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Ella se acurruca debajo de él. ¿No te parece atractiva, jefe?

¿Por qué lo preguntas?

Sólo por curiosidad. No es bonita, ¿verdad?

¿Qué?

Pues déjame decirte que hay un montón de hombres tratando de atraer su atención. Desde generales hasta soldados. Fantasean con ella como si fuera la protagonista de sus novelas. Pequeño Dragón no sabe ni escribir correctamente, pero recita poemas de ella.

¿Cómo ha reaccionado Fairlynn? ¿Le interesan nuestros soldados?

Bueno, dice que no quiere entrar en la casa de ningún Torvald. Llama a tus hombres chimpancés.

Eso es interesante, dice Mao a media voz. ¿La has leído?

Tengo los ejemplares de los libros que ella me ha enviado. Mao se da la vuelta y apaga la vela.

¿Sabías que Fairlynn frecuenta a los bolcheviques?, pregunta Jiang Qing de pronto en la oscuridad.

Estoy cansado. Me ocuparé de ello después…, cuando termine con el congreso del Partido.

¿Puedo participar en el congreso?

No hay respuesta.

Ella vuelve a preguntar.

Mao empieza a roncar.

Más allá del desapacible valle de Yenan, el mundo avanza dando tumbos hacia la mayor conflagración del siglo. Los alemanes nazis empiezan a moverse por Europa. Los japoneses se extienden por el Pacífico. Más cerca, Mao empieza a competir en serio con Chang Kai-shek por el poder de China.

Jiang Qing celebra su veintiocho, veintinueve, treinta y treinta y un cumpleaños en el pequeño jardín a la entrada de su cueva. Se ha convertido en una costurera experta y está acostumbrada a que su sala se utilice como un cuartel general de guerra. De vez en cuando, tras ganar una importante batalla, Mao despide a sus camaradas. Se toma el día libre para pasarlo con sus hijos o, menos a menudo, acompaña a su mujer a ver un espectáculo local, una ópera, una orquesta o un grupo de canción popular. Al notar la frustración de su esposa, pone a la disposición de ésta su caballo,

Después de unas pocas lecciones de Pequeño Dragón, puedo cabalgar sola. Con un poco de práctica enseguida cojo seguridad. El terreno que rodea Yenan es abierto y ondulado, perfecto para cabalgar. Me recojo el pelo en un moño y espoleo al animal. Subo las colinas y recorro la orilla del río. La brisa en la cara me hace sentir la primavera. Sonriendo al viento, pienso: ¡Soy un bandido! Cabalgo hasta que los ollares del caballo están abiertos de par en par y el sudor ha empapado la manta. Y entonces hinco los talones para disfrutar de una última galopada.

La señora Mao, Jiang Qing, está satisfecha y aburrida al mismo tiempo. Se está cansando de su papel de ama de casa. Se da cuenta de que no puede contentarse con una casa llena de niños, gallinas, gallos, cabras y hortalizas. Su mente necesita algo que la estimule. Necesita un escenario. Empieza a ejercer su papel tal como lo entiende. Lee los documentos que pasan por el escritorio de Mao. Se entera de que Estados Unidos ha entrado en la guerra. Se entera de que Hitler ha sido expulsado de la Unión Soviética y que los japoneses se están batiendo en retirada. El Partido Comunista Chino se ha ampliado y es el más grande del mundo. Su marido se ha convertido en un nombre muy conocido, un símbolo del poder y de la verdad.

¿En qué me he convertido yo?, se pregunta la actriz. Fairlynn ocupa un asiento en el congreso del Partido mientras que ella, en calidad de esposa de Mao, no puede ni asistir a su apertura.

Fairlynn se sienta en primera fila en medio del grupo de representantes regionales y la votan como portavoz de los intelectuales de la nación. En un descanso hace una visita a la señora Mao, Jiang Qing. Le felicita por el ascenso al poder de su marido y le pregunta si se ve como la señora Roosevelt. A continuación le describe a la señora Roosevelt, sus logros en la política americana y la historia de Occidente.

La esposa de Mao escucha mientras lava en un balde la ropa de su marido y de sus hijos. El agua está helada. Lava los tazones y los woks, y frota el bacín. Tiene las manos hinchadas y el jabón se le resbala de los dedos.

Una noche trato de hablar con Mao de la señora Roosevelt. Tú no eres la señora Roosevelt. Se quita los zapatos de una patada y apaga la vela.

De pronto me siento deprimida. Durante el resto del mes trato de leer. Pero no hay forma de que me concentre. Casi ocurre un incidente mientras descuido mis tareas -Nah por poco no se cae al pozo negro-, lo que me obliga a dejar los libros.

La sastra viene a hacerme compañía, pero la despido. Ya no quiero oír las novedades.

Mao celebra pequeñas reuniones en casa. No me avisa con antelación. Tampoco me dice quién va a venir. Es típico de él. Se limita a enviar a Pequeño Dragón a buscarlos cuando le parece. Pueden ser las tres de la madrugada o las doce del mediodía. Esperan comer juntos mientras hablan de batallas. Se supone que debo ir a pelearme a la cocina y sacarles algo de comer. A veces me ayuda un cocinero o los guardias. Pero siempre me toca a mí limpiar después.

Estoy representando un extraño papel: una reina que hace de doncella.

En el congreso Mao es elegido jefe único del Partido. Liu Shao-qi, que ha construido la red de contactos comunistas en los territorios blancos de Chang Kai-shek, es elegido subjefe. Ha elogiado mucho a Mao en su discurso de aceptación del cargo. Pequeño Dragón me pone al día de los detalles del congreso, emocionado. ¡Liu Shao-qi ha mencionado el nombre de Mao ciento cinco veces! Espera que me quede encantada, pero a duras penas puedo disimular mi infelicidad.

Más tarde, a la hora de acostarse, la esposa pregunta de nuevo si puede ser miembro del congreso. El marido cambia de tono.

No puedo hacer miembro a nadie. Uno tiene que ganárselo.

La mujer se incorpora. ¿No crees que me lo he ganado?

Él no responde, pero suspira.

Ella se enjuga las lágrimas. De acuerdo, entonces necesito una oportunidad para ganármelo.

Mao me da una lista de libros para que los lea. Me está dando la receta que dio a Zi-zhen. Marx, Engels, Lenin, Stalin, Los tres reinos y Los anales de la historia. Pero no voy a leerlos. Ninguno de ellos. Ya sé qué clase de comprimidos hay en el frasco de Mao. No sólo me niego a convertirme en Zi-zhen, sino que estoy decidida a no ser una tramoyista en el teatro político de Mao.

Mientras ella trata de irrumpir en el escenario de Mao, éste lanza la campaña «Nuevos modos de trabajo». Corre el año 1942… Al principio se considera una investigación política rutinaria, pero enseguida da paso al terror. De pronto en todas partes se capturan a «traidores», «reaccionarios» y «agentes de Chang Kai-shek». Lo que más tarde sorprende a los historiadores es que el movimiento lo inicia Mao y lo dirige Kang Sheng; dos maestros de la conspiración que montan un complot imaginario contra sí mismos.

La campaña se va concretando. Ha pasado a concentrarse en la exterminación de los enemigos internos. Cunde el pánico en toda la base de Yenan. Para sobresalir como izquierdistas a ultranza, como verdaderos comunistas, empiezan a sacrificarse unos a otros, incluso a acusarse de derechistas. A uno lo pueden tachar de activista revolucionario por la mañana, de sospechoso anticomunista al mediodía y de enemigo por la tarde. Hasta se le puede ver en una reunión matinal obligando a otros a declararse culpables, y ese mismo día ser detenido en una reunión nocturna y arrojado a la oscura sala de interrogatorios.

El lema del partido es Ren-ren-guo-guan: «Una coyuntura crítica por la que todos han de pasar». Las reuniones son como tubos de sustancias químicas: los enemigos presentan síntomas de enfermedad.

No importa que ella sea la señora Mao. Para demostrar la imparcialidad del Partido van a investigarla como a todos. Le dicen que le ha llegado el turno de sumergirse en el tubo de ensayo.

Está nerviosa. Le preocupa su pasado, en concreto su firma en el documento de Chang Kai-shek en el que denunció el comunismo. Aunque su amigo Kang Sheng le ha dado instrucciones sobre qué hacer, sigue sintiéndose poco segura.

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