hecha de cañas de bambú y la otra cuelga del techo. En realidad es una tabla. Encima hay telas y trapos. Mide un metro veinte de ancho por dos y medio de largo, y se eleva unos dos metros del suelo, casi tocando el techo.

Fairlynn sugiere que yo ocupe la tabla y ella la cama. No soy ligera como un pájaro como tú, dice. La tabla no soportará mi peso; si se cae me romperé los huesos.

Me duele la cabeza sólo de mirar la tabla. Para llegar a ella tengo que subirme a la cama de Fairlynn y a continuación levantar una pierna hasta alcanzar un saliente de madera. Con un pie en el saliente, he de levantar el otro hasta la tabla. Una vez que me tumbo no puedo incorporarme, porque si lo hiciera me golpearía con la cabeza en el techo.

Por la noche se pega a la pared sin atreverse a darse la vuelta. No hay barandilla para impedir que se caiga. Sueña muchas veces con que rueda hasta el borde y se cae. Tarda semanas en acostumbrarse al miedo. A fin de evitar bajar de la tabla de noche, no se atreve a beber agua después de las tres de la tarde.

Tras recoger el trigo seco, la cuadrilla ha de transportar los tallos en un carro de una sola rueda. A Lan Ping le lleva un tiempo aprender a utilizarlo. Una vez aprende el truco, sujeta la barra con firmeza con los brazos doblados y pegados al cuerpo para hacerse con el control del carro, y camina sobre los talones. En las bajadas, tira de la barra hacia el suelo y se acuclilla. El peso del cuerpo sirve de freno. A veces permanece de cuclillas todo el trayecto, arrastrando el trasero por el suelo. A diferencia de ella, Fairlynn se cae al tomar las curvas cerradas cuando se precipita colina abajo.

Lan Ping empieza a advertir el abismo. El abismo entre ella y el papel que quiere interpretar. Éste se le escabulle de las manos. Se pregunta cuándo va a conocer a gente importante.

Si eres soldado, compórtate como tal. El tono de Fairlynn es firme. No hagas preguntas como una civil. No pidas ver a Mao, por ejemplo… De pronto se tira un pedo. Es sonoro y llega en mitad de la frase. Huele fuerte.

Demasiados ñames, comenta Sesame.

¿Pastillas antigases?, ofrece Lan Ping.

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