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¿Podrías estar presente?, suplica a Kang Sheng.

Cuando llega el día, Kang Sheng se halla entre el público.

La señora Mao, Jiang Qing, se halla en el centro de una sala, a la vista de cientos de personas. Ofrece una autoevaluación, de acuerdo con el protocolo. Respira hondo e inicia el proceso de convencer. Ha preparado muy bien el discurso y lo pronuncia en un elegante mandarín. Su pasado no puede ser más limpio: hija del ultraje feudalista, joven comunista en Qingdao, actriz de izquierdas en Shanghai consagrada a películas contra los invasores japoneses, y revolucionaria madura y esposa de Mao en Yenan, su último destino.

Cree que su actuación es impecable. Sin embargo, un par de personas del público le preguntan sobre el período que se ha saltado. Piden un testigo que demuestre su valor en la prisión.

Presa del pánico, ella se pone a la defensiva. Su discurso se vuelve confuso y sus palabras inconexas. ¿Para qué? ¡Presentar un testigo! ¿Por qué? ¿Estáis diciendo que me estoy inventando mi pasado? ¿Cómo voy a hacerlo? He sido revolucionaria. ¡Y no vais a conseguir asustarme!

Se produce un silencio, pero está claro qué está en la mente de todos los presentes. El deseo de ver fracasar a la actriz. Que tropiece, rompa algo del atrezo y se caiga del escenario. Pronto empiezan a atacar al unísono: ¿A qué viene esta actitud, camarada Jiang Qing? ¿Qué te pone tan nerviosa si no tienes nada que ocultar? ¿A qué se debe esta histeria? ¿No es saludable que los camaradas hagan preguntas cuando algo no está claro? ¿Y más aún cuando se trata de la puesta en libertad de la prisión del enemigo? Es el deber de todos cooperar. Nadie está por encima del Partido Comunista en Yenan. Ni siquiera la mujer de Mao.

Poco a poco cambia la naturaleza del interrogatorio. Se multiplican las dudas. Se cuestionan, comparan y analizan los detalles, fechas, horas, minutos. Se vuelven más insistentes las exigencias de una explicación. Está cayendo en una trampa que ella misma se ha tendido con sus previos embustes. Empieza a contradecirse. Está acorralada.

Se pone colorada y las venas del cuello le sobresalen azuladas. Parece horrorizada y se vuelve hacia Kang Sheng suplicándole ayuda con la mirada.

En el momento debido sale a escena el actor consumado.

El Departamento Central de Seguridad ya ha investigado el asunto, empieza diciendo Kang Sheng. La conclusión a la que ha llegado es positiva: las fuerzas de la camarada Jian Qing ya han sido puestas a prueba. Ha quedado demostrado que ha sido leal al Partido. Ha hecho un gran trabajo por la revolución y puesto en peligro su vida.

Kang Sheng enciende un cigarrillo. Con cara seria describe una imagen de una diosa comunista. Acaba pasando la pelota a la gente: ¿Cómo explicáis si no el hecho de que la camarada Jiang Qing haya dejado atrás la ciudad del lujo y el placer de Shanghai por las penalidades de Yenan? Si no es su fe en el comunismo, ¿qué es?

El hombre de la perilla hace una pausa, mira alrededor y se queda satisfecho con su efectividad, su forma de confundir. Para apretar más los tornillos les da una última vuelta: Por consiguiente, confiar en el resultado de la investigación del Partido es confiar en la camarada Jiang Qing. Confiar en la camarada Jiang Qing es confiar en el Partido y en el comunismo en sí. Cualquier duda fundada en suposiciones viola los derechos del individuo, lo cual sería un acto reaccionario y una prueba de la actividad de la derecha, que implicaría a su vez una afinidad con la banda de Wang Ming y el principal enemigo.

Se cierran los labios y se acallan las voces. El interrogatorio se interrumpe. Estoy segura de que con esto voy a superar esta crisis, pero no necesariamente la próxima. En las caras de los presentes quedan preguntas. ¿Por qué Kang Sheng, tan agresivo y cruel al ocuparse de otros casos, estropea éste?

Kang Sheng intimida y nunca se preocupa de lo que piensan de él los demás excepto Mao. Y Mao continúa ascendiéndolo. En su matrimonio ella descubre que sólo tiene éxito cuando sigue el consejo de Kang Sheng. Kang Sheng es su maestro.

En el futuro habrá un secreto del que la señora Mao y Kang Sheng nunca hablan pero comparten en silencio. Es lo que los hace socios, rivales y enemigos a la vez. De todos los miembros del Partido Comunista, ninguno se ha atrevido a pensar jamás en superar a Mao y hacerse con el poder de China excepto Kang Sheng y Jiang Qing.

El equipo militar de Chang Kai-shek lo proporcionan los norteamericanos y es el más avanzado del mundo. Mao, por otra parte, opera con armas primitivas. Es el final de la segunda guerra mundial y el comienzo de la guerra civil china. En el frente internacional, Stalin ha propuesto que Mao y Chang Kai-shek entren en negociaciones. Para Stalin, una China unida es más poderosa. Ve a China como un aliado en potencia con quien enfrentarse a los norteamericanos. Para demostrar su amplitud de miras, mi marido se arriesga a aceptar la invitación de Chang Kai-shek en Chongqing, la capital del gobierno de Chang, para hablar de paz. Aunque sus colegas y ayudantes sospechan que se trata de un complot, mi marido insiste en ir.

En pleno verano Chongqing es una sauna. Con un norteamericano presidiendo la reunión, Mao Zedong y Chang Kai-shek se estrechan la mano delante de las cámaras. A continuación proceden a firmar un tratado. El amorfo uniforme de algodón blanco teñido a mano de Mao contrasta con el almidonado traje de Chang inspirado en Occidente, con hileras de relucientes medallas por los hombros y el pecho.

En el cielo de China no brillarán dos soles, me dice Mao en el avión de regreso a Yenan. Ve inevitable la guerra civil. Le digo que admiro su coraje. Querida, dice, es el miedo, la ceguera respecto a la muerte lo que me impulsa a ganar.

Furioso, Chang Kai-shek empieza a arrojar de nuevo bombas sobre nuestro tejado y Mao ordena la famosa Evacuación de Yenan. Los soldados del Ejército Rojo y los campesinos son trasladados a remotas regiones montañosas. Mao se niega a ver a todo el que se queje de abandonar su tierra natal. A fin de escapar de la gente invita a Fairlynn a la cueva para discutir y charlar.

Mi marido lleva reunido con Fairlynn desde esta mañana temprano. Hablan desde política hasta literatura, desde la edad de bronce hasta poesía. Tazón tras tazón y paquete tras paquete, beben vino de arroz y fuman cigarrillos. La habitación es una chimenea.

Salgo después de acostar a Nah y hago notar mi presencia como una protesta contra la intrusa. Me siento al lado de mi marido.

El alcohol ha avivado el espíritu de Fairlynn. Alentada por Mao se muestra dicharachera. Se rasca el pelo con los dedos. Su peinado a lo Shakespeare es ahora el nido de un pájaro. Tiene los ojos inyectados en sangre y se ríe enseñando toda la dentadura.

Dando una calada, Mao estira las piernas y cruza los pies.

La historia de China es la historia del yin, razona en alto acercando el cenicero a Fairlynn. A continuación le pasa su tazón de té. Le gusta compartirlo con mujeres. Lo hacía con Kai-hui, Zi-zhen, Jiang Qing y ahora con Fairlynn. Añade agua al tazón y continúa. Nuestros antepasados inventaron la munición para utilizarla sólo como decorado festivo. Nuestros padres fumaban opio para no pensar. Nuestra nación ha sido envenenada por las teorías de Confucio. Hemos sido violados por las naciones fuertes en yang. ¡«Violados» es la palabra adecuada! Mao da un puñetazo en la mesa y caen al suelo unos cuantos cacahuetes.

Presidente, no es mi intención rebatirte, dice Fairlynn recogiendo los cacahuetes caídos. Pero en tus escritos se advierte un elogio de la guerra en sí misma. Me parece sumamente interesante, ¿o puedo decir inquietante? Elogias la violencia en sí misma. Crees en la ley marcial. Tu verdadero objetivo es matar el elemento yin presente en el pueblo chino, ¿no es así?

Mao asiente.

Luego matas, insiste Fairlynn.

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