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Suponía él, porque no había vuelto a ver a nadie del colegio, salvo el autodestructible Ortueta, que seguía vivo de milagro y a sus órdenes en el Comando Suicida.

Según estaban diciendo, ahora iban a tender un puente hacia la Generación Equis, que debía de ser esa juventud, diez años más pequeños, que salía en los suplementos dominicales.

Total, que se los iban a saltar, así que Antonio se acercó a la barra a por una ginebra andaluza.

– ¿Cuántas llevas, Toni?

– ¿Me estás echando cuentas?

– ¿Yo? Paso. Ya vas teniendo edad.

– Psst…, psst… -hizo Antonio, para atraer a Maribel a un aparte, imitando el sonido de los radiadores al purgarlos.

Vivir sin ser visto es peligroso: se evapora uno. Por eso seguía contándole sus cosas a Maribel, no sólo a pesar del amigo policía, sino también a pesar de que no le hiciera ningún caso.

– Tenemos que hablar, Mari. Con la guerra esta, ya sabes, y Bobby sin jugar…, en fin, que a lo mejor me veo obligado a intervenir…

– Déjalo, Antonio. Algún día tendrás que empezar a crecer, ¿no te parece?

¿Crecer? La vida adulta y tal y cual, patatín patatán. Pues mira, no. A él no le parecía. La vida. Ese humo. Esa sombra. Ese cristal. Esa niebla en la que hay ropa de quita y pon, los tímidos son de una timidez enfermiza y el tiempo se convierte en tiempo material. ¡La vida de las personas mayores! Esa sombra sin bulto. Ese humo sin fuego. Esa niebla opaca. Ese cristal de una ventana que no da a ninguna parte. No, gracias. ¿Para qué? ¿Para acabar tomando de postre una pieza de fruta, como si las manzanas fueran desmontables?

Para ti toda, Mari.

Para mi un gintónic de Larios, por favor.

Acodado en la barra, se repetía esas preguntas sin respuesta que nos hace siempre la ginebra. Seamos sinceros, si no tenían puerta de calle, ¿por dónde se entraba en Comercial Fagido y en Enrique Busián? «Se vende. Razón portería» ¿significa que venden el piso por la sencilla razón de que no aguantan al portero? Póngame otra de lo mismo. ¿Por qué había ido, si sabía que Maribel iba a estar allí? ¿Cuál era esa palabra, la única que a veces conseguía escribir Flaubert tras un día entero de trabajo? ¿Supercalifragilisticoespialidoso? ¿Perdóname, Mari? Otro gintónic, por favor. ¿Mejor que no me llames nunca? ¿Mejor? ¿Puedo vivir sin su voz grabada? ¿O me evaporaré y acabaré empañando el parabrisas? ¿Qué ha sido de ti? ¿Y de mi? ¿De nosotros?

– Beber no resuelve los problemas, Toni.

Vale. No resolvería, pero simplificaba. Era pura aritmética. Beber sustituye un conjunto abrumador n+1 de problemas por uno solo: dónde y cuándo me voy a tomar la próxima. Después de cinco, no queda otra preocupación. -Llámame pronto, Mari, por favor.

Hacia el Hadoque, calle Orellana, se fue de lado a lado, rozando las paredes con las manos. Caminaba como un autómata.

Por lo menos eso se decía él. Caminas como un autómata, Toni, compañero.

Hacía ruidos de engranaje al ritmo de sus pasos: «creec…, creec…, creec…,».

Lo cierto era que nunca había tenido la oportunidad de ver caminar a ningún autómata, pero eso daba lo mismo. Debían de hacerlo así. ¿Que no?

Recapacita, gilipollas, se iba diciendo, suma dos más dos. Vamos a ver, ¿no está Mari siempre con su amigo Torrecilla, el comisario? Afirmativo. ¿No sabes que es el jefe del Grupo Especial Antiterrorismo Urbano? Afirmativo. ¿No es tu comando, de alguna manera, un grupo terrorista a nivel de banda armada? Afirmativo. Entonces, cara candado, ¿para qué le vas contando? ¿Es que no ibas a romper lazos y pasarte a la clandestinidad visto y no visto? Mira, compañero, lee, aquí lo pone.

Se preguntó para qué se molestaba en tomar notas mentales, si luego nunca se acordaba de leerlas. O si se acordaba, no lograba encontrarlas. O cuando las encontraba, no entendía la letra…, Justo castigo por andar garrapateando! Como sigas así, compañero, vas a acabar sufriendo monólogos interiores, estornudos, streams of consciousness sin signos de puntuación y fiebre alta.

Sobre el suelo del Hadoque había serrín; en la barra, huevos duros; por toda su cabeza, papeles arrugados,

Antonio se sentía como el piloto que lleva un sobre con instrucciones secretas para leer en vuelo. Pasado el point of no return, sobrevolando territorio enemigo, ése era él, el clásico ejemplo de piloto que se lleva la mano uno por uno a todos los bolsillos, como quien busca el mechero. ¿Pero dónde cono habré metido yo las instrucciones secretas? El combustible se agota, las baterías antiaéreas abren fuego y aquí tenemos a nuestro aviador imbécil, señores, que ni siquiera sabe cuál es su misión. ¡Menos mal, el sobre! ¡Apareció! Al verlo, un instante de pánico: en la taquilla de la base ha dejado otro sobre muy parecido, la carta de la tía Mercedes. ¡Tendría gracia! ¡Ja, ja, ja! ¡Mucha gracia! ¡Menos mal que es imposible de toda imposibilidad…! De pronto, ¡boum!, acaban de alcanzarle. Se incendia un motor. El aparato está perdiendo altura, pero nuestro piloto abre el sobre con las instrucciones secretas para salvarse: ¡la fórmula Omega! Está leyendo sin apartar los ojos, cada vez más cerca del impacto: «Queridísimo sobrino Toñín, confío ya te habrás curado el trancazo, pero abrígate lo mismo y sobre todo no me cojas frío por los pies, que es lo más peligroso…».

Capítulo 7 La revolución permanente

– ¡Lindas palabras, mami!

– Que la generosidad de tu hermano Alejandro Antonio sirva de ejemplo al pueblo venezolandés -manifestó S. A. R. Zenaida.

Volvieron a leer el telegrama, orgullosas de la nobleza de espíritu que reflejaba su redacción.

Sano y salvo stop desolado muerte padre stop considero único deber permanencia copa andina 250 cc stop compito 1nmemóriam papá dorsal 127 stop ofrezco dotación premio pueblo venezoland1a stop sigue carta stop w.

– ¡Regio! ¡Qué lindo recado!

– Tu hermano es un valiente, María Virtudes de las Angustias. Intenta concebir siquiera lo que debe de estar sufriendo.

– ¡Horrores! -imaginó sin dificultad la soñadora Princesa-. ¡Auténticos horrores.,.! Lo que no entiendo es por qué firma W. ¿Es que habrá decidido hacerse llamar William?

– ¡Jamás! Eso sí que no puede ser. La cabeza de su padre saldría de su tartera para castigarle cara a la pared. Sin duda querrá decir «Viva Venezolandia».

Desde su complicada e interminable adolescencia, Alejandro Antonio había sentido el deseo de ser llamado William, en general, y Willy para los íntimos; pero su padre no se lo consintió nunca.

Había que saber ser firmes.

– ¡Claro! Uve más uve, uve doble: ¡Viva Venezolandia! ¡Qué tan astuto es mi hermanito! -palmoteo Chituca.

Eran las tres y media en punto, hora local a las afueras de París. En el acogedor estudio de ¡os La Vachepourrie, con el corazón en un puño, Reina Zenaida sintonizó el Canal 475.

– ¡Chacal! -se dejó decir al escuchar los primeros compases de aquel himno pachanguero.

– Eso, chacal -repitió Chituca-. ¡Coyote! -añadió-. ¡Corazón de lija! -agregó -. ¡Alma de piedra pómez! -redondeó complacida.

Don Pedrito había sustituido la sintonía de la teleserie (Saliva incandescente, en la interpretación de Antonio Luis Guzmán, el Ornitorrinco) por la Internacional, que cantaban a voz en cuello los soliviantados secundarios.

En riguroso orden alfabético aparecieron los apellidos de los participantes y, en lugar del capítulo 377 de Inverecunda Fernández, se anunció el primero de Aurora Roja.

Don Pedrito se dirigió a la cámara. Había reemplazado su librea y gorra de plato por una camiseta de tirantes y pañuelo negro anudado al cuello.

– ¡Salud, camaradas! -exclamó levantando el puño -: ¡Venezolandia ya es libre! Desde hoy vamos a conjugar la historia en la primera persona del plural. Nosotros, los descartados en las salas de montaje, vamos a rodar nuestro propio film. ¡La pantalla es de todos, del pueblo venezolandés y del mundo entero! ¡Se acabaron las superestrellas y los close-ups! ¡Basta ya de primeros planos y top-models! Hay que destruir hasta el último vestigio de la opresión. Acabo de ordenar el cierre de fronteras, para que ninguno escape con vida. ¡Que no quede un centímetro de celuloide burgués! No dejaremos piedra sobre piedra ni secuencia sobre secuencia, camaradas.

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