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Con buena voluntad, se movía sin volverse sobre sus pasos, no fuera a tropezar con un cable; avanzaba en línea recta, como los sonámbulos, sin movimientos bruscos que le hicieran salirse de plano; y se esforzaba por recordar que no podía mirar a la cámara.

Daba lo mismo. Nunca se materializaba la prometida acción trepidante, ¡la hora que era, septiembre del 92!

Entonces fue cuando se paró a beber en una fuente, que es una de las cosas que hacen en cuanto pueden los taxistas, y en ese preciso instante estalló la noticia de última hora: Bobby Fischer iba a jugar, lo acababan de dar por la radio del coche.

¡La fórmula Omega estaba a su alcance!

Metió la cabeza debajo del chorro de agua, por si le subía la fiebre.

Al otro lado de la Castellana, al final de la cuesta de Don Ramón de la Cruz, se veía la curvatura del planeta, dibujada a mano sobre la raya del amanecer.

Capítulo 2 Noticias de L. A.

Eran hombres que a partir del 75 habían puesto sus vidas entre paréntesis, hasta que apareciera una señal en California.

Un escritor encallado, Rafael Ruiz; Francisco Ulizarna, un historiador miope que había sido vigilante nocturno; y un ingeniero de caminos, canales y puertos, Benito Vela: tristes, tenues, solitarios seres que cada día arrastraban los pies (inconsolables, se me olvidaba) hasta el Café de la Anunciación, para escuchar a su Presidente Perpetuo, el onomatopéyico y algo políglota doctor Claudio Carranza von Thurns.

El club Gambito de Dama era el templo en que se rendía culto a la Segunda Venida del Mesías de Brooklyn, Robert James Fischer, el Gran Ausente, que había estado en paradero desconocido desde el 15 del XII del 75 a las 3.30 p. m.

¿Cómo seguir viviendo sin saber dónde estaba Bobby? ¿Para qué volver a casa por las noches? ¿Cómo no pedirle otra a Arturo, la penúltima? Durante años estudiaron el Santo Evangelio de sus partidas en notación algebraica y se repetían unos a otros, con voz devota y temblorosa, los escasos particulares que se conocían de su vida: su afición a la comida china, su incapacidad para comprender el valor del dinero, su insistencia en reclamar habitaciones sin vistas en los hoteles, para que nada, ni siquiera un paisaje, distrajera su sobrehumana capacidad de concentración. Se decía que dormía en las aceras de Los Ángeles y que, a veces, disfrazado de vagabundo, jugaba en los parques un blitz de incógnito, a cambio de un par de dólares; se aseguraba que podía oír la voz de Capablanca, con quienmantenía conversaciones secretas en spanglish; se creía que no había vuelto a jugar, pero también se afirmaba que no hacía otra cosa que meditar inclinado sobre un tablero y que estaba a punto de resolver el misterio del juego y de encontrar así la fórmula Omega que precipitaría el desenlace de la historia de la humanidad y desataría el nudo ciego que apretaba aquellas vidas difíciles del Café de la Anunciación.

Carranza dirigía las plegarias, en las que repasaban como cuentas de un rosario los muy sublimes misterios de su vida.

– Fue concebido en el vientre de Regina Wender Fischer Pustan, y eligió venir al mundo en un apartamento amueblado de la gélida Chicago, la ciudad azotada por los vientos, uuuuuh-uuuuuuh, el 9 de marzo de 1943, a las dos horas y treinta y nueve minutos de la tarde en punto.

– Bobby, eleison.

– En ese momento exacto, Marte, Mercurio, Saturno, Urano y Neptuno se encontraban alineados en los vértices de un triángulo equilátero, ¡click!: la misma formación estelar que precede a los terremotos.

– Parce nobis.

– ¿Cinco planetas en tres vértices? -murmuraba el ingeniero Vela-, pues no me salen a mí las cuenas.

– No seas banal, Benito -le regañó Paco Ulizarna.

– Fue abandonado por su padre, Gerhard Fischer, al cumplir los dos años.

– Miserere nobis.

– A los seis, su hermana mayor, Joan, la enseñó a mover las piezas.

– Libera nos, Bobby.

– A morte perpetua.

– A flagello terraemotus.

– Per adventum tuum

– A los trece ganó la primera Partida del Siglo.

– Te rogamus, audi nos.

– A los catorce, era campeón de los Estados Unidos de América.

– Abundo: exaudí nos.

– A los quince años se había convertido en el Gran Maestro más joven de la historia y fue presentado a los sabios del templo. Viajó con Joan a la Unión Soviética, donde los filisteos estalinistas se negaron a enfrentarse a un niño, salvo Tigran Petrossian, que le concedió un blitz…, ¡un solo blitz, camaradas!

– Kyrie, eleison.

– A los diecisiete abandonó el colegio y comenzó a prepararse para su Misión.

– Libera nos a malo.

– En 1972 le arrebató la corona a Boris Vasiliévich Spassky, pero fue crucificado en el Gólgota islandés por la FIDE del doctor Max Euwe, que se lavó las manos, como Poncio Pilatos, plas-plas, y aquí no ha pasado nada.

– Propítius esto.

– Habitó entre nosotros, pero no quisimos reconocerle… -protestas entre los afiliados -.Hablo en general, caballeros-puntualizaba Carranza, y seguía entonando-:Desapareció de nuestra vista para castigar tanta ingratitud. Él nos ha desamparado, a ver si así escarmentamos…

No dio señales de vida hasta el 82, cuando apareció una publicación de catorce páginas titulada: I Was Tortured in the Pasadena Jailhouse!

– ¡Yo estuve martirizado, supliciado, diríamos, en la cárcel-casa, o sea, la mazmorra de Pasadena, que es nombre de lugar! -tradujo Carranza.

El folleto explicaba que había sido detenido. Se trataba de un montaje (acusación falsa, policías comprados, jueces de pacotilla, etcétera) cuyo único propósito era hacerle pasar una noche en comisaría. ¿Para qué? Pues, una vez narcotizado con Nembutal, para instalarle micrófonos en no se sabía si tres o cuatro piezas dentales. Se proponían obtener grabaciones magnetofónicas de sus pensamientos. ¿Con qué objeto? ¡Apoderarse de la fórmula Omega, claro está! Se decía que Bobby la había descubierto por fin en el lavabo de un motel de Sausalito. En pocas palabras, era un señor complot. El Pentágono y el Kremlin estaban detrás de todo. Los bancos suizos también. Y Krupp. Y el Mossad, con los judíos del New York Times (al que Bobby llamaba Jew York Times).

Seis años después, en 1988, Bobby envió otra señal de difícil interpretación para los afiliados. Patentó un nuevo reloj de ajedrez que, en lugar de restar, sumaba tiempo cada vez que un jugador movía. ¿Les estaba pidiendo que tuvieran más paciencia o insinuaba que debían entrar en acción y hacer algún movimiento? Carranza interpretó que les convenía disponer de una unidad armada y ordenó al nuevo socio, Toni Maroto, el taxista gordo, la creación del Comando Suicida.

Después del 88…, ¡silencio!, ¡impaciencia!, ¡oscuridad total!

El curso del tiempo permaneció detenido hasta su reaparición en 1992. Se enfrentaba de nuevo con Spassky en territorio de Venezolandia, la nueva monarquía creada por la unión de las repúblicas rivales de Hertzia y Catodia.

La expectación era angustiosa; la angustia, intolerable; la tolerancia del genio, minúscula. ¿Y si después de todo dejaba de jugar? ¿Y si se retiraba por culpa de la altura de la mesa, de una bombilla fundida o de la distancia a la que estuviera la primera fila de butacas?

Esa misma tarde apareció en el café el benjamín de los afiliados, Toni Maroto.

– Venezolandia está en guerra civil -anunció.

– ¡Será posible!

– Los americanos acaban de decretar un bloqueo y no quieren dejar jugar a Bobby…, la partida está aplazada sine die…

– Sin el día, ablativo de tiempo indefinido -explicó Carranza.

– ¿Qué va a ser de nosotros?

Derribados sobre los veladores, aquellos hombres de acero se echaron a llorar como niños de corta edad.

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