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¡Quiero ocupar un lugar en su mapa!, exclama.

Kang Sheng comenta que hay mujeres que se presentan en la cueva de Mao sin estar invitadas. Tanto del país como extranjeras.

No voy a convertirme en una roca por ello, replica la joven. El sol empieza a ponerse tras la colina. Llegan compañías de soldados y se ponen en fila. Se sientan en hileras frente a un escenario improvisado. Éste está hecho de cañas de bambú, con el cielo azul cada vez más oscuro de fondo. La orquesta afina sus instrumentos. La joven de Shanghai se ha convertido en la primera actriz de la compañía de ópera de Yenan. Está a punto de interpretar un solo llamado «Historia de la hija de un pescador».

Se prepara en una tienda. Se cubre la cabeza con un pañuelo amarillo. Va disfrazada con un chaleco rojo y una falda pantalón verde. Recoge un «remo» del suelo y, fingiendo estar en un bote, empieza a hacer ejercicios de calentamiento, dando un paso adelante, un paso atrás y un paso al lado. Se mece, balanceando los brazos de un lado a otro.

La salva de aplausos indica que han llegado los líderes y miembros del gabinete. Los tramoyistas meten prisas a los actores. El redoble de los tambores se intensifica por momentos. Las caras de los actores son máscaras de polvos, con los ojos y las cejas perfilados como gansos voladores.

Al mirarse al espejo la joven recuerda su vida en Shanghai. Piensa en Dan, Tang Nah y Zhang Min. Los hombres que recorrieron su cuerpo pero nunca encontraron la joya que había dentro. Piensa en su madre. Su mala fortuna. De pronto la echa de menos. Sólo después de que la hija ha experimentado su propia lucha es capaz de comprender el significado de las arrugas de su madre y la tristeza contenida bajo su piel.

Los carros cruzan volando el escenario. A los actores se les quiebra la voz al alcanzar las notas altas. El público entusiasmado grita excitado. El ruido perfora la noche. El tramoyista dice a la actriz que Mao ha llegado y tomado asiento entre el público. La joven se lo imagina sentado. Como el Buda sobre una flor de loto.

Sale al escenario con pasos sui-bu, deslizándose como si navegara, y los brazos caídos como un sauce liu-quan. Recoge el «remo» y lo mueve con garbo en el agua imaginaria. Dobla y estira las rodillas una y otra vez para describir el movimiento a bordo de un bote. Los redobles de tambor completan el movimiento. Cruza de izquierda a derecha el escenario andando con las puntas y los talones, exhibiendo su facilidad para «caminar por el agua». Adopta una pose liang-xiang y abre la boca para cantar la famosa aria.

La cara de Mao parece solemne, pero dentro de su cerebro el viento se levanta y sopla a través de los troncos de sus nervios; la voz de la joven es como una flecha que le atraviesa la mente. El mundo de pronto funciona al revés: en el cielo crecen algas y en el mar empiezan a flotar nubes.

Surcaré contigo las Nueve Corrientes

entre vientos que soplan con violencia y olas que rompen a su antojo

en coches acuáticos con la cubierta de flores de loto…

Su mente es un caballo con grilletes, azotado y maltratado, que corre contra un vendaval y sube sin resuello a la cima de una montaña envuelta en espesa niebla.

Subo a los acantilados de Quen-Rung para contemplar la vista,

mi corazón se siente débil y enfermizo.

Al caer la noche

me siento perdido y desamparado,

pensando en riberas lejanas

me recobro…

Huele el aire húmedo. El aire que transporta el peso del agua. Oye el ritmo de su propia respiración. Parpadea y se seca el sudor de la frente.

En cuanto cae el telón, Kang Sheng acompaña a Mao hasta el escenario y le presenta a la actriz. Se dan un apretón de manos. Él se conduce como un sabio de la antigüedad. Es más alto y tiene el pelo más largo, negro y abundante que nadie en el público. Lo lleva peinado con raya en medio y hacia los lados, al estilo campesino de Yenan con un toque de artista moderno. Tiene los ojos almendrados, afables pero penetrantes; la boca roja, de labios carnosos, y la piel suave. Un hombre de mediana edad, seguro y obstinado. Su uniforme tiene muchos bolsillos, y coderas y rodilleras pulcramente cosidas. Lleva un calzado hecho de paja.

Ella tantea su papel.

El invierno se despide y la primavera aún no ha llegado. De la noche a la mañana la hierba de la colina se cubre de escarcha. Hasta el mediodía no empieza a derretirse la capa blanca. Después de las cuatro vuelve a formarse hielo y toda la colina, la hierba que todavía no se ha vuelto verde, parece cubierta con un cristal.

Es en esta época cuando Fairlynn se convierte en redactora jefe del periódico de Mao, La base roja. Dicen que Mao la ha nombrado personalmente para el cargo. El periódico aplaude las recientes victorias y llama a Mao «el alma de China».

La señorita Lan Ping va con su uniforme y un pañuelo naranja alrededor del cuello. Es la imagen que se trabaja: una soldado con un toque de diosa romántica. El efecto de una pequeña rosa entre follaje verde. Sabe cómo buscan y registran los ojos de los hombres. La cámara del corazón de su futuro amante. Sus camaradas, incluidas las esposas de los oficiales de alto rango, están murmurando. El tema es la señora de Chang Kai-shek, Song Meilin. Su facilidad para hablar un idioma extranjero y, aún más importante, su capacidad para controlar a su marido. Dicen que ha llamado la atención sobre la campaña de éste. Habló ante las Naciones Unidas y consiguió fondos para la guerra de su marido. La joven está enormemente interesada.

Durante las siguientes semanas nieva y llueve a la vez. En un instante el universo de Yenan queda empapado y la lluvia convierte la tierra en un cenagal. El suelo de tierra apisonada se convierte en barro, y las vasijas y las tazas de la habitación flotan como pequeños barcos. Al día siguiente sale el sol, que seca el camino y endurece las huellas de las ruedas. Cuando vuelve a llover, el camino es una pista de patinaje. Después de acarrear ñames a lo largo de un kilómetro y medio, Lan Ping resbala como un payaso de circo.

La cafetería es una gran cueva por cuyas paredes penetra el agua. La mitad del local se utiliza para guardar carros y herramientas. Mis camaradas y yo nos abrimos paso con nuestros tazones de arroz hacia un rincón donde el suelo no parece tan fangoso. Caen gotas de agua de lluvia en mi tazón, y para esquivarlas tengo que comer y moverme al mismo tiempo.

Tengo las botas cubiertas de barro. Se arrastran como si trataran de escapar de mis pies. Hago lo posible por no echar de menos Shanghai. El pavimento, las hojas podadas, los acogedores restaurantes y el inodoro.

No para de llover y nevar a la vez. El cielo y la tierra quedan envueltos en una gigantesca cortina gris.

En la sala de la Escuela de Bellas Artes LuXiun de Yenan se ha congregado una gran multitud. Mao va a dar una conferencia. La joven de Shanghai se ha sentado en un taburete de madera en primera fila. Ha venido temprano para asegurarse el mejor asiento, un lugar desde el que ver y ser vista. Espera con paciencia. Reina un ambiente de euforia. Los soldados cantan con su fuerte acento norteño. Las canciones son las enseñanzas de Mao con una melodía popular:

Creemos en el gran comunismo,

somos los soldados del Ejército Rojo,

castigamos el saqueo y el robo,

vivimos para servir al pueblo

y luchar contra los invasores japoneses y los nacionalistas de Chang Kai-shek.

A la joven le gusta la simplicidad de la letra. No la han repetido por tercera vez que ya se la ha aprendido y canta a pleno pulmón. Llama inmediatamente la atención, pero ella sigue, alcanzando sin esfuerzo la nota más elevada. Los soldados le lanzan miradas de admiración. Ella canta aún más fuerte, sonriente:

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