Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Mato para curar.

Fairlynn sacude la cabeza. Presidente, nos estás haciendo prisioneros de tus pensamientos. Nos obligas a mordernos y masticarnos unos a otros para ejercer tu yang ideal. Si me lo permites te diré que estás loco al negar a nuestra mente el placer de maravillarse y experimentar… Estás recalentando un plato ya cocinado… No eres nada original, ¡estás copiando a Hitler!

¡Si sirve para despertar a la nación, soportaré la vergüenza! Mao alza la voz como un cantante de ópera.

¡Mao! Eres el mayor individualista que jamás he conocido. ¡Estás fascinado contigo mismo! Pero ¿qué hay de los demás? ¿Qué hay de su derecho a ser tan individualistas como tú? ¿Los grandes pensadores, periodistas, novelistas, artistas, poetas y actores?

Camarada Fairlynn, has sido envenenada, dice Mao riéndose confiado. Los occidentales creen que los escritores y los artistas son superhombres, pero sólo son hombres con instintos animales. Los mejores padecen enfermedades mentales. ¡Son embaucadores! ¿Cómo puedes contemplarlos con tanto fervor? Debes de haber gastado una millonada en ese par ojos de rana artificiales. ¡Pobrecilla, te han atracado!

Dos de la madrugada y no veo fin a la discusión. Mao y Fairlynn van por la tercera jarra de vino de arroz. El tema ha girado hacia la belleza.

No eres muy distinto de cualquiera de las demás criaturas masculinas sobre la tierra. ¡Fíjate en la camarada Jiang Qing! ¡La belleza de la base roja! Mao, creía que no eras uno de los personajes de Shakespeare. ¡Pero mira qué estás haciendo! Estás metiendo el marxismo en una linterna sólo para examinar a los demás. No me avergüences con tu pretendido conocimiento de la literatura occidental. Me recuerdas a la rana que vive en el fondo de un pozo y cree que el cielo es del tamaño de su diámetro. Estás vendiendo tus trucos picantes a campesinos analfabetos. Estás haciendo el ridículo delante de mí. Sí, sí, sí. A veces creo que tus escritos sobre moralidad son una broma. ¡Después de leerlos, se quedan en total desorden en el suelo de mi mente!

¡Qué placer oír esto! ¿Cómo te atreves a venir a mi cueva a quemar mi grano? ¡Agua! ¡Agua caliente! ¡Jiang Qing!

Me levanto, cojo la tetera y voy a la cocina.

Desde la cocina oigo que continúan. Se ríen y a veces susurran.

Eres irresistible, Fairlynn. Si…

¡Imagínatelo!, se alza la voz ronca, riendo.

Tienes razón, Fairlynn. La belleza me incita. Me vuelve compasivo hacia la deformidad. Pero el impulso de salvar este país me convierte en un hombre de verdad. Sólo interpreto de una manera la política y es como violencia. La revolución no es una merienda, sino violencia en su forma más pura. Venero la política de la antigüedad, la política del dictador.

De pie delante de la tetera hirviendo, mi mente se escapa. Cuando vuelvo a la sala, me sorprendo con las manos vacías. He olvidado la tetera. Educada, interrumpo la conversación. Menciono que estoy cansada. Mi marido me sugiere que vaya yendo a la cama.

Es medianoche, insisto, sin dar muestras de querer abandonar la habitación; estoy decidida a echar a Fairlynn.

Lo sé, dice él despidiéndome con un ademán.

Debes de estar agotado, digo. Lo mismo que la camarada Fairlynn.

No te preocupes por mí, dice Fairlynn levantando los brazos. Se inclina y apoya los codos sobre la mesa. Me siento tan cargada como si fueran las diez de la mañana.

Mao disimula una risotada.

Trato de contenerme, pero las lágrimas me traicionan.

Mi marido se levanta, va a la cocina y trae la tetera. Luego me acerca una silla para que me siente. Miro a Fairlynn con aversión. Llegará el día, me prometo, en que le haré pasar por lo que me está haciendo pasar hoy.

Sintiendo la admiración de Fairlynn mi marido se explica.

En lo más profundo del paisaje de mi alma, estoy cubierto de la espesa niebla de la tierra amarilla. Mi carácter lleva consigo una cultura fatalista. He sido consciente de ello desde niño. Tengo un instinto y un anhelo por viajar al tiempo que siento una aversión innata por vivir. Los sabios antiguos viajan para distanciarse de los hombres. Nosotros luchamos para alcanzar la unidad. La gente de la dinastía Ching anterior a Confucio eran señores de la guerra, muy fuertes en yang. Lucharon, tomaron y se expandieron. Su vida era cabalgar. Les apasionaba el sol. En las fábulas no bastaba con un sol. Había que crear nueve para que el héroe Yi tuviera oportunidad de disparar ocho de los nueve a fin de demostrar su fuerza. Las diosas eran enviadas hasta el Palacio de la Luna para que los hombres pudieran ser desafiados.

El período Ching es tu período, responde Fairlynn.

Sí, y todavía tengo la sensación de que no lo conozco lo suficiente. Me gustaría oír los gritos del soldado Ching cruzando las puertas de las ciudades de su enemigo. Me gustaría oler la sangre de la punta de sus espadas.

Ves a través de los ojos de un loco.

A las tres de la madrugada Mao y Fairlynn se levantan para separarse. Jiang Qing se queda detrás y los observa.

Nuestra discusión no termina aquí, dice Fairlynn abotonándose su abrigo militar gris.

La próxima vez me tocará a mí complacerte, dice Mao saludando.

La oscuridad es impenetrable, suspira Fairlynn.

Soy pescador de perlas, replica Mao escudriñando la noche. Trabajo en las profundidades sin aire del lecho del mar. No salgo con un tesoro cada vez. A menudo vuelvo con las manos vacías y la cara morada. Como escritora tienes que comprenderlo.

Pero a veces deseo verme envuelta en la oscuridad.

Bueno, lo que quiero decir es que no es fácil estar a la altura de lo que se espera de Mao Zedong.

Sin duda más de uno se sentirá decepcionado.

Lo irónico del asunto es que la magia y la ilusión han de tener lugar en la oscuridad. Mao sonríe.

Y por supuesto en la distancia estoy contigo, presidente.

Marzo de 1947. El ejército de Mao ha entrado y salido de las regiones montañosas de las provincias de Shanxi, Hunan y Sichuan. Mao juega con las tropas de Chang Kai-shek. Éste no hace grandes progresos a pesar de que ha enviado a su mejor hombre, el general Hu Zhong-nan, al mando de 230.000 hombres frente a los 20.000 de Mao.

Como una concubina de guerra, sigo a mi amante. Lo dejo todo, incluido mi tocadiscos. Insisto en que Nah se venga con nosotros. Viajamos con el ejército. Cuesta creer que hemos sobrevivido. Cada día Nah ve cómo entierran a los muertos.

Los artistas de los pueblos llenan las paredes de dibujos de Mao. Éste sigue teniendo el aspecto de un sabio antiguo, ahora incluso más. Se debe a que los artistas están acostumbrados a pintar la cara de Buda y no saben pintar a Mao sin que se parezca a Buda. Tal vez es a Buda a quien ven en Mao. Y estoy segura de que es Buda el papel que mi amante está representando.

La falta de sueño ha debilitado a Mao. Tiene fiebre y tiembla de modo incontrolable debajo de las mantas. Los guardias se turnan para llevarlo en una camilla. Pero aun enfermo como está, sigue dirigiendo batallas. Es así como me convierto en su secretaria y ayudante. Ahora soy yo quien anota las órdenes de Mao y redacta los telegramas. Estoy en pie cuando él se levanta y me quedo levantada mientras duerme.

Cuando se mejora y ve que todo va bien, quiere jugar. Tenemos tiempo. Pero yo no soy la misma. En mi corazón no hay calor; no puedo olvidar a Fairlynn. Aunque siento amor por él, todavía quiero hacerle pagar por haberme humillado. Él parece aceptar el castigo. Sus ojeras se han vuelto más profundas.

Las tropas acampan en un pequeño pueblo. Mao está durmiendo. Jiang Qing sale de la tienda para tomar el fresco. Acaba de terminar de copiar un largo documento a la luz de una vela. Frotándose los ojos escocidos, advierte que Pequeño Dragón está a su lado. Al verla saluda. Ella le devuelve el saludo y aspira una bocanada de aire fresco. Delante de ella hay un huerto de ñames y un estrecho sendero que lleva a un río. Es una noche silenciosa y fría.

39
{"b":"104393","o":1}