Las entrevistas con reputados científicos y los artículos sobre satélites o proyectos de la NASA siempre eran bien recibidos por cualquier revista durante cualquier mes del año, y la misma aceptación tenían los artículos sobre drogas (legales e ilegales), sexo, prostitución, juegos de apuestas, alcohol, litigios relativos a asentamientos masivos, y cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa, referente al mundo sobrenatural. Estos últimos casos solían tener muy poco -o nada- que ver con la ciencia y mucho que ver con farsantes como Clausen.
No podía negar que su trabajo no se asemejaba en absoluto a como había imaginado que sería la vida de periodista. En la Universidad de Columbia -Jeremy fue el único de sus hermanos que cursó estudios superiores y se convirtió en el primer miembro de su familia en obtener un título universitario, un hecho que su madre no se cansaba de referir a todo el mundo siempre que se le presentaba la ocasión-, se graduó en física y en química, con la intención de hacerse profesor. Pero una novia que trabajaba en la gaceta universitaria lo convenció para que escribiera un artículo sobre la subjetividad de los puntos del examen SAT -basándose en las estadísticas- en el proceso de admisión a las universidades del país. Cuando su artículo provocó numerosas huelgas estudiantiles, Jeremy se dio cuenta de que se le daba bien escribir. No obstante, su introducción en el mundo del periodismo no tuvo lugar hasta que su padre fue víctima de una gran estafa de casi 40.000 dólares por parte de un asesor financiero de pacotilla antes de que Jeremy se graduara. Con la casa de la familia en peligro -su padre era conductor de autobuses y trabajó para la Autoridad Portuaria hasta que se jubiló-, Jeremy se saltó la ceremonia de graduación para dar caza al timador. Investigó los archivos de los juzgados sin descanso, se entrevistó con colegas del estafador, y finalmente redactó un informe con unos datos increíblemente precisos.
Cosas del destino, en la oficina del fiscal del distrito de Nueva York estaban más interesados en pescar un pez más gordo en vez de a un mediocre timador aficionado, así que Jeremy tuvo que volver a revisar sus fuentes, condensar sus notas y escribir su primera declaración oficial. Al final logró salvar la casa, y el informe llegó a manos del editor de la revista New York, quien lo convenció de que la vida de profesor era muy aburrida y, con unas grandes dosis de halagos e interminables sermones acerca de la persecución del gran sueño americano, le sugirió que escribiera un artículo sobre Leffertex, un antidepresivo que se hallaba en estudios clínicos de fase III y que había suscitado una enorme polémica en los medios de comunicación.
Jeremy aceptó la sugerencia. Dedicó dos meses al proyecto, sufragando él mismo todos los gastos del trabajo. Al final su artículo consiguió que el laboratorio fabricante del medicamento tuviera que retirarlo del mercado hasta previa inspección y aprobación de las autoridades sanitarias estadounidenses. Después de eso, en lugar de matricularse en el Instituto Tecnológico de Massachusetts para cursar un máster, viajó a Escocia con un grupo de científicos que investigaban las pruebas de la existencia del monstruo del lago Ness y escribió el primero de sus artículos sensacionalistas. Estuvo presente en la confesión que realizo un reputado cirujano en su lecho de muerte, quien admitió que la fotografía que había tomado del monstruo en 1933 -la fotografía que catapultó la leyenda a la fama- había sido retocada por él y un amigo un domingo por la tarde sólo como una broma práctica. El resto, como ellos dijeron, ya era historia.
Sin embargo, quince años a la caza de historias eran quince años a la caza de historias, y ¿qué había recibido a cambio? Tema treinta y siete años, estaba soltero y vivía en un apartamentucho de una sola habitación en el Upper West Side, y se dirigía a Boone Creek, en el estado de Carolina del Norte, para aclarar un caso sobre unas luces misteriosas que aparecían en un cementerio.
Perplejo como siempre de los extraños derroteros que había tomado su vida, sacudió varias veces la cabeza. El gran sueño americano. Todavía estaba ahí fuera, esperándolo, y todavía albergaba esperanzas de alcanzarlo. Mas sólo ahora se empezaba a cuestionar si la televisión sería el medio que lo conduciría directamente a ese sueño.
La historia de las luces misteriosas se remontaba a una carta que había recibido un mes antes. Cuando la leyó, se dijo que sería la historia ideal para Halloween. Según el ángulo desde el que encauzara la historia, ese artículo podría interesarles a los del Southern Living o incluso a los del Reader's Digest para su número de octubre; si acababa siendo más literario que narrativo, quizá podría interesarle a Harper's o incluso al New Yorker. Por otro lado, si era un montaje del pueblo para atraer la atención, como en el caso de los ovnis en Roswell, Nuevo México, la historia podría ser apropiada para alguno de los diarios del sur más leídos, que incluso podría sufragar el coste del viaje. O si procuraba no extenderse demasiado, podría usar el artículo para su columna. Su editor en el Scientific American, a pesar del sello de seriedad que siempre intentaba imprimir en los contenidos de la revista, también estaba inmensamente interesado en incrementar el número de suscriptores y hablaba de ello sin parar. Sabía de sobra que al público le gustaban las historias sobre fantasmas. Sí, podía hacerse rogar mientras clavaba una mirada perdida en la foto de su esposa simulando evaluar los inconvenientes, pero jamás dejaba escapar una historia como ésa. A los editores les pirraban los temas sensacionalistas tanto como la miel a las abejas, ya que eran plenamente conscientes de que sin suscriptores no había negocio. Y los temas sensacionalistas, aunque resultara triste aceptarlo, se estaban convirtiendo en uno de los elementos indispensables en los medios de comunicación.
En el pasado, Jeremy había investigado siete historias sobre apariciones de fantasmas; cuatro habían acabado en sus columnas de octubre. Algunas no habían llegado a destacar -visiones espectrales que nadie podía documentar científicamente-, pero tres de ellas estaban vinculadas con poltergeists, o dicho de otro modo, espíritus traviesos que se dedicaban a mover objetos o a ocasionar daños. Según los investigadores de lo paranormal -el oxímoron de referencia para Jeremy-, los poltergeists se sentían generalmente atraídos por una persona en particular en lugar de por un lugar. En cada uno de los casos que Jeremy había investigado, incluyendo aquellos que se publicaban en algún medio de comunicación perfectamente documentados, el fraude había sido el origen de los misteriosos eventos.
Pero se suponía que las luces de Boone Creek eran una cuestión diferente. Por lo que parecía, eran lo suficientemente predecibles como para permitir que los del pueblo organizaran una «Gira por el cementerio encantado» y una «Visita guiada por las casas históricas», y en dichas salidas, según se aseguraba en el folleto, la gente no sólo vería casas que databan de mediados del siglo xviii, si el tiempo lo permitía, sino también «a los atormentados antepasados de nuestra localidad en su marcha nocturna hacia los infiernos».
Había recibido el folleto, que se completaba con unas fotos de la localidad y un par de frases melodramáticas, junto con una carta. Mientras conducía, recordó su contenido.
Apreciado señor Marsh:
Me llamo Doris McClellan, y hace dos años leí su historia en la revista Scientific American acerca del poltergeist que azotaba la mansión de Brenton Manor en Newport, Rhode Island. Rápidamente pensé en escribirle, pero no sé por qué razón no lo hice. Supongo que simplemente cambié de parecer, pero debido al cauce por el que están discurriendo las cosas en mi pueblo en los últimos días, creo que será mejor que le cuente lo que sucede.