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– Este modelo en particular se fabrica en Israel. -Se podía oír la voz en off de Jeremy mientras el cámara mostraba un primer plano del artilugio-. Es el no va más en tecnología. Por lo que he oído, incluso lo utiliza la CIA; pero claro, no puedo confirmar esa información. Lo que sí puedo decir es que se trata de una tecnología sumamente avanzada. Este diminuto micrófono puede captar conversaciones en una habitación abarrotada de gente y, con los sistemas de filtrado apropiados, incluso puede aislar la conversación deseada.

Diane inspeccionó el pin con una patente fascinación.

– ¿Y está completamente seguro de que lo que ese individuo lucía era un micrófono y no un pin decorativo?

– Llevo varios meses investigando el pasado de Clausen, y una semana después del programa conseguí otras instantáneas que hablan por sí solas.

Una nueva imagen fue proyectada en la pantalla. Aunque un poco borrosa, se trataba de una foto del mismo sujeto del pin.

– Esta foto la tomé en Florida, en la entrada a la oficina de Clausen. Como se puede apreciar, el individuo se dispone a entrar. Su nombre es Rex Moore, y es uno de los empleados de Clausen. Hace dos años que trabaja para él.

– ¡Ooohhhhhhh…! -exclamó Alvin, y a partir de ese momento fue imposible seguir el resto de la transmisión (que de todos modos estaba a punto de concluir), porque el resto de los reunidos, ya fuera por celos profesionales o simplemente por las enormes ganas que tenían de pasarlo bien, empezaron a silbar y a chillar como posesos. Las rondas gratis habían surtido el efecto esperado, y a Jeremy le llovieron las felicitaciones cuando el programa tocó a su fin.

– Estuviste genial -declaró Nate.

A sus cuarenta y tres años, Nate se estaba quedando calvo y mostraba una tendencia a vestir trajes que le venían demasiado ajustados de emitirá, lo cual era más evidente dada su corta estatura. Pero eso no importaba, porque ese hombre era la mismísima encarnación de la energía incombustible y, como la mayoría de los agentes, derrochaba pensamiento positivo con un ferviente optimismo.

– Gracias -suspiró Jeremy, apurando la cerveza que quedaba en su jarra.

– No te quepa la menor duda, tu intervención en ese programa será sumamente importante para tu futuro laboral-agregó Nate-. Es tu visado para que te inviten a participar en las tertulias televisivas de los programas con mayor audiencia del país. Se acabó matarte trabajando como un miserable reportero independiente, se acabó escribir historias sobre platillos voladores. Siempre he dicho que tienes empaque, que estás hecho para salir en la tele.

– Ya, siempre lo has dicho -apostilló Jeremy al tiempo que realizaba una mueca de cansancio, como si estuviera recitando una lección que se sabía de memoria.

– De verdad. Los productores de Primetime Live y GMA no paran de llamar; están interesados en ficharte como convidado habitual en sus tertulias. Ya sabes, «¿qué significa para usted la siguiente información científica de última hora?» y preguntas por el estilo. Un gran paso para un reportero científico.

– Soy periodista, no reportero -dijo Jeremy con voz altiva.

– Bueno, lo que sea -repuso Nate, realizando un movimiento con la mano como si espantara moscas-. Siempre he dicho que tienes presencia, que estás hecho para lucirte en la tele.

– Tengo que admitir que Nate tiene razón -añadió Alvin Con un guiño-. Quiero decir, ¿cómo si no podrías ser más popular que yo entre las mujeres, con esa absoluta falta de personalidad?

Durante muchos años, Alvin y Jeremy habían frecuentado la mitad de los bares de la ciudad juntos, en busca de aventuras amorosas.

Jeremy soltó una estentórea carcajada. Alvin Bernstein, cuyo nombre evocaba a un contable con gafas de aspecto impecablemente aburrido -uno de los incontables profesionales que usaban zapatos de la marca Florsheim y que se paseaban con un maletín bajo el brazo-, no parecía un Alvin Bernstein. De adolescente había visto a Eddie Murphy en la película Delirious y había decidido adueñarse de ese estilo de vestir exclusivamente con prendas de piel. Su armario horrorizaba a Melvin, su progenitor, quien siempre calzaba zapatos Florsheim y se paseaba con un maletín bajo el brazo. Afortunadamente, la ropa de piel parecía no estar reñida con los tatuajes. Alvin consideraba que los tatuajes eran un reflejo de su estética tan singular, y los lucía con orgullo en ambos brazos, cubriendo cada centímetro de su piel hasta casi los hombros. Y para complementar su imagen tan estudiada, llevaba las orejas taladradas de pírsines.

– ¿Todavía estás planeando realizar el viaje al sur para investigar ese cuento sobre fantasmas? -le preguntó Nate, cambiando de tema.

Jeremy se apartó el pelo oscuro de los ojos e hizo una señal al camarero para que le sirviera otra cerveza.

– Sí, creo que sí. Con o sin Primetime, todavía tengo facturas por pagar, y estaba pensando que podría usar esa historia como tema recurrente para el artículo de mi columna.

– Bueno, pero estaremos en contacto, ¿verdad? No harás como la vez que te esfumaste del mapa por culpa de aquella historia sobre la panda de chalados que se hacían llamar Los Siervos Sagrados, ¿no?

Se refería a un artículo de seiscientas palabras que Jeremy había preparado para Vanity Fair sobre una secta religiosa; en dicha ocasión, Jeremy cortó toda comunicación durante un período que se prolongó hasta tres meses.

– Estaremos en contacto -aseveró Jeremy-. Esta historia no es como aquélla. Regresaré antes de una semana, te lo prometo. Sólo son habladurías sobre unas luces misteriosas que aparecen durante la noche en un cementerio abandonado; nada excepcional.

– Vale, pero recuerda que te he concertado una entrevista con la revista People para el lunes que viene. No me falles ¿eh?

– Oye, ¿ no necesitarás un cámara, por casualidad? -intervino Alvin.

Jeremy lo miró con interés.

– ¿Por qué? ¿Acaso quieres venir?

– ¿Por qué no? No estaría mal escaparme unos cuantos días al sur durante el crudo invierno de Nueva York. Igual me encandilo de una bella sureña mientras tú realizas tus investigaciones. Me han dicho que las chicas del sur son capaces de volver loco a cualquier hombre, pero en el buen sentido, ¿eh? Sería como disfrutar de unas vacaciones exóticas.

– ¿No tenías que filmar un material para Ley y orden la próxima semana?

A pesar de su extravagante apariencia, Alvin gozaba de una excelente reputación como cámara, y los productores solían pelearse siempre por sus servicios.

– Sí, pero es un trabajo corto. Habré terminado antes de que acabe la semana -repuso Alvin-. Y mira, si finalmente te tomas en serio lo de salir por la tele tal y como Nate te pide que hagas, podría ser interesante contar con algunas imágenes de esas misteriosas luces.

– Bueno, eso si realmente existen -apostilló Jeremy

– Puedes ir adelantando el trabajo y mantenerme informado por teléfono. De momento no aceptaré ningún trabajo para esos días, ¿vale? -propuso Alvin.

– Pero aunque realmente existan esas luces, es una historia de poca trascendencia -lo previno Jeremy-. No creo que ningún productor muestre interés por ese tema.

– Seguramente el mes pasado no -matizó Alvin-; pero después de tu aparición en la tele esta noche, sí que estarán interesados. Ya sabes cómo funciona ese mundillo: todos los productores se matan por encontrar la noticia más sensacionalista que pueda atraer a cuanto más público mejor. Si de repente GMA consigue una historia intrigante, puedes estar seguro que los del programa Today te llamarán en un santiamén, y a la mañana siguiente Dateline también estará llamando a tu puerta. Ningún productor quiere quedarse al margen, porque si no, los de arriba no tienen ningún reparo en ponerlos de patitas en la calle. Lo último que desean es tener que dar explicaciones a los ejecutivos sobre por qué han dejado escapar una oportunidad tan espectacular. Créeme, sé lo que me digo; trabajo en televisión, conozco a esa gente.

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