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Ella se siente sola, de modo que se acerca al guardia.

¿Has tenido noticias de tu familia?, pregunta al muchacho de diecinueve años.

Él responde que no tiene familia.

¿Cómo es eso?

Mi tío era comunista clandestino. Chang Kai-shek mató a mi familia por ayudarlo a escapar.

¿Te gusta trabajar para el presidente? ¿Le serás leal?

Sí, señora. El joven baja la cabeza y contempla su sombra a la brillante luz de la luna.

¿Oyes algo por la noche?, pregunta ella aclarándose la voz.

Bueno…, algo.

¿Cómo qué?

Rui… ruidos.

De pronto ella lo compadece. El hombre que nunca ha probado la dulzura de una mujer. No le está permitido. Es la norma: los soldados son los monjes del templo de Mao.

¿Qué clase de ruidos?, pregunta ella casi tomándole el pelo. ¿Una lechuza, un ratón de campo o el viento? El joven le da la espalda, cohibido.

Le llama dulcemente por su nombre, y él se da la vuelta para mirarla.

No me gusto, dice de repente Pequeño Dragón. Ella siente que surge una extraña tensión entre ambos. Se encuentra sin palabras.

Pequeño Dragón traga saliva.

Al cabo de un rato, ella pregunta: ¿Quieres que le pida al presidente que te traslade?

No, por favor, señora. Me gustaría servir al presidente el resto de mi vida.

Por supuesto, murmura ella. Comprendo. Y el presidente también te necesita.

El joven permanece de pie contra la pared, sin aliento. Está confundido por su reacción ante la mujer. El misterioso poder oculto bajo su uniforme. Ella ve que tiene la frente perlada de sudor. Parece intimidado, combatido y derrotado. Le hace pensar en un joven gorila frustrado, el macho al que no se le da la oportunidad de ganar trofeos femeninos, el macho cuyo semen es depositado en el cubo de la basura de la historia. La virilidad de Pequeño Dragón es engullida por el gorila más corpulento, fornido, agresivo y temible, Mao.

Diciembre de 1947. Mao agota por fin a las tropas de Chang Kai-shek. Antes de Año Nuevo lanza un contraataque a gran escala. Los soldados del Ejército Rojo se precipitan hacia delante gritando: ¡Por Mao Zedong y la Nueva China! Mao no tarda en tragarse a su enemigo. A medida que la primavera da paso al verano, el número de hombres de Mao se iguala al de Chang Kai-shek. Las pérdidas de Chang empiezan a hacerse patentes. Mao cambia el nombre de su ejército y de Ejército Rojo pasa a ser el Ejército Popular de Liberación.

Me he convertido en la encargada de la oficina provisional de Mao. Y he enviado a Nah y a sus hermanos a vivir con los aldeanos. Los voy a echar muchísimo de menos, pero la guerra ha llegado a un momento crucial. Mi marido ha montado una vez más su cuartel general en nuestro dormitorio. Yo he estado durmiendo en establos de mulas. Me han picado mosquitos, pulgas y piojos. Una picadura debajo de la barbilla se me hincha tanto que me sobresale como una segunda barbilla.

Para evitar los ataques aéreos de Chang Kai-shek, mi marido ordena a las tropas que avancen después del atardecer. Las largas horas de trabajo y la mala nutrición han afectado mi salud. Caigo enferma y a duras penas puedo dar un paso. Mao me sube a su montura para que cabalgue con él. Montamos la única mula que le queda al ejército. Nuestra relación evoluciona en una dirección extraña. Hace mucho que no nos mostramos afectuosos el uno con el otro. Cuantos más territorios gana él, más atormentada me siento yo. A pesar de todo lo que he hecho, todo lo que he sufrido, se niegan a reconocerme. No soy de las que se resignan a ser invisibles. Exijo reconocimiento y respeto; pero nadie me los da.

Un día el periodista de cara de perro, Viejo Pez, entra en mi oficina con un asunto urgente. Mao está en su despacho hablando por teléfono con el vicepresidente Liu.

Estoy al frente de la oficina, digo a Viejo Pez. Pero el tipo finge no oírme. Vuelvo a intentarlo y le pregunto en qué puedo ayudarle. Me sonríe, pero no me responde. No me deja hacerme cargo de los asuntos de Mao.

Éste sólo es el insulto más reciente. En una reunión del Politburó de hace unos días, Mao nos animó a que diéramos nuestras opiniones. Cuando expresé la mía, se contrarió. No sólo me dijo que me limitara a mi trabajo de secretaria, sino que me prohibió volver a asistir a las reuniones del Politburó.

La historia se ha invertido, escribe Fairlynn en su columna de La Base Roja. Esta vez es Chang Kai-shek quien está ansioso por negociar. Desde su capital, Nanjing, ha enviado telegramas a Mao Zedong pidiéndole que inicien negociaciones para la paz. Entretanto ha estado intentando hacer que intervenga Occidente. Gran Bretaña envió una fragata, Amethyst, a la costa próxima al río Yangzi, donde el ejército de Mao está luchando. Han muerto veintitrés ingleses y la fragata ha permanecido varada durante ciento y un días. Desde Rusia, Stalin exige a Mao que hable de paz con Chang Kai-shek. Los consejeros de Stalin siguen a Mao a todas partes para impedir que arrase todo el sur. En su tienda de campaña, Mao prepara su última ofensiva para hacerse con el poder de China.

El 18 de noviembre de 1948, miles de barcos capitaneados por pescadores y soldados cruzan el río Yangzi. El Ejército Popular de Liberación entra en la capital de Chang Kai-shek, Nanjing. Los Chang huyen a Taiwán.

Mi amante escucha la radio mientras se termina un ñame.

Jiang Qing observa a Mao mientras lava ollas y tazones. Ve la expresión de un emperador a punto de subir al trono. La pareja no ha hablado de su futuro. No hace mucho Jiang Qing encontró en el escritorio de Mao un escrito de Fairlynn. Un ensayo. Sospecha que es una carta de amor escrita en una clave secreta.

El presidente Mao se iluminó al leer la novela clásica El sueño en el pabellón rojo. El protagonista, Baoyu, no podía separarse de un trozo de jade con el que nació. Era la esencia de su vida. Para Mao el jade es el corazón del pueblo de China. ¿Por qué Baoyu, el amante?, se pregunta Jiang Qing. ¿Está tratando Fairlynn de ser Taiyu, la única alma en la mansión que comprende a Baoyu?

Anoche tuve un sueño horrible en el que los dedos oscuros y manchados de mi amante jugueteaban en su garganta mientras él leía el artículo de Fairlynn. Los dedos se mueven arriba y abajo con delicadeza, como llenos de ternura.

El Ejército Popular de Liberación recupera Yenan. Mientras los soldados se reúnen con los miembros de sus familias que han sobrevivido, empezamos a recoger el cuartel general. Mao dejará para siempre este lugar. Tras un acto de celebración, se queda por fin a solas con Jiang Qing.

La cueva está oscura a pesar de que es de día. La pareja no ha tenido intimidad desde la evacuación. Se sientan solos en silencio. A Jiang Qing le parece extraño que su cuerpo haya dejado de echarlo de menos.

Entra un rayo de sol que se desvía al caer en el borde del escritorio. La vieja silla de Mao con la pata trasera vendada parece un soldado herido. La pared está sucia.

Después de un incómodo silencio, Mao extiende los brazos hacia Jiang Qing y la atrae hacia sí. Sin hablar la recorre de los hombros a la cintura. Y sigue bajando. Ella se pone rígida. El calor se evapora de sus miembros. Permanece callada en sus brazos.

Él la desviste y se sitúa. Y a continuación la penetra. Ella no se mueve. Él trata de concentrarse en el placer, pero su mente se agita.

Me gustaba más cuando era ilegal, dice ella de pronto. Él no responde, pero su cuerpo se retira. Se enfría y se tiende a su lado.

A ella se le saltan las lágrimas y le tiembla la voz. No quiero convertirme en Zi-zhen. Y no estoy preparada para retirarme. Construir una nueva China también es asunto mío.

Él guarda silencio, le deja ver que está decepcionado.

He hablado con el primer ministro Zhou, continúa ella. Le he dicho que merezco un título. No me ha respondido enseguida. No estoy segura de que no estés tú detrás de esto.

Él sigue tumbado con los ojos cerrados.

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