Литмир - Электронная Библиотека
A
A

¿Cómo sabes que es una agente extranjera?

Porque vosotros me lo habéis dicho… Me habéis preguntado qué hacía como agente extranjera, de modo que me figuro que es una agente extranjera. De lo contrario ¿me harías esta clase de pregunta?

¡Cuidado con lo que dices! Si proteges a un agente extranjero te conviertes en uno de ellos. Es un buen momento para hacer méritos.

Comprendo, jadea el moribundo. Ahora que he declarado que es una agente extranjera, ¿vais a dejarme marchar? Dejadme ir, por favor. Os lo suplico. Sé que Wang Guang-mei es una agente extranjera. No sólo es una agente extranjera, también es una agente comunista.

En la cinta la voz se vuelve entrecortada. Deja de oírse. Para cuando Jiang Qing recibe la cinta el profesor Zhang Chong-yi ha muerto. Jiang Qing estrecha la mano a los interrogadores. El presidente Mao y yo estamos satisfechos con vuestro trabajo. Ahora necesitamos un testigo para Liu.

Se aplica el mismo método. De la mañana a la noche dan con un testigo. Esta vez se trata de un amigo, Wang Shi-yin, un antiguo miembro del Partido que tiene cáncer de pulmón. Tiene el pecho cubierto de tubos, pero eso no detiene a los interrogadores. Los gritos y los aullidos resuenan en la cinta.

No tengo ni idea, dice el paciente luchando por hablar. Yo no me invento la verdad.

Se oye el ruido de objetos metálicos chocando.

Llorarás cuando te traigamos el ataúd y sea demasiado tarde, dice el investigador jefe en voz baja. Nos obligarás a desconectar la máquina de oxígeno y a arrancarte los tubos. ¿Estás seguro?

Silencio.

Por fin llega una voz débil. Haced lo que queráis. De todos modos me estoy muriendo. Ya no tengo miedo a nada. Aunque las palabras brotan entrecortadas, su voz es firme. He dicho todo lo que sé del vicepresidente Liu. Podéis estar seguros de que no es un traidor, sino un hombre íntegro y honesto. No sacaréis nada más de mí.

¡Vergonzoso! La señora Mao Jiang Qing señala al investigador con el dedo. Sois unos incompetentes. Volved a insistir hasta conseguir algo. Rompedle la mandíbula si es necesario.

¿Y si muere?

¡Interrogad su espíritu!

El 26 de marzo de 1968, Wang Shi-yin, el paciente con cáncer de pulmón, el hombre de voluntad de hierro, muere durante el interrogatorio. Aunque no incrimina al vicepresidente Liu Shao-shi, en el congreso del Partido Comunista del 24 de noviembre de 1968 se declara de todos modos a Liu «traidor oculto» y lo expulsan del Partido.

La noticia se divulga por toda la nación.

La señora Mao dirige entre bastidores el drama más importante. Es testigo de la superficialidad de la vida en su forma más concreta. Cuando habla de lealtad no lo hace con sentimiento. Basta un ademán para que caiga alguien. Los lugartenientes de Mao traen a la mujer de Liu, Wang Guang-mei, para criticarla antes públicamente. El mitin tiene lugar en el estadio del campus de la Universidad de Qinghua. Se congregan unos trescientos mil guardias rojos. Los gritos son ensordecedores. Jiang Qing se siente rara. Es surrealista observar a Wang Guang-mei, una mujer que cae a causa de su marido. ¿La traicionarán las masas del mismo modo algún día? Ahora comprende por qué Mao no corre riesgos cuando se trata de enemigos en potencia; no puede permitírselo. Los sospechosos deben morir.

Mao ha tenido dificultades para que se celebre el mitin. Los obstáculos han sido las personas fieles a Liu, incluido el primer ministro Chu En-lai. No se tomó ninguna decisión hasta que Mao obligó a los miembros del congreso a escoger entre él y Liu.

En la Biblioteca Nacional hay una famosa imagen de esta época. Una foto en blanco y negro documenta el momento de humillación de Wang Guang-mei. En el fondo se ve un mar de cabezas. En la esquina izquierda hay un periodista con gafas y una cámara. Está excitado y sonríe. En el centro del escenario está Wang Guang-mei. Su cara está medio oculta bajo un sombrero blanco de ala ancha, hecho de paja; le han obligado a vestirse como cuando viaja al extranjero. Del cuello le cuelga un «collar» formado por pelotas de ping gong, que le llega a las rodillas. Obra de Kuai Da-fu.

En el futuro Kuai Da-fu será condenado a diecisiete años de prisión por lo que hace ahora. En el futuro la señora Mao también pagará por ello, y le enseñarán esa misma foto y ella se negará a hacer comentarios. Lo que dirá sin embargo es que cuando era una joven actriz estableció una clara separación entre su vida y sus actuaciones. Pero en realidad la señora Mao no hace distinción. La Revolución Cultural es un escenario real y Mao su dramaturgo.

La historia demostrará que la superviviente Wang Guang-mei es sensata. Cuando hacen creer al mundo que la señora Mao, Jiang Qing, es la única responsable de la muerte de su marido Liu, dice: Liu no murió en manos de la «Banda de los Cuatro» (nombre utilizado para describir a la señora Mao, a Chun-qiao y a dos de sus discípulos al final de la Revolución Cultural). Cuando murió mi marido no se había formado tal banda. ¿Quién es el responsable? No da la respuesta. Espera a que la gente la halle por sí misma.

Sí, guardo rencor a Wang Guang-mei. Pero ésa no es la única razón para denunciarla. Mi deseo de complacer a Mao se ha convertido en la fuerza impulsora que hay detrás de cada uno de mis actos. Detenerme significaría morir. Nadie imagina el placer que me produce leer los informes de Kuai Da-fu: saber que Mao se sentirá orgulloso de mí. Me trasladan mentalmente a Yenan, a la época en que yo era el único centro de Mao.

Wang Guang-mei merece este trato. Por pisarme haciendo creer a los demás que ella era la primera dama de China. Por dejar que su euforia fuera captada por la cámara y apareciera en los periódicos de todo el mundo. ¿Dijiste con tus bonitos labios de cereza: «Siento que la señora Mao no se encuentre bien para recibirte personalmente»? Nunca te di permiso para decir tal cosa. Nunca debiste ir al extranjero, ni llevar ese collar de perlas blanco y ese par de zapatos negros de tacón alto… Nunca debiste robarme mi papel. Ahora ponte el disfraz por última vez y conviértete en el hazmerreír de todos. Bajo el sol, en este despejado día de abril, espera tu turno para cruzar mi escenario del infierno.

La señora Mao reconoce que admira, pese a todo, a Wang Guang-mei. La señora Mao casi se siente conmovida por ella.

Oigo suspirar a mi marido por la noche, confiesa Wang Guang-mei a la multitud. Nunca lo he visto tan triste. Lamento que se niegue a ver la realidad. Su amor hacia China y el presidente Mao es ciego. Y le comprendo. No puede dejar de servir a China. Es en lo que cree, su norte en la vida. Como esposa debo aceptar el destino de mi marido. Aceptar mi realidad.

La señora Mao, Jiang Qing, desearía hacer lo mismo por su marido. Tenderse sobre el altar del amor. Vivir la ópera. Pero no lo hará. El sentimiento hace que se sienta trágica. Mira fijamente el informe y la cólera se apodera poco a poco de ella. Cuanto más demuestra Wang Guang-mei su voluntad de sufrir por Liu, más profundo es el dolor interno de la señora Mao; ahora está desesperada por ver destruida a Wang Guang-mei.

Entre bastidores, Wang Guang-mei forcejea con los guardias rojos. La han arrastrado hasta allí. Señala la ropa que lleva, un traje marrón, y dice: Esto ya es un disfraz. Me lo ponía para recibir a las visitas extranjeras.

No nos importa. Hoy llevarás lo que te pongamos.

No puedo. El vestido no es adecuado. Además, me va demasiado justo.

Lo llevaste durante tu viaje a Filipinas.

Eso fue hace años. He envejecido y perdido la figura.

Parece ser que has olvidado quién eres.

Soy Wang Guang-mei.

No. Eres el enemigo del pueblo… Tienes que ponértelo.

No quiero y no lo haré.

Póntelo o te obligaremos a hacerlo.

Entonces dejadme morir.

No hay trato. Te vamos a llevar de nuevo al escenario. Vas a ahogarte en los escupitajos de millones.

64
{"b":"104393","o":1}