La visión que tiene Mao de China es la que ella espera de un rey. Ve en qué se convertirá para China y su pueblo. Si esto no es amor y respeto en su forma más pura, se pregunta la joven, ¿qué es entonces? ¿Cómo no va a sentirse orgullosa de su pasión por Mao?
Antes de que salga la siguiente luna, la actriz de Shanghai estrecha la mano a Lao Lin. Promete entregar antes del día de la boda una carta conforme acepta las reglas.
A la futura esposa le preocupa habérselo puesto demasiado fácil a Mao. Teme que no se acuerde de su sacrificio. El sacrificio que se propone hacer y exigir que le reconozcan en el futuro. Es su inversión. Pero desde que se ha marchado Lao Lin, él no se ha mostrado muy cariñoso.
Mao está absorto escribiendo su filosofía de la guerra. Escribe días y días sin parar, y pierde totalmente la noción del tiempo. Cuando termina envía a Pequeño Dragón a buscar a la joven. Le hace sentir que ya está en su posesión. Sus manos la buscan en cuanto entra por la puerta. Ella lo oye murmurar, él le cuenta en un monólogo qué ha estado escribiendo.
Sí, cuéntame, cuéntamelo todo, responde ella.
Es suicida dejarse ver cuando el enemigo es de tales proporciones, dice desabrochándole la camisa. Tenemos que aprender a sacar partido de nuestra inferioridad numérica; disponemos de flexibilidad. Si arrastramos al enemigo por las narices y conducimos sus caballos hasta el bosque, lograremos confundirlo e inmovilizarlo. Les arrancaremos a mordiscos las piernas y nos marcharemos rápidamente antes de que averigüen cuántos somos o nuestras intenciones. Ésa fue mi estrategia durante la Larga Marcha y voy a establecerla como ley de guerra.
Quiero que Mao sepa que me interesa lo que hace y quiero formar parte de ello. Pero trato de no seguir sus pensamientos para concentrarme en el placer. Clavo la vista en otra parte, en un portaplumas de su escritorio. Está hecho con el nudo de una caña de bambú y está repleto de plumillas y plumas. Las plumas apuntan al techo como ramilletes de orquídeas con lengua de dragón. Me siento curiosamente estimulada.
He creado un mito, continúa él. He dicho a mis generales que jueguen con Chang Kai-shek. Que den un mordisco y echen a correr, den otro mordisco y echen de nuevo a correr. La clave es no ser reacio a marcharse tras pequeñas victorias. Es el problema de nuestros soldados: es su ciudad natal y les cuesta irse. Detestan abandonar cuando están recogiendo las cabezas de los que asesinaron a sus seres queridos. Pero hay que hacerlo a fin de ganar más… Como ahora, que no me conviene llegar hasta el final. Debo saber cuándo contener a mis tropas…
Ya no me asombra que pueda hacer el amor mientras pone en orden sus pensamientos. Para mí se ha convertido en parte de nuestro ritual. En cuanto advierto que ha perdido el hilo de sus pensamientos, me dejo ir.
¿Fueron cuatro las veces que cruzaste el río Chi para escapar de Chang Kai-shek?, pregunto tomándole el pelo. ¿Lograste confundir al enemigo?
Le falta el aliento para responderme.
He oído hablar de tu victoria en Shanghai, continúo. Sin embargo nadie te conocía, eras un mito clandestino que todos querían sacar a la luz. ¿Te he dicho cómo te describían físicamente los periódicos de Chang Kai-shek? Decían que tenías unos dientes de quince centímetros de largo y una cabeza de casi un metro de ancho.
Gruñe y anuncia que viene.
Durante las tres semanas siguientes vuelve a enfrascarse en sus escritos. Un estudio sobre el movimiento campesino de Jiangxi. La revolución al estilo chino. Cómo sentar las bases del Ejército Rojo. Luego se desploma en la cama como un cadáver en un ataúd. La joven sigue preparando el borrador de la carta que ha prometido a Lao Lin. Se sienta a la mesa de Mao y juega con sus plumillas y plumas. Tiene la mente en blanco. Está aburrida. Cada pocas líneas cuenta los caracteres. Sabe que tiene que llenar una página como mínimo.
Pedo, pedo y pedo, escribe, luego lo borra y vuelve a escribir. Saca un pequeño espejo y empieza a examinarse la cara. Los dientes, la nariz, los ojos y las cejas. Juguetea con el pelo, se lo peina de distintas maneras. Se estira la cara con los dedos, cambiando de expresión. Le gusta su cara. Cómo se refleja en el espejo. Es más bonita en el espejo que en la pantalla. Se pregunta por qué no es fotogénica. Sus pensamientos dan un salto y se pregunta qué habrá sido de Tang Nah y de Yu Qiwei. Y qué pensarán cuando se enteren de que es la señora Mao.
La idea la llena de alegría y le hace volver a su borrador. Trabaja en él hasta que Mao se despierta. Se le acelera el pulso cuando lo oye recitar un poema de la dinastía Han sobre el despertar:
La primavera me despertó de mi hibernación,
el sol cae en mis nalgas apremiándome.
Ella se levanta de su silla para servirle un té. Luego vuelve al escritorio y espera. Él se acerca. Ella le enseña el borrador y él se inclina hacia la luz para leerlo. Tiene las manos debajo de su camisa.
Parece una carta de protesta, comenta riendo. Ella dice que no sabe escribir de otro modo. Es incapaz de doblegarse más. Él la consuela. No deberías acudir a un monje para pedir prestado un peine; debes ser amable con los defectos de mis camaradas. Bien mirado, son campesinos. En cuanto a él, agradece su sacrificio. Una carta de promesa sólo es un trozo de papel. Depende de nosotros cumplir. La verdad es que la carta sólo va a servir para acallar a esas esposas de boca de escorpión.
Ella se convence. Ríe llorosa. Sosteniéndole la mano, él revisa el borrador. Quiero que me hables en la cama. Quiero que me coseches. Oh, sí. Firma aquí mismo, firma «Atentamente, Lan Ping».
Es el día de la boda. El viento esculpe nubes en forma de frutas gigantescas. Se celebra en la nueva cueva de Mao; éste se ha mudado de la Colina Fénix a casa de la Familia Yang. Es una cueva de tres habitaciones situada en la ladera de la montaña, de unos quince metros de profundidad. La pared del fondo está hecha de roca y la delantera de madera. Las ventanas están cubiertas de papel. Delante de la cueva hay una pequeña extensión de terreno llano. Con asientos de piedra y un huerto.
Mao se levanta temprano y trabaja en el huerto. Pimientos, ajos, tomates, ñames, judías y calabazas, todos enérgicos. Lleva al hombro un palo con un cubo de agua en cada extremo, y recorre los estrechos senderos regando cada planta con paciencia. Inclina el hombro y levanta la cuerda del cubo para vaciarlo. Parece satisfecho y relajado.
La novia está en la entrada de la cueva, observando a su novio. Lo ve mordisquear las puntas de las plantas del algodón. Recuerda que una vez le dijo que pensaba mejor con las manos llenas de tierra y raíces. ¿Qué pasa por su cabeza en esos momentos? Ella se pregunta si la compara con sus ex mujeres. Eres una joven con luz propia, me ha dicho. Tu alegría es la salud de mi alma, y la tristeza de Zi-zhen, su veneno.
Para mí es una figura paterna. Es todo lo que he buscado siempre en un hombre. Como un padre, es sabio, cariñoso y abusivo a veces. Cuando le pregunto por qué ha decidido casarse conmigo, me responde que tengo la virtud de conseguir que un gallo ponga huevos. Tomo el comentario como un cumplido. Asumo que quiere decir que hago salir lo mejor que hay en él. Pero no estoy segura. A veces tengo la sensación de que es demasiado grande para que yo lo comprenda. Su mente siempre es inalcanzable. Es un espectáculo aterrador. Tanto con sus camaradas como con sus adversarios o enemigos puede ser embriagador y aterrador. Lo quiero, pero temo por mí. Cuando estoy con él renuncio a comprender. Me rindo. Me aterra que me quiera a mí y no a la actriz. A veces tengo la sensación de que quiere tener mi cuerpo cerca, pero mi alma a cierta distancia. Quiere conservar el mito que hay en mí.
Más adelante, muchos años después, descubro que prefiere vivir con la falsificación en lugar de con la persona real. Pero de joven soy simplona y entusiasta, y no necesito comprender todo acerca de este dios cuya esencia está fuera de mi alcance. Duermo profundamente, lo desconocido no me quita el sueño. Qué prisa hay, cuando tengo toda la vida por delante para comprenderlo si quiero. No me comparo con Zi-zhen. No soy como ella, que se conserva en el frasco herméticamente cerrado de la infelicidad. Si veo un frasco así lo haré pedazos. Me apasionan los estímulos y el reto, y veo que mi futuro no promete más que eso.