Muy bien, asiente y vuelve a mirarme por el lado de sus gafas.
A continuación me hace comprender que en Yenan, el pasado es más importante que el desempeño actual de un individuo. El Partido cree en lo que has hecho, no en lo que prometes hacer. El Partido analiza continuamente a cada miembro. El secreto de abrirse camino está en demostrar lealtad al Partido.
Digo a Kang Sheng que he venido a Yenan para renovar mi afiliación al Partido.
Bien, entonces necesitarás rellenar una hoja de servicios. Necesitamos nombres de testigos.
No tengo amigos en Shanghai que puedan ser mis testigos.
¿Sigues en contacto con Yu Qiwei?
Antes de que le conteste, me dice que ha llegado hace poco de Pekín.
Conmovida, tardo un momento en preguntar si sabe qué tal le ha ido.
Le va bien, responde Kang Sheng. Ha cambiado de nombre y de Yu Qiwei ha pasado a llamarse Huang Jing, y es el secretario general del Partido, responsable de todo el área del noroeste. De hecho, camarada Lan Ping, Yu Qiwei podría ser la persona idónea para ayudarte a construir tu historial. Al verme un poco confundida y absorta en mis recuerdos, me aconseja: Vamos, lo pasado pasado está. Se quita las gafas y me mira a los ojos: ¿Te has fijado que he utilizado la palabra «construir»?
Lo he entendido.
Te estoy muy agradecida, Kang Sheng Ge. Lo llamo Ge, que significa hermano mayor en el dialecto de Shandong.
No te preocupes, responde. Mantenme al corriente. Y olvida a Yu Qiwei.
A partir de ese momento Kang Sheng y yo somos amigos. La amistad se convierte rápidamente en una sociedad. Probablemente es la única persona en la que he confiado plenamente en mi vida. Décadas después mi confidente decide ponerme una soga al cuello; cuando me convierto en su jefe y estoy a punto de subir al trono, me dispara por la espalda una bala fatal.
Está en su lecho de muerte. Con cáncer de colon en fase terminal. Y quiere arrastrarme con él. Quiere castigarme por no haberle colocado en el puesto de hermano mayor que espera y cree que merece. Me niego a nombrar al camarada Kang Sheng presidente del Partido Comunista porque aspiro a ocupar yo misma el cargo. Me lo he ganado.
No creo estar en deuda con Kang Sheng. Nos hemos ayudado mutuamente a cruzar el río de Mao. Estamos en paz.
Según desvela la historia en los documentos oficiales, Kang Sheng no escribió en su testamento más que ocho caracteres: «La señora Mao, Jiang Qing, es una traidora. Sugiero: Inmediata eliminación».
Pero en Yenan, donde empieza a tomar forma la sociedad, mira a la hermosa mujer con ojos de alcahuete; espera salir beneficiado del trato.
Soy consciente de mis sentimientos hacia Yu Qiwei. Aunque hace mucho que he dejado de perseguirlo, mentiría si dijera que ya no me importa. Le escribo. Le tengo al corriente de mi paradero. No puedo evitarlo. Otro escribe por mí. En esos momentos me doy miedo.
Yu Qiwei nunca vuelve a demostrar sus sentimientos hacia mí. Nunca pronuncia una palabra acerca del pasado. Me evita mostrándose sumamente educado. Me hace sentir la barrera, la distancia que pone entre ambos. No puedo sino admirarlo. Es un hombre de determinación. Toma una decisión y la lleva a cabo. No responde a mis cartas. Ni a una sola.
Le va bien y se ha vuelto poderoso. No me sorprenden sus logros. No es como Tang Nah. Tang Nah me hace valorar a Yu Qiwei, me hace lamentar lo que le hice. Debí soportar la soledad. Pero ¿cómo iba a saber que iba a salir vivo cuando mataban a otros en su misma situación?
Me intrigan sus sentimientos. Quiero saber si me echa de menos. Formó parte de mi juventud como yo de la de él, y esto no puede borrarse.
Localizo a Yu Qiwei. Está en el motel donde se alojan los funcionarios venidos de otras provincias. Estoy segura de que es consciente del esfuerzo que he hecho para verlo. Sin embargo me recibe con frialdad. Me da a entender que le estoy importunando. Me ofrece su sonrisa oficial. Siéntate, camarada Lan Ping. ¿Té? ¿Una toalla? Pregunta qué puede hacer por mí.
Ahora es un hombre de aspecto maduro, muy seguro de sí mismo. Su seguridad me hace enloquecer. Me duele verlo. Me hace sentir como una prostituta tratando de conseguir un cliente. Recuerdo quién era. Recuerdo cómo le gustaba que le hiciera el amor.
Estamos tan cerca, a apenas unos centímetros de distancia, y sin embargo nos separa el infinito. No me veo en sus ojos. Como mucho soy un mosquito en la pestaña. No me quiere allí. Me mira con una expresión cansada para darme a entender que su fuego hace tiempo que se apagó. Me dice sin palabras que debería dejar de ponerme en evidencia.
Me enfado. Sólo consigue que quiera ganar. Ganar por mucho, ganar a lo grande, ganar para demostrarle que se equivocó al dejarme.
Pero sé que no debo perder los estribos en su oficina. Digo que estoy allí por negocios. Necesito un testigo para mi expediente de comunista. ¿Puedes ayudarme? Eras mi jefe en Qingdao. Él comprende y dice que rellenará los formularios por mí. Dile al investigador que se ponga en contacto conmigo si tiene alguna duda.
Gracias, digo. Gracias por las molestias.
Luego me marcho. Lo dejo en paz el resto de su vida. No lo veo en los próximos treinta años. Pero me aseguro de que mi marido lo vea. Me aseguro de que Mao le dé trabajo y lo tenga cerca. Trabajó para Mao como secretario regional del Partido. Lo nombraron alcalde de Qingdao. No sé por qué murió en la flor de la vida. No tengo ni idea de si fue feliz o infeliz. Sé que su mujer Fan Qing me odia. El sentimiento es mutuo. Pase lo que pase al final ya no es asunto mío. Los perdedores me dejan mal sabor de boca.
La joven está conociendo la región central de China, la ondulada llanura de Shan-Bei. Es un paisaje frío y sombrío. Junto a un riachuelo serpenteante se extiende un pueblo gris donde las casas son de adobe con ventanas de papel. Por la calle hay gallos, gallinas y pollos que rompen el silencio de una población por lo demás sin vida. Los burros son el único medio de transporte, y el grano silvestre, el principal recurso alimenticio. En lo alto de una colina está la pagoda de Yenan, construida durante la dinastía Song en 1100 d.C.
Es allí donde vive el futuro gobernante de China, Mao Zedong. En una cueva, como un hombre prehistórico. Duerme en una cama hecha de ladrillos a medio cocer, vasijas de cerámica rotas y adobe. Se llama kang. Aunque los bronceados soldados están flacos, parecen tipos duros. Viven para hacer realidad el sueño que Mao ha creado para ellos. Nunca han conocido ciudades como Shanghai. Cada mañana, en los campos de deporte de una escuela local, practican técnicas de combate. Es posible que sólo dispongan de armas primitivas, pero los guía un dios.
Unas semanas después la joven aparecerá en la árida colina. Al atardecer se sentará junto a una roca a orillas del río y observará cómo se extienden las ondas en la superficie del agua. Se lavará su pelo negro lacado y cantará óperas. Aunque tiene veintitrés años, a los ojos de los lugareños aparenta diecisiete. Tiene el cutis más delicado y los ojos más brillantes que jamás han visto. La joven llegará y conquistará el corazón de su dios.