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– Puede que fuera su aniversario de boda, pero te miraba los pechos

– ¡No es verdad! -protestó Ruth

– Todo el mundo lo hace, cariño. Será mejor que empieces a acostumbrarte

Más tarde, en su suite del Stanhope, Ruth se resistió al deseo de telefonear a Eddie. Además, en el Club Atlético de Nueva York probablemente no responderían al teléfono a partir de ciert hora, o quizá querrían saber si llevaba chaqueta y corbata incluso para llamar

Prefirió escribir una carta a su madre, cuya dirección en Toronto había memorizado

"Querida mami -escribió-. Eddie O'Hare aún te quiere. Tu hija, Ruth."

El papel con membrete del hotel Stanhope prestaba a la carta cierta formalidad, o por lo menos cierto distanciamiento, que ella no se había propuesto. Una carta así debería empezar con las palabras "Querida madre", pero ella había llamado a su madre "mami", lo mismo que Graham la llamaba a ella y que significaba para Ruth más que cualquier otra cosa. Supo que había entrado de nuevo en el mundo cuando entregó la carta al recepcionista del hotel, poco antes de emprender el viaje a Europa

– Es para Canadá -señaló Ruth-. Por favor, asegúrese de que el franqueo sea correcto

– Desde luego, señora -dijo el recepcionista

Estaban en el vestíbulo del Stanhope, cuyo principal elemento decorativo era un reloj de péndulo muy vistoso, lo primero que Graham reconoció cuando entraron en el hotel de la Quinta Avenida. Ahora el botones empujaba un carrito con su equipaje ante la imponente esfera del reloj. El botones se llamaba Mel y siempre había tenido muchas atenciones con Graham. Fue el botones que estaba de servicio cuando se llevaron del hotel el cadáver de Allan. Probablemente Mel había echado una mano en aquella ocasión, pero Ruth no quería recordar nada de eso. Graham, cogido de la mano de Amanda, siguió al equipaje que cruzaba la puerta del Stanhope y salía a la Quinta Avenida, donde esperaba la limusina

– ¡Adiós, reloj! -exclamó el niño

Mientras el vehículo arrancaba, Ruth se despidió de Mel. -Adiós, señora Cole -dijo el botones

"¡De modo que eso es lo que soy!", pensó Ruth Cole. No se había cambiado el apellido, por supuesto, pues era demasiado famosa para ello y nunca se habría convertido en la señora Albright. Pero era una viuda que aún se sentía casada, era la señora Cole. Y se dijo que sería la señora Cole para siempre

– ¡Adiós, hotel de Mel! -gritó Graham

Se alejaron de las fuentes delante del Metropolitan, las banderas ondeantes y la marquesina verde oscuro del Stanhope, bajo la que un camarero se apresuraba a atender a la única pareja que no encontraba el día demasiado frío para sentarse a una de las mesas en la acera. Desde el punto de vista de Graham, hundido en el asiento trasero de la limusina oscura, el Stanhope se alzaba hacia el cielo, tal vez incluso llegaba al mismo cielo.

– ¡Adiós, papá! -gritó el chiquillo

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