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El padre del joven, un hombre de semblante severo, no chistó, pero miraba a Ruth con una fijeza tan implacable como la creciente histeria de su esposa

Fue Hannah quien ayudó a Ruth a encontrar sus prendas de vestir, y también tuvo la presencia de ánimo necesaria para abrir la puerta del baño y gritarle a Per que saliera de la ducha

– ¡Dile a tu madre que deje de gritar a mi amiga! -le dijo a voz en cuello, y entonces gritó también a la madre de Per ¡Grítale a tu hijo, no a ella, pendejo de mierda!

Pero la madre de Per no podía dejar de gritarle a Ruth, y Per era demasiado cobarde, o estaba demasiado fácilmente convencido de que Ruth y él habían hecho algo reprobable, para oponerse a su madre

En cuanto a Ruth, era tan incapaz de efectuar un movimiento decisivo como de decir algo coherente. Permaneció muda mientras dejaba que Hannah la vistiera, como si fuese una niña

– Pobrecilla -le dijo Hannah-. Qué desgracia de polvo para ser el primero. Normalmente acaba mejor

– El sexo ha estado bien -musitó Ruth

– ¿Solamente "bien"? -replicó Hannah-. ¿Has oído eso, picha floja? -le gritó a Per-. Dice que sólo has estado "bien". Entonces Hannah observó que el padre de Per seguía mirando fijamente a su amiga, y le gritó:

– ¡Eh, tú, capullo! ¿Te gusta mirar como un bobo o qué?

– ¿Quieren que les pida un taxi para usted y su compañera? -le preguntó el padre de Per en un inglés mejor que el de su hijo

– Si me comprendes -replicó Hannah-, dile a la zorra insultante de tu mujer que deje de gritar a mi amiga, ¡que abronque al pajillero de tu hijo!

– Mire, señorita -le dijo el padre de Per-, desde hace años mis palabras no surten ningún efecto discernible en mi esposa

Ruth recordaría siempre la majestuosa tristeza del caballero sueco mejor de lo que recordaría al cobarde Per. Y mientras la contemplaba desnuda, no fue lujuria lo que Ruth vio en sus ojos, sino la paralizante envidia que le tenía a su afortunado hijo

En el taxi, de regreso a Estocolmo, Hannah le preguntó a Ruth:

– ¿No era sueco el padre de Hamlet? Y también la zorra de su madre… y el tío malvado, supongo, por no mencionar a la chica idiota que se ahoga. ¿No eran todos ellos suecos?

– No, eran daneses -replicó Ruth

Experimentaba una sombría satisfacción porque seguía sangrando, aunque sólo fuese un poco

– Suecos, daneses…, ¿qué más da? -dijo Hannah-. Todos son unos gilipollas

Siguieron hablando en esta vena, y al cabo de un rato Hannah dijo a su amiga:

– Siento que tu revolcón sólo haya estado "bien"… El mío ha sido estupendo. Tenía la minga más grande que he visto hasta ahora -añadió

– ¿Por qué cuanto más grande mejor? -le preguntó Ruth-. No he mirado la de Per -admitió-. ¿Tenía que haberlo hecho?

– Pobre criatura, pero no te preocupes. La próxima vez no te olvides de mirarla. En fin, lo importante es lo que te hace sentir

– Supongo que me ha hecho sentir bien -dijo Ruth-. Sólo que no es lo que había esperado

– ¿Esperabas que fuese mejor o peor?

– Creo que esperaba las dos cosas

– Eso ya te ocurrirá -replicó Hannah-. No te quepa la menor duda. Será peor y mejor

Al menos en ese aspecto, Hannah había tenido razón. Por fin Ruth logró dormirse de nuevo

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