Cuando los chicos murieron, Ted sugirió marcharse de Nueva Inglaterra y dejar atrás cuanto les recordaba aquella región. El extremo oriental de Long Island era principalmente un centro veraniego y un retiro finisemanal para los neoyorquinos. A Marion le aliviaría no seguir viendo a sus viejos amigos.
– Un nuevo lugar, un nuevo hijo, una nueva vida -le dijo ella a Eddie-. Por lo menos ésa era la idea
A Marion no le sorprendía que las aventuras amorosas de Ted no hubieran disminuido desde que abandonó aquellas pequeñas ciudades universitarias de Nueva Inglaterra. A decir verdad, el número de sus infidelidades había ido en aumento, aunque no conllevaban ninguna pasión apreciable. Ted era adicto a las aventuras amorosas. Marion había hecho una apuesta consigo misma: la adicción de su marido a las seducciones, ¿sería más fuerte o más débil que su adicción al alcohol? (Apostó a que podría abandonar más fácilmente el alcohol.)
Marion explicó a Eddie que, en el caso de Ted, la seducción previa siempre duraba más que la aventura. Primero hacía los retratos convencionales, normalmente de la madre con su hijo, luego la madre posaba sola y, finalmente, lo hacía desnuda. Los desnudos revelaban una progresión determinada de antemano: inocencia, recato, degradación, vergüenza
– ¡La señora Vaughn! -exclamó Eddie, interrumpiéndola, al recordar las maneras sigilosas de aquella mujer menuda
– La señora Vaughn está experimentando ahora la fase de degradación -le dijo Marion
Eddie pensó que, a pesar de lo pequeña que era, la señora en cuestión dejaba un fuerte olor en las almohadas. Pensó también que sería imprudente, incluso lascivo, expresarle a Marion su opinión sobre el olor de la señora Vaughn
– Pero has vivido con él durante muchos años -observó el muchacho, entristecido-. ¿Por qué no le has abandonado? -Los chicos le querían -le explicó Marion-, y yo los quería a ellos. Había planeado abandonarle después de que mis hijos finalizaran la enseñanza media, cuando se marcharan de casa, tal vez después de que acabaran los estudios universitarios -añadió con menos firmeza
Eddie superó la tristeza que sentía por ella y dio buena cuenta de un postre enorme
– Eso es lo que me gusta de vosotros, los jóvenes -le dijo Marion-. Pase lo que pase, vais a lo vuestro
Permitió que Eddie condujera el coche de regreso a casa. Bajó la ventanilla y cerró los ojos. La brisa nocturna le agitaba el cabello
– Es agradable que la lleven a una -le dijo a Eddie-. Ted siempre bebía demasiado, y yo conducía siempre. Bueno…, casi siempre. -Esto último lo dijo en un susurro
Entonces volvió la espalda a Eddie. Quizá lloraba, porque movía los hombros de una manera espasmódica, pero no emitía sonido alguno. Cuando llegaron a la casa de Sagaponack, o el viento le había secado las lágrimas o no había llorado en absoluto. Eddie, que en cierta ocasión había llorado delante de ella, sabía que Marion desaprobaba el llanto
Una vez en la casa, tras despedir a la niñera de la noche, Marion se sirvió una cuarta copa de vino de una botella abierta que sacó del frigorífico. Pidió a Eddie que la acompañara cuando fue a comprobar si Ruth dormía, y por el camino le susurró que, a pesar de que las apariencias demostraban lo contrario, en otro tiempo había sido una buena madre
– Pero no seré una mala madre para Ruth -añadió, todavía en un susurro-. Preferiría no ser una madre para ella antes que una mala madre
Eddie no comprendió entonces que Marion ya sabía que iba a dejar a su hija con Ted. (Y Marion, por su parte, no comprendía que Ted había contratado a Eddie no sólo porque necesitaba un conductor.)
La luz piloto del baño principal iluminaba tan débilmente el cuarto de Ruth que costaba distinguir las fotografías de Thomas y Timothy, pero Marion insistió en que Eddie las mirase. Quería contarle lo que los chicos estaban haciendo en cada una de las fotos, y por qué razón ella había seleccionado ésas en concreto para la habitación de Ruth. Entonces Marion precedió a Eddie al baño principal, donde la luz piloto iluminaba las fotos con un poco más de claridad. Allí Eddie pudo discernir un tema acuático, que Marion consideraba adecuado para el baño: un día festivo en Tortola y otro en Anguilla, una excursión veraniega al estanque de New Hampshire, y los dos hermanos, cuando eran más pequeños que Ruth, juntos en una bañera. Tim estaba llorando, pero Tom no
– Le había entrado jabón en los ojos -susurró Marion. Entraron entonces en el dormitorio principal, donde Eddie no había estado hasta entonces y tampoco había visto las fotografías, en torno a cada una de las cuales Marion trenzaba un relato. Recorrieron así toda la casa, de una habitación a otra, de una foto a otra, hasta que Eddie comprendió por qué Ruth se había alterado tanto al ver los trocitos de papel que cubrían los pies descalzos de Thomas y Timothy. Ruth debía de haber realizado aquel viaje al pasado en muchas, muchísimas ocasiones, probablemente tanto en brazos de su padre como de su madre, y para la pequeña los relatos de las fotografías eran sin duda tan importantes como las mismas fotografías. Tal vez incluso más importantes. Ruth estaba creciendo no sólo con la presencia abrumadora de sus hermanos muertos, sino también con la importancia sin par de su ausencia
Las imágenes eran los relatos, y viceversa. Alterar las fotografías, como lo había hecho Eddie, era tan impensable como cambiar el pasado. El pasado, que era donde vivían los hermanos muertos de Ruth, no era susceptible de revisión. Eddie se juró que intentaría resarcir a la pequeña, le aseguraría que cuanto le habían dicho acerca de sus hermanos muertos era inmutable. En un mundo inseguro, con un futuro incierto, por lo menos la niña podía confiar en ello. ¿0 no era así?
Al cabo de más de una hora, Marion dio por finalizado el recorrido de la casa en el dormitorio de Eddie y, finalmente, en el baño para los invitados que el muchacho utilizaba. Que la última de las fotografías que inspiraron el relato de Marion fuese aquella en la que ella estaba en la cama con los dos pies descalzos de sus hijos entrañaba un fatalismo muy pertinente
– Me encanta esta foto tuya -logró decirle Eddie por fin, sin atreverse a añadir que se había masturbado estimulado por la imagen de los hombros desnudos de Marion y su sonrisa
Como si lo hiciera por primera vez, Marion se examinó lentamente en la foto tomada hacía ya doce años
– Aquí tenía veintisiete -le dijo, y el paso del tiempo, y la melancolía que ello le producía, le afloraron a los ojos
Tenía en la mano la quinta copa de vino, y la apuró de una manera mecánica. Entonces le dio la copa vacía a Eddie. Éste se quedó de pie allí, en el baño para los invitados, inmóvil durante un cuarto de hora después de que Marion se hubiera ido
A la mañana siguiente, en la casa vagón, Eddie había iniciado la colocación de la rebeca de cachemira rosa sobre la cama, junto con una camisola de seda de color lila y unas bragas a juego, cuando oyó el ruido exagerado de las pisadas de Marion en las escaleras que partían del garaje. No llamó a la puerta del apartamento, sino que la aporreó. Esta vez no iba a sorprender a Eddie haciendo aquello. El muchacho aún no se había desvestido para tenderse al lado de las ropas. No obstante, se quedó un momento indeciso y ya no tuvo tiempo de retirar las prendas de Marion. Había estado pensando en lo desacertado de elegir los colores rosa y lila. Sin embargo, los colores de las prendas no eran nunca lo que le incitaba. Le había atraído el encaje que adornaba la cintura de las bragas y el espléndido escote de la camisola. Eddie estaba todavía inquieto por su decisión cuando Marion golpeó la puerta por segunda vez, y el muchacho dejó las prendas sobre la cama y fue a abrir
– Espero no molestarte -le dijo ella con una sonrisa
Llevaba gafas de sol, y se las quitó al entrar en el apartamento. Eddie percibió por primera vez su edad cuando vio las patas de gallo junto a los ojos. Tal vez Marion había bebido demasiado la noche anterior. Cinco copas de cualquier bebida alcohólica eran demasiadas para ella
Eddie se sorprendió al ver que la mujer se dirigía directamente a la primera de las pocas fotografías de Thomas y Timothy que había llevado a la casa alquilada, y le explicó por qué había elegido precisamente esas fotos. En ellas los chicos tenían más o menos la edad de Eddie, lo cual significaba que habían sido tomadas poco antes de su muerte. Marion le explicó que había pensado que tal vez Eddie encontrara familiares las fotografías de sus coetáneos, incluso acogedoras, en unas circunstancias que probablemente no tendrían nada de familiares y acogedoras. Mucho antes de que Eddie llegara, se había preocupado por él; sabía que iba a tener muy poco que hacer, dudaba de que se lo pasara bien, y había previsto que el muchacho de dieciséis años carecería de vida social alguna
– Excepto a las niñeras más jóvenes de Ruth, ¿a quién ibas a ver? -le preguntó-. A menos que fueras muy sociable. Thomas lo era, Timothy no, era más bien introvertido, como tú. Aunque físicamente te pareces más a Thomas, creo que tienes un carácter más parecido al de Timothy
– Ah -dijo Eddie. ¡Le pasmaba que Marion hubiera pensado en él antes de su llegada!
Siguieron mirando las fotografías. Era como si la casa alquilada fuese una habitación secreta situada en el pasillo del ala de invitados y Eddie y Marion no hubieran terminado juntos la velada, sino que se hubieran limitado a pasar a otra habitación, donde había otras fotos. En la cocina fueron de un lado a otro, Marion hablando por los codos, y regresaron al dormitorio, donde ella siguió hablando y señalando la única fotografía de Thomas y Timothy que colgaba sobre la cabecera de la cama