Está sentado en su silla de junco como un gran barco encallado en las rocas. Su tripa es una mesa que acarrea a todas partes. Deja su tazón de té en la «mesa». Tiene la cara cada vez más abotagada y sus arrugas se extienden como una telaraña. Sus ojos parecen mucho más pequeños ahora y las líneas de su cara se han vuelto femeninas, pero todo me parece hermoso.
Has hecho un buen trabajo teniéndome informado, dice encendiendo un cigarrillo.
Le digo que no tiene importancia. Tienes mi lealtad para siempre.
Mis colegas me llaman loco, ¿qué crees tú?
Stalin y Chang Kai-shek te llamaban igual, ¿no? Es parte de la histeria: tus adversarios están celosos de tu predominio. Pero la verdad es que nadie salva a China excepto Mao Zedong.
No, no, no, escucha, tienes que oírme. Está pasando algo. No soy el hombre que conocías. Ven, siéntate a mi lado. Sí, así.
Charlamos. Me habla de sus largas noches de insomnio. Sospecha que hay una conspiración en marcha. Describe su terror de no ser capaz de controlar la situación. Éste cristalizó al regresar a la capital. Cuando vio que todo estaba en orden y su ausencia de cinco meses no había causado ningún revuelo, le entró el pánico. Verás, Liu ha demostrado al Partido y a los ciudadanos que puede gobernar el país sin mí.
Se interrumpe. Necesito estar solo ahora. Oh, espera. Pensándolo mejor, no te vayas. Quédate y acábate el té.
Se vuelve a recostar. Sí, es lo que voy a hacer. Voy a dar, una orden… ¿Estás aquí, Jiang Qing? Acércate más. Oigo voces dentro de mi cabeza. Oigo a Liu preguntar qué ha hecho mal, y me oigo responder: Sencillamente no puedo dormir cuando te oigo pasear alrededor de mi cama.
Espero a que mi marido termine su monólogo. ¿Tú qué crees?, oigo que vuelve a preguntarme. Me mira impaciente.
Pero no se me ocurre ninguna respuesta. He perdido la concentración. Trato de improvisar una. Hablo con mi estilo habitual. Es su visión la que llevará a China a la grandeza. Digo que la hostilidad es parte de ello. La conspiración es consecuencia del poder elevado. Sonrío. De todos modos, querido presidente, estamos aquí para celebrar que estamos vivos.
Me siento un tanto fuera de lugar, dice. Su estado de ánimo cambia de pronto. Estoy cansado, dice. Es mejor que te vayas ahora.
Me despido y me dirijo a la puerta.
Jiang Qing, dice levantándose de la silla de junco. ¿Crees que somos capaces de conducir al pueblo al horizonte de una gran existencia?
Sí, respondo. Cultivaremos una gigantesca madreselva roja y poblaremos con ella el cielo.
A la mañana siguiente el vicepresidente Liu va a ver a Mao a su estudio. No sólo está impaciente, sino nervioso. Mao lo recibe calurosamente. Bromea sobre su viaje. El humor y la ligereza de Mao surten efecto en Liu, y empieza a relajarse. Pero en cuanto se sientan, Mao cambia de tono.
Me encontré un panorama bastante triste cuando bajé del tren, empieza Mao. Las puertas de las escuelas estaban cerradas. No había gente en las calles. La actividad de la masa era como la de los brotes de bambú en primavera, saliendo alegremente. Pero ya no se ve. ¿Quién ha apagado el fuego? ¿Quién ha reprimido a los estudiantes? ¿Quién teme al pueblo? Antes eran los señores de la guerra, Chang Kai-shek y los reaccionarios. Mao agita los brazos y eleva la voz: Quien reprime a los estudiantes acabará siendo destruido.
El vicepresidente Liu está perplejo. Mao se ha convertido en un extraño a sus ojos. Con mucho dolor duda de su propia capacidad y de su juicio. No puede imaginarse a Mao organizando el golpe de Estado de su propio gobierno.
El estudiante Kuai Da-fu de la Universidad de Qinghua se ha convertido en un icono nacional del maoísmo. Ha demostrado ser un organizador con talento. Ha crecido desde la última vez que lo vi.
Cuando lo comento se incomoda. Eso hace que me guste aún más. Su comportamiento refleja mi empeño. Kang Sheng dice que es mi mascota. No le contradigo. El joven necesita que le ayuden a aumentar su confianza en sí mismo. Digo a Kuai Da-fu que no se preocupe de no tener experiencia. El presidente Mao empezó a rebelarse cuando tenía su misma edad. Lo elogio y lo animo a cada paso. Has comprendido realmente el maoísmo. Has nacido para ser líder.
Me gusta observar a Kuai Da-fu cuando habla a sus compañeros estudiantes. Parte de su atractivo viene de su apuro. Su cara pasa de rosa pálido a rojo y a continuación a azul. No sabe lo suficiente, pero se esfuerza para que lo tomen en serio. Hoy ha cumplido dieciocho años. Para llenar de gasolina el depósito de su ego, Kang Sheng se desvive por ayudarlo. Lo sigue y grita consignas. Demuestra a la multitud que está en contacto directo con Mao.
El muchacho está cerca del sol. Es un ídolo. Los estudiantes están ansiosos por recibir el mismo poder y respeto que su líder Kuai Da-fu. Los impacientes ya se han propuesto llamar la atención. Sus nombres son Tan Hou-lan, de la Universidad Normal de Magisterio de Pekín; Han Ai-jin, del Instituto de Aviación de Pekín; Wang Da-bin, de la Universidad de Geología de Pekín, y el poco conocido crítico literario de cuarenta años Nie Yuan-zi. Cada uno es líder en su universidad y trabaja duro para complacer a la señora Mao, Jiang Qing. Como miles de abejas atacando en masa a un animal, tratan de expulsar a los Equipos de Trabajo de los recintos universitarios. Hay resistencia. Los Equipos de Trabajo insisten en que las clases vuelvan a la normalidad. Se producen enfrentamientos al tiempo que sigue aumentando la tensión.
Nombrado por el vicepresidente Liu, el jefe de los Equipos de Trabajo, Yelin, se mantiene firme. A pesar de haber puesto en libertad a Kuai Da-fu, ha acudido a Liu y a Deng, y obtenido permiso para criticarlo como un mal ejemplo. En cuanto empieza a criticarlo en público, la señora Mao y Kang Sheng acuden en auxilio de Kuai Da-fu. Sin avisar a Yelin, organizan un mitin de estudiantes y exigen que se dispersen los Equipos de Trabajo.
Yelin empieza a comprender que no se trata sólo de una lucha entre él y los estudiantes. Hay involucrados poderes más altos. Está ocurriendo algo que se ha negado a creer. Para evitar el enfrentamiento abandona el campus y va a esconderse al cuartel general del Ejército Popular de Liberación del que procede.
Kuai Da-fu está decidido a estar a la altura de las expectativas de la señora Mao. Ha creado un organismo estudiantil y lo ha convertido en un ejército llamado el Grupo de las Montañas de Jing-gang. Los estudiantes se proclaman soldados y cantan «La unión hace la fuerza» día tras día, de campus en campus. Se unen a ellos otros miles de estudiantes de provincias más alejadas. El Grupo de las Montañas de Jinggang es ahora una organización de seiscientos mil miembros con Kuai Da-fu como comandante en jefe.
Para demostrar su poder, Kuai Da-fu lleva a un grupo de estudiantes al cuartel general del Ejército Popular de Liberación y exige que le entreguen a Yelin. Cuando los guardias le bloquean el paso, los estudiantes forman un sólido muro. «¡Abajo Yelin!», gritan. Los guardias sostienen sus rifles y no hacen caso. Ninguno de los trucos de los que se vale Kuai Da-fu consigue que los guardias abran las puertas.
Los estudiantes empiezan a cantar citas de Mao: «¡Es bueno, justo y necesario rebelarse!». Los guardias hacen oídos sordos. Los estudiantes cantan más alto y empiezan a escalar la puerta.
Los soldados se colocan en hilera y apuntan hacia arriba los rifles.
Los estudiantes se vuelven hacia Kuai Da-fu.
«¡Prended a Yelin y exigid respeto!», grita el héroe recordando cómo se ha hecho un nombre. Él mismo escala la puerta y se pone de pie en ella. Ahuecando las manos como si se trataran de un megáfono, declara de pronto una huelga de hambre. A continuación salta del muro humano y aterriza en el suelo de cemento. Yace como un pez muerto, con los ojos cerrados. Detrás de él, miles de cuerpos se tumban en el suelo.