Литмир - Электронная Библиотека

Ella le lanzó una sonrisa fugaz.

– Bueno, ¿qué pasa entre vosotros dos? -inquirió Alvin-. A ver, ¿cómo os conocisteis?

Como Lexie no mostró ninguna inclinación por responder, Jeremy se acomodó en su silla y contestó vagamente:

– Es la bibliotecaria y me ha estado ayudando a encontrar datos para la historia de los fantasmas.

– Y también os habéis dedicado a conoceros mejor, ¿eh?

Jeremy miró a Lexie de soslayo y vio que ella desviaba la vista hacia la ventana.

– La verdad es que hay mucho material que revisar.

Alvin miró a su amigo y notó que algo iba mal. Parecía como si él y Lexie hubieran discutido y hubieran hecho las paces, pero todavía se estuvieran lamiendo las heridas; lo cual era mucho para haber sucedido en tan sólo una mañana.

– Vale, ya capto -murmuró, decidiendo abandonar el tema de momento. En lugar de eso, se dedicó a leer el menú mientras Rachel se acercaba a la mesa con paso tranquilo.

– Hola Lex, hola Jeremy. ¡ Ah! Hola Alvin.

Alvin levantó la cabeza.

– ¡Rachel!

– Me dijiste que te pasarías por aquí a la hora del desayuno -lo regañó ella cariñosamente-. Ya empezaba a pensar que eras un caradura.

– Lo siento -se excusó Alvin, y después de echar una mirada veloz a Jeremy y a Lexie, añadió-: Supongo que me quedé dormido.

Rachel sacó un bloc de notas del bolsillo del delantal y tomó el lápiz que tenía detrás de la oreja. Luego se pasó la punta de la lengua por los labios.

– Bueno, chicos, ¿qué os apetece tomar?

Jeremy pidió un bocadillo, Alvin se decantó por la sopa de langosta y también por un bocadillo. Lexie sacudió la cabeza.

– No tengo apetito. ¿Está Doris?

– Hoy no ha venido. Estaba cansada y ha decidido tomarse el día libre. Ayer por la noche se quedó trabajando hasta muy tarde, preparándolo todo para el fin de semana.

Lexie intentó leer su expresión.

– De veras, Lex -añadió Rachel con porte serio-, no tienes por qué preocuparte. Por su tono de voz por teléfono me ha parecido que estaba bien.

– De todos modos, quizá sea mejor que pase a verla -dijo Lexie. Luego miró a Jeremy como si buscara su aprobación antes de levantarse.

Rachel se apartó para dejarle pasar.

– ¿Quieres que vaya contigo? -se ofreció Jeremy.

– No, no hace falta. Tienes que trabajar, y yo también tengo cosas por hacer. ¿Te parece bien si nos vemos más tarde en la biblioteca? Querías echar un vistazo a esos diarios, ¿no es cierto?

– Sí, me gustaría -respondió él, perplejo ante la falta de emoción que mostraba Lexie. Jeremy habría preferido pasar toda la tarde con ella.

– ¿Qué tal si nos vemos a eso de las cuatro? -sugirió ella.

– Perfecto. Pero llámame para decirme cómo está Doris, ¿vale?

– Tal y como ha dicho Rachel, seguro que está bien. Y ya que voy a verla, le devolveré la libreta. La cogeré de tu bolsa, si no te importa.

– Adelante.

Lexie miró a Alvin.

– Me ha encantado conocerte, Alvin.

– Lo mismo digo.

Un momento más tarde, Lexie se había marchado y Rachel volvía a encerrarse en la cocina. Tan pronto como se quedaron solos, Alvin apoyó los brazos en la mesa con cara de confidente.

– Y ahora, cuéntamelo todo.

– ¿A qué te refieres?

– Ya sabes a qué me refiero. Primero te enamoras de ella. Luego pasáis la noche juntos. Pero al llegar a la prisión del condado, ambos os comportáis como si no os conocierais. Y ahora va ella y busca la primera excusa para esfumarse.

– Doris es su abuela -aclaró Jeremy-. Y Lexie está preocupada por ella. No está muy bien de salud.

– ¡Vamos, hombre! -soltó Alvin, claramente escéptico- Lo que digo es que tú la miras como si fueras un pobre perrito abandonado, y en cambio, ella actúa como si no lo fueras. ¿Os habéis peleado o qué?

– No. -Jeremy hizo una pausa y se dedicó a contemplar el restaurante. En la mesa de la esquina vio a los tres miembros del Consistorio y al voluntario más veterano de la biblioteca. Los cuatro lo saludaron con la cabeza-. Lo cierto es que no sé qué le ha pasado. Todo iba bien, y luego, de repente…

Como no continuó, Alvin se echó hacia atrás y apoyó la espalda en la silla.

– Ya, bueno, de todos modos, supongo que vuestra historia no iba a durar demasiado.

– Pero podría haber durado -insistió Jeremy.

– ¡Anda ya! ¿Cómo? ¿Estabas pensando en mudarte aquí o en que ella viniera a Nueva York?

Jeremy dobló y desdobló la servilleta sin contestar, intentando evitar que le recordaran lo que era más que obvio. En el silencio, Alvin esbozó una mueca divertida.

– Definitivamente, tengo que pasar más tiempo con esa chica. No he visto a ninguna mujer capaz de calar profundamente en tu corazón desde María.

Jeremy levantó la vista sin abrir la boca. Sabía que su amigo tenía razón.

Doris estaba tumbada boca arriba en la cama, con las gafas de leer puestas, cuando Lexie asomó la cabeza por su habitación.

– ¿Doris?

– ¡Lexie! -exclamó su abuela-. ¿Qué haces aquí? Pasa, pasa.

Doris dejó a un lado el libro que estaba leyendo. Todavía llevaba puesto el pijama, y a pesar de que su piel ofrecía un tono ligeramente grisáceo, su aspecto era bueno.

Lexie atravesó la habitación.

– Rachel me ha dicho que pensabas quedarte en casa todo el día, y sólo quería confirmar que estabas bien.

– Oh, me encuentro bien; sólo un poco cansada, eso es todo. Creí que estabas en la playa.

– Y lo estaba -asintió Lexie al tiempo que acercaba una silla al borde de la cama-. Pero he tenido que volver.

– ¿Ah, sí?

– Jeremy vino a verme.

Doris levantó las manos, como si se rindiera.

– A mí no me culpes, ¿eh? Yo no le dije dónde estabas. Y tampoco le pedí que fuera a buscarte.

– Lo sé. -Lexie apretó el brazo de Doris cariñosamente.

– Entonces, ¿cómo sabía dónde estabas?

Lexie apoyó ambas manos en su regazo.

– Le conté lo de la cabaña el otro día, y él sólo tuvo que atar cabos. Me quedé sorprendida cuando lo vi caminando por la playa.

Doris observó a Lexie fijamente antes de incorporarse un poco más hasta quedarse completamente sentada en la cama.

– Así pues, ¿pasasteis la noche juntos en la cabaña?

Lexie asintió.

– ¿Y?

Lexie no contestó de buenas a primeras, pero después de un momento, sus labios formaron una pequeña sonrisa.

– Le preparé tu famosa salsa de tomate.

– ¿Ah, sí?

– Se quedó impresionado. -Lexie se pasó la mano por el pelo-. Por cierto, te he traído tu libreta. La he dejado en el comedor.

Doris se quitó las gafas y empezó a limpiar los cristales con la punta de la sábana.

– Sin embargo, esto no explica por qué has vuelto.

– Jeremy necesitaba estar de vuelta a primera hora. Ha venido un amigo suyo de Nueva York, un cámara, para grabar las luces. Piensan filmar esta noche.

– ¿Qué tal es su amigo?

Lexie se quedó pensativa.

– Parece una mezcla entre un punki y uno de esos motoristas que se pasean por ahí con una Harley Davidson, pero aparte de eso, es simpático.

No agregó nada más, y Doris se inclinó hacia ella y le cogió la mano. Apretándola con ternura, estudió a su nieta.

– ¿Quieres hablar del motivo por el que estás aquí realmente?

– No -contestó Lexie, siguiendo las costuras de la colcha de Doris con el dedo-. Eso es algo que tengo que solucionar por mí misma.

Doris asintió. Lexie solía responder con bravura. Después de tantos años, sabía que a veces era mejor no decir nada.

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