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El edificio más alto se construyó a partir de un ladrillo.

El río más profundo se originó a partir de una gota de agua.

La revolución empieza aquí en Yenan,

en el territorio rojo, liderada por el gran Mao Zedong.

Le conmueve el ambiente, lo que está haciendo para hacer realidad su sueño; el hecho de que podría convertirse en víctima de tal sueño. Una perfecta heroína trágica. Podría romper a llorar, piensa sonriendo.

En medio de la salva de aplausos aparece Mao. El público lo aclama a voz en cuello: «¡Presidente Mao!».

Él empieza con un jocoso chiste popular que muy pocos entienden.

La joven está fascinada. Tiene la sensación de estar ante Buda en persona.

El hombre del escenario habla de la relación entre arte y filosofía, entre los papeles del artista y el revolucionario.

¡Camaradas! ¿Qué estamos haciendo con las malas hierbas que han estado creciendo en nuestras tripas?

Se mueve de forma relajada, como un erudito. Su voz tiene un fuerte sonido nasal, mezclado con el acento vibrante del Hunan.

Yo he estado haciendo una criba. A base de estirar y arrancar. El caso es que Chang Kai-shek y los japoneses son fáciles de identificar como enemigos. Sabemos que están allí y que van por nosotros. Pero el dogmatismo es como las malas hierbas. Se disfraza con brotes de arroz. ¿Lo distinguís? Para ser un buen artista hay que ser antes marxista. Hay que saber diferenciar el dogmatismo del comunismo.

Ella detecta metal en el cuerpo de ese hombre. De pronto se pregunta si hay parte de verdad en el consejo de Kang Sheng: lo que cuenta en Yenan es demostrar tu pasado comunista. Su intuición le revela otra verdad, lo que la naturaleza dice a hombres y mujeres. No hay nada que demostrar. Todo está en los cuerpos, en la atracción de miradas de los animales humanos.

El hombre del escenario continúa. Fluyen las palabras, las frases, los conceptos.

Los dogmáticos pretenden pasar por auténticos revolucionarios. Ocupan asientos importantes en nuestro congreso. No hacen más que formar con los labios el nombre de Iósiv Stalin. La rebelión y los ataques han empezado dentro del mismo cuerpo del Partido. Son invisibles pero fatales. Se llaman a sí mismos soviéticos acérrimos, pero son arañas incapaces de producir hilo que no esté podrido; no sirven para la revolución. Repiten las palabras de Karl Marx, pero ayudan a Chang Kai-shek. Se han mofado de nosotros. Nos han dado gafas con los cristales rayados para que no veamos con claridad. Hemos creído en Stalin y confiado en la gente que nos ha enviado. Pero ¿qué hacen aquí aparte de realizar experimentos sociales a nuestra costa?

El hombre explica la historia de China a la luz de la situación actual, aplica teorías de diseño e invención militar. Luego cambia de expresión, se retrae y se pone serio, como si el público hubiera desaparecido ante sus ojos.

Desde su taburete, la joven no puede evitar empezar a hacer cálculos. Contempla el futuro del hombre con ojos de pitonisa. Da un golpe de zoom para estudiar su cara. Detrás del brillo ve la huella de un león. Oye un rugido a destiempo. En ese instante oye cómo ella y su papel encajan con un clic.

El guardaespaldas de Mao se acerca con una taza de té. El joven tiene entre las cejas una cicatriz en forma de oruga. Deja el tazón en los pies de su señor. La joven se asombra. En Yenan parece natural recoger una taza del suelo en lugar de una mesa.

La voz del escenario aumenta de volumen. Lo cierto, camaradas, es que hemos estado perdiendo hombres, caballos, seres queridos. Puesto que nos hemos visto obligados a actuar donde no debíamos, nuestro mapa ha vuelto a reducirse de tamaño. ¿No hemos aprendido ya suficientes lecciones? No hemos perdido las batallas libradas contra Chang Kai-shek o contra los japoneses, sino contra el enemigo de dentro. Las cabezas de nuestros hermanos están rodando… En cuanto a conservar la inocencia política, sí, queremos conservarla, pero no a base de ignorancia, sino a base de sabiduría y cordura. Nuestros líderes son tan débiles que no hay forma de despegarnos de la mala suerte. ¡Se nos caen los dientes si bebemos agua fría y nos caemos al suelo con sólo tirarnos un pedo! ¡Debemos abandonar el camino hacia nuestra tumba! ¡Camaradas! ¡Quiero que todos comprendáis que el dogmatismo consiste en hacer salchichas con excrementos de burro!

Se inclina, recoge la taza y bebe un sorbo.

Ella oye el ruido de lápices arañando papel.

Los presentes, entre los que se encuentra Fairlynn, toman nota del discurso de Mao.

La joven no escribe. Memoriza las frases de Mao, las que pronuncia y las que no pronuncia. Pone a funcionar su talento.

Él se pasea, bebe el té a sorbos y espera a que la gente levante la vista de sus cuadernos. No dispone de imprenta ni de periódicos, de modo que confía en la boca de sus seguidores. Recorre el salón con la mirada. De pronto se oye un suspiro inesperado. Su concentración se interrumpe. La reconoce, reconoce a la joven que no toma notas como los demás. La actriz con la cara lavada. El impacto es como la luz del día perforando la oscuridad.

Germina una semilla dormida.

Ella desvía la mirada, consciente de que lo ha distraído. Ahora toda su atención está concentrada en ella y sólo en ella. Ocurre en un silencio absoluto: un crisantemo silvestre se abre en secreto y con fervor, y recibe los rayos de sol. La joven se siente extrañamente serena y experimentada. Está en su papel. Disfruta del momento y trata de hacerlo brillar. Está satisfecha consigo misma, una actriz que nunca ha dejado de cautivar a su público. No se le acelera el pulso. En silencio se presenta a sí misma. Cada parte de su cuerpo habla, se entrega, se alarga hacia él. Hace que él la examine abiertamente: su pelo pulcramente peinado, su tez de marfil. Ella permanece inmóvil en su silla, en la base de Yenan. Deja que él la encuentre.

Y él sonríe. Ella se vuelve hacia él pero enseguida clava la vista más allá. No permite que sus miradas se crucen. Aún no. Lo atraviesa para prenderle el fuego, para hacer que empiece la persecución.

Por su cabeza circulan arias de ópera. Las alas de mariposa están cubiertas de polen dorado… De pronto oye a Fairlynn exclamar a voz en cuello: ¡Increíble! ¡Qué conferencia! ¡Me encanta este hombre!

Mao firma autógrafos y contesta preguntas. La joven levanta un brazo y él hace un gesto de asentimiento. Ella lanza una pregunta sobre la liberación de la mujer. De pronto advierte que en su sonrisa hay una expresión ausente. La mira pero sus ojos no la registran.

Ella olvida la pregunta. Pierde su seguridad en sí misma y vuelve a sumergirse en el mar de la multitud. Mao levanta la vista. Ella espera que la esté buscando, pero es imposible saberlo. Él interrumpe su búsqueda, y ella se levanta y se va. Se dice a sí misma que es preferible desaparecer a no ser reconocida.

Más adelante él le explica el problema. Aunque ha estado viviendo solo, el obstáculo es que sigue casado. El nombre de su mujer es Zi-zhen, y es una heroína tan popular y respetada como él. Cuando él era bandido, Zi-zhen se rebeló contra su propia familia de terratenientes para seguirlo. Tenía entonces diecisiete años y se la conocía por su belleza y valor. Debajo de las costillas tiene alojadas varias balas de la Larga Marcha de 1934. Le dio seis hijos de los cuales sólo vive una hija.

Su separación empezó cuando a ella le entró el pánico de quedarse otra vez embarazada y se negó a acostarse con él. Él empezó a olfatear por allí y Zi-zhen se enteró. Dámelo tú entonces, le exigió él. Ella le dio un puñetazo en la cara y fue derecha al Politburó. ¡Haced que se comporte como Mao Zedong el Salvador!

A Mao le hubiera gustado hacer desaparecer el certificado de matrimonio que lo unía a Zi-zhen. Se marchó de la cueva diciéndole que habían terminado, y Zi-zhen sacó su pistola y disparó a cada vasija de cerámica de la habitación. Él supuso que era su cabeza lo que ella quería hacer añicos y huyó de allí. Ella se vino abajo, pero estaba decidida a hacerlo volver, a hacer lo que fuera por complacerlo. Él la evitó, y ella acabó dándose por enterada.

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