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Pero ¿por qué me asaltan estas dudas el día de mi boda?

Son las ocho de la mañana y el sol sale de detrás de las nubes. Después de poner una mesa fuera vuelvo a entrar en la cueva para vestirme. Estoy un poco decepcionada porque Mao sólo ha invitado a un reducido grupo de gente. Ha declinado mi deseo de invitar a una multitud. La razón que me da es que no quiere atraer la atención de Chang Kai-shek; no quiere que lo bombardeen el día de su boda.

Saco las pinzas de las cejas. Me las arreglo y maquillo como solía hacer en Shanghai. Me pongo polvos en mi cara quemada por el sol. No tengo vestido de novia. He prometido a Mao respetar la moda revolucionaria, que es que no hay moda. Llevo un uniforme gris desteñido con un cinturón.

Cuando salgo, todos se vuelven hacia mí y de pronto los hombres se ponen a hablar del cielo. De su color. Una sandía verde por abajo, amarilla por el centro y rojo rosado por encima.

Hay una repentina tranquilidad. Mao trata de disimular su euforia. ¡Cacahuetes!, dice a la novia, y ésta empieza a pasar una cesta de cacahuetes. Los invitados piden al novio que dé consejos sobre el amor. Mao se recuesta en su asiento y estira los brazos. No sé cómo decirlo, un tornado me arrebató el sombrero, y éste cayó sobre un pájaro dorado y lo capturó para mí.

¡Detalles!, exclaman los hombres pasándole un cigarrillo. Sonriente, Mao da una profunda calada. Puedo daros dos consejos: Uno, tienes que ser perro y pedir prestado un hueso. Y dos, no debes perder nunca de vista que estás adoptando una postura peligrosa, como colocar la cabeza sobre el fogón para secarte el pelo.

Ella examina a los invitados mientras Mao se los presenta uno por uno. Son sus hombres. Hombres que ella necesita impresionar. Si es posible, convertirlos en sus hombres en el futuro. Le consta que existe tal posibilidad en Kang Sheng. No ha olvidado su primera conversación. ¿Estaré segura bajo tu tutela, camarada Kang Sheng? Si yo lo estoy bajo la tuya, señorita Lan Ping.

Oye la risa falsa de Kang Sheng. Un sonido desagradable. Está halagando a su jefe. No hablan en realidad, pero hay intimidad. Entre Kang Sheng y Mao existe un código secreto. Por alguna razón ella tiene la sensación de que nunca podrá descifrar ese código. Una pareja extraña, piensa. Mao en una ocasión describe bromeando a Kang Sheng como un pequeño brujo. Kang Sheng sabe exactamente qué quiere Mao y se lo da. Ya sea destruir a un rival político u organizarle una cita nocturna con una amante.

Ella se queda satisfecha y se felicita, porque ha conseguido por fin el papel de primera actriz.

Un pavo real entre gallinas, piensa sonriente.

Hablo mandarín. Lo hago despacio para que los amigos de Mao me entiendan. Pregunto por la salud de los invitados, por su familia, animales y cosechas. Estoy aprendiendo el trabajo de mi marido. Descubro que no tiene fe en la boda. En realidad le interesa muy poco la ceremonia. Emplea el tiempo para obtener información. De batallas, de sus colegas, de los territorios blancos.

Kang Sheng le presenta a un hombre. Lo llaman Viejo Pez y tiene cara de perro domesticado con largas orejas que le cuelgan a los lados. Su traje occidental brilla de grasa alrededor de la tripa, el cuello y los codos. Se ven claramente las puntadas de los remiendos. Parecen un ejército de hormigas. Sus abultados bolsillos están repletos de cuadernos y papeles. El hombre informa sobre los territorios blancos. El nombre de Liu Shao-shi se repite continuamente. Viejo Pez alaba a Liu como un hombre muy capaz que empezó como huelguista, pero no lucha sólo para destruir. Negocia con los propietarios de las fábricas y cada vez consigue que se satisfagan las condiciones de los trabajadores.

El camarada Liu Shao-shi es una joya para el Partido, comenta mi marido. Es de suma importancia que se gane a los trabajadores.

En las palabras de Mao no hay el más leve rastro de envidia, pero en ese preciso momento queda grabada en su mente la imagen de Liu Shao-shi como un adversario en potencia. Nadie en China se imagina que Mao será capaz de llevar a cabo una destrucción masiva sencillamente porque tiene celos del talento de alguien. Nadie comprende nunca los temores de Mao. Treinta años después Mao inicia la llamada Revolución Cultural del Gran Proletariado, en la que millones de personas pierden la vida para allanarle el terreno.

Hay algo que la señora Mao nunca logra aprender de su marido: a este hombre no sólo no lo censurarán por su responsabilidad en el crimen del siglo, sino que consigue que su público, aun después de su muerte, defienda, venere y bendiga su bondad.

El tocadiscos está en marcha y suena «La noche del incendio en la capital». Se lo regaló a Mao una admiradora extranjera, Agnes Smedley. La novia se acerca y baja el volumen. Luego se pasea tratando de unirse a las conversaciones. Escucha y elige los momentos para meter baza. Pregunta qué está ocurriendo con los fascistas en Europa. Quiere saber cuándo podría volver a atacar Chang Kai-shek. Pregunta: ¿Cuánto durarán los suministros de Chang Kai-shek? ¿Cuánto dinero están dispuestos a invertir los occidentales en el pozo sin fondo de Chang Kai-shek? ¿No salta a la vista que Chang Kai-shek es un perro sin espina dorsal? ¿No es posible poner de nuestra parte al mundo occidental? ¿Debería Mao lanzar una campaña periodística para convencer al mundo que su actuación cuenta? ¿Qué está pasando entre los rusos y los japoneses? ¿No debería Stalin estar convencido a estas alturas de la capacidad de Mao para gobernar China?

Asombra a Mao y a los invitados con sus ganas de aprender. Tiene veinticuatro años y el fuego arde con fuerza en su pecho. Su energía cautiva a algunos, otros la encuentran ingenua y pretenciosa. Está demasiado emocionada para notar nada. Presencia cómo Mao interpreta ante su ejército el papel de dios-padre. Vislumbra qué puede conseguir a través del matrimonio: se le da el mejor ejemplo.

La noche de bodas él le cuenta una historia. Una historia que le inspira y enseña el secreto de gobernar. Durante la dinastía de Primavera y Otoño, un príncipe compró soldados. Para impedir que escaparan mandó llamar a un hombre que hacía tatuajes y le ordenó que tatuara su nombre en las mejillas de cada soldado. Una vez concluida la tarea, el príncipe creyó que la lealtad de los soldados estaba asegurada y se los llevó lejos a combatir. Antes de que llegaran muy lejos, los soldados empezaron a desaparecer. Los tatuajes de las mejillas eran tan débiles que se les borraron al lavarse.

¡Es la mente lo que hay que tatuar!, concluye mi amante al terminar la historia.

A partir de ese momento tengo la sensación de que mi mente ha sido tatuada. De lo contrario, ¿cómo se explica que responda a cada una de sus llamadas? Se inculca a sí mismo -la voz de un dios-, en mí y en su nación.

El libro de Chang, lo llama ella.

Cuando los invitados se retiran ella está exhausta. El suelo está cubierto de cáscaras de cacahuete, semillas de girasol y colillas. Mao no le pregunta su opinión sobre los invitados. Sabe que está enfadada por sus maneras. Es evidente que no puede soportar que escupan en el suelo, se hurguen los dientes con los dedos mientras hablan, y, peor aún, se tiren pedos con todo descaro.

Soy un vestido hecho de veredictos,

cada hilo está ligado a un crimen sangriento.

Mao pide a la novia que deje de limpiar y la lleva a la habitación mientras tararea alegremente el aria de una vieja ópera.

Como una almeja de tierra de sequía

yo no abriría la boca…

Ella queda impresionada y canta con él la cómica canción:

Un ratón recibe el encargo

de vigilar el almacén del grano

y a la cabra se la pone a vigilar el huerto,

qué trabajo tan agradable…

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