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– Creo que tiene una cita con el médico -respondió Hannah-. Me parece que ha ido al médico porque no se encontraba muy bien

– ¿Aún está frío? -inquirió el niño

– Tal vez -replicó Hannah-. El médico sabrá lo que le pasa. Ruth no se había cepillado el cabello, estaba desgreñada y no se había maquillado el pálido semblante. Tenía los labios resecos, y las patas de gallo en las comisuras de los ojos destacaban de una manera que Eddie no había visto hasta entonces. Marion también tenía patas de gallo, pero Eddie la había perdido momentáneamente de vista. Estaba paralizado por el semblante de Ruth, por la tristeza que emanaba de él

A sus cuarenta años, Ruth estaba sumida en el primer aturdimiento del duelo. Marion, a los treinta y nueve, cuando Eddie la vio por última vez, lloraba a sus hijos desde hacía cinco años. Su cara, a la que ahora la cara de su hija se parecía tanto, reflejaba por entonces una pesadumbre casi eterna

Cuando tenía dieciséis años, Eddie se había enamorado de la tristeza de Marion, una tristeza que parecía más duradera que su belleza. No obstante, la belleza se recuerda después de que desaparezca. Lo que Eddie veía reflejado en el de Ruth era una belleza desaparecida, que era otro amor que realmente sentía por Marion

Pero Eddie no sabía que aún amaba a Marion.

"¿Qué diablos le pasa a Eddie? -pensaba Ruth-. ¡Si no deja de mirarme así, voy a salirme de la carretera!"

También Hannah observó que Eddie miraba fijamente a Ruth, y se preguntó, como su amiga, qué diablos le ocurría. ¿Desde cuándo aquel gilipollas se interesaba por una mujer más joven que él?

"Llevaba un solo año de viuda", había escrito Ruth Cole en su novela. (¡Y lo había escrito tan poco tiempo antes, apenas cuatro años, de que ella misma se quedase viuda!) Un año después de la muerte de Allan, tal como ella había escrito acerca de su viuda de ficción, Ruth seguía debatiéndose "por dominar los recuerdos del pasado, como debe hacer toda viuda"

Ahora se preguntaba cómo lo había sabido casi todo sobre la viudez; aunque siempre había afirmado que un buen escritor puede imaginar cualquier cosa, e imaginarlo fielmente, y aunque con frecuencia había argumentado que tendía a valorarse en exceso la experiencia de la vida real, incluso a ella le sorprendía la precisión con que había imaginado la viudez

Un año después de la muerte de Allan, exactamente como le ocurría a su personaje de novela, Ruth aún "tendía a sumirse en el flujo de los recuerdos, como le sucedió aquella mañana en que se despertó con su marido muerto a su lado"

¿Y dónde estaba la anciana y airada viuda que había atacado a Ruth por haber escrito sobre la viudez sin ceñirse a la verdad? ¿Dónde estaba la arpía que se había llamado a sí misma viuda durante el resto de su vida? Al rememorar lo sucedido, a Ruth la decepcionaba que la vieja bruja no se hubiera presentado en el funeral de Allan. Ahora que era viuda, quería ver a la mezquina mujer, aunque sólo fuera para gritarle a la cara que cuanto había escrito sobre el hecho de quedarse viuda era fiel a la verdad

¿Dónde estaba ahora la maldita vieja que había tratado de estropearle la boda con sus amenazas llenas de odio? ¿Dónde estaba el diabólico vejestorio que tan descaradamente se había permitido insultarla? Probablemente había muerto, como suponía Hannah. De ser así, Ruth se sentiría engañada. Ahora que el juicio convencional del mundo le concedía autoridad para hablar, a Ruth le habría gustado decirle cuatro cosas a aquella zorra

¿No se había jactado ante ella la muy puñetera de que el amor que sintió por su marido fue superior? La mera idea de que alguien te diga: "No sabes qué es la aflicción", o "No sabes qué es el amor", le parecía a Ruth atroz

Esa cólera imprevista hacia la anciana viuda sin nombre había proporcionado a Ruth un combustible inagotable durante el primer año de viudez. En el mismo año, y de un modo también imprevisto, había notado que los sentimientos hacia su madre se habían suavizado. Había perdido a Allan, pero tenía a Graham. Era más consciente que antes de lo mucho que amaba a su único hijo, y por ello comprendía los esfuerzos que hiciera Marion para no amar a otro hijo, puesto que ya había perdido dos

Que su madre no hubiera optado por suicidarse sorprendía a Ruth, tanto como el hecho de que hubiera podido tener otro hijo. De repente comprendía el motivo que tuvo su madre para abandonarla. Marion no había querido amar a Ruth porque no soportaba la idea de perder a un tercer hijo. (Eddie le había dicho todo esto, cinco años atrás, pero hasta que ella tuvo un hijo y perdió a su marido, careció de la experiencia o la imaginación necesarias para darle crédito.)

No obstante, la dirección de Marion en Toronto había ocupado durante un año un lugar preeminente de su mesa de trabajo. El orgullo y la cobardía (¡ése sí que era un título digno de una novela larga!) le habían impedido escribirle. Ruth aún creía que era Marion quien debía presentarse ante su hija, puesto que era ella quien la había abandonado. Como madre relativamente reciente y viuda más reciente todavía, Ruth acababa de experimentar la pesadumbre y el temor de una pérdida incluso mayor. Hannah le sugirió que le diese a Eddie la dirección de su madre en Toronto

– Deja que Eddie se encargue del problema -le dijo Hannah-. Que se atormente preguntándose si debe escribirle o no. Por supuesto, ese dilema atormentaría a Eddie. Peor aún, en varias ocasiones había tratado de escribirle, pero nunca había echado sus cartas al correo

"Querida Alice Somerset -empezaba una carta-. Tengo razones para creer que es usted Marion Cole, la mujer más importante de mi vida." Pero ese tono le parecía demasiado desenvuelto, sobre todo al cabo de cuarenta años, por lo que lo intentaba de nuevo, abordándola de una manera más directa. "Querida Marion, pues Alice Somerset sólo podrías ser tú: He leído tus novelas de Margaret McDermid con.,." ¿Con qué? ¿Fascinación? ¿Frustración? ¿Admiración? ¿Desesperación? ¿Con la amalgama de todo ello? No lo sabía con exactitud

Además, después de mantener su amor por Marion durante treinta y seis años, ahora Eddie creía haberse enamorado de Ruth. Y tras imaginar durante un año que estaba enamorado de la hija de Marion, Eddie aún no se daba cuenta de que nunca había dejado de amar a Marion y de que seguía creyendo que amaba a Ruth. Así pues, los esfuerzos de Eddie por escribir a Marion le torturaban en extremo. "Querida Marion: Te he amado durante treinta y seis años antes de enamorarme de tu hija." ¡Pero Eddie ni siquiera podía decirle tal cosa a Ruth!

En cuanto a Ruth, con frecuencia, durante el año de duelo, se había preguntado qué le sucedía a Eddie O'Hare. No obstante, su pesadumbre y sus preocupaciones constantes por el pequeño Graham la distraían de los evidentes pero incomprensibles sufrimientos de Eddie, quien siempre le había parecido un hombre amable y raro. ¿Era ahora un hombre amable que se había vuelto más raro? Podía asistir con ella a una cena y no decir más que monosílabos durante toda la velada. No obstante, cada vez que sus miradas se encontraban y él se apresuraba a desviar los ojos, Ruth concluía que la había estado contemplando

– ¿Qué ocurre, Eddie? -le preguntó una vez

– No, nada -replicó él-. Me estaba preguntando cómo te va.

– Bien, me va muy bien, gracias

Hannah tenía sus propias teorías, que Ruth rechazaba por absurdas

– Parece ser que se ha enamorado de ti, pero no sabe seducir a mujeres más jóvenes que él

Durante un año, la idea de que alguien tratara de seducirla le había parecido a Ruth grotesca

Pero en el otoño de 1995 Hannah le dijo:

– Ya ha pasado un año, cariño, es hora de que vuelvas a ponerte en circulación

La simple idea de "volver a ponerse en circulación" repugnaba a Ruth. No sólo seguía enamorada de Allan y del recuerdo de su vida en común, sino que se estremecía ante la perspectiva de enfrentarse una vez más a su manera defectuosa de juzgar a los hombres

Como escribiera en el primer capítulo de No apto para menores, ¿quién sabía cuándo era hora de que una viuda volviera a la vida normal? Era imposible que lo hiciera "sin riesgos"

La publicación de la cuarta novela de Ruth Cole, Mi último novio granuja, se retrasó hasta el otoño de 1995, porque Ruth consideró que ésa sería la fecha más temprana posible para reaparecer en público desde la muerte de su marido. Cierto que Ruth no estaba tan disponible como a sus editores les hubiera gustado. Accedió a dar una lectura en la YMHA de la Calle 92, donde no lo había hecho desde aquella maratoniana presentación de Eddie O'Hare en 1990, pero se negó a conceder entrevistas en Estados Unidos, con la excusa de que iba a pasar una sola noche en Nueva York, camino de Europa, y que nunca quería someterse a entrevistas en su casa de Vermont. (Desde primeros de septiembre, la casa de Sagaponack se hallaba en venta.)

Hannah sostenía que Ruth estaba loca al aislarse en Vermont, y que debería vender la casa de Vermont. Pero Allan y Ruth habían convenido en que Graham debía crecer en Vermont

Además, Conchita Gómez era demasiado mayor para ocuparse ella sola de Graham, y Eduardo también estaba demasiado entrado en años para cuidar de la finca. En Vermont, Ruth dispondría de canguros cerca de casa. Kevin Merton tenía tres hijas que podrían realizar esa tarea. Una de ellas, Amanda, era una alumna de secundaria a la que sus padres permitían viajar hasta cierto punto. (La escuela había dado permiso a Amanda, pues se avino a considerar que el viaje de promoción literaria con Ruth pertenecía a la categoría de viaje educativo; de ahí que Ruth viajara con Graham y Amanda Merton a Nueva York y a Europa.)

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